Nueva Tierra, de Mario Pagano

LA ESPERANZA DE UN HOMBRE. 

“No sé con qué armas se peleará la tercera guerra mundial, pero la cuarta será con palos y piedras”.

Albert Einstein 

El cine de género en la cinematografía española siempre se ha denostado por buena parte de la crítica especializada, en tiempos a, la cosa se martirizó como un mero asunto popular y muy alejado de la realidad social del país. Entraríamos en los amiguismos de turno que tanto abundan por estos lares y una posición elitista de dar caña a todo aquello que olería a taquilla. Afortunadamente, los tiempos han cambiado, y hoy día el cine de género y gracias a cineastas como Álex de la Iglesia, Paco Plaza, Jaume Balagueró y Nacho Vigalondo, entre otros, goza no sólo de popularidad sino también, del aplauso de la crítica. Sigue habiendo, cómo no, ese cine de género vacío y superficial que se produce con el único objetivo de entretener y romper taquillas. Por eso, es de agradecer que aparezcan películas como Nueva Tierra, de Mario Pagano (Caracas, Venezuela, 1975), que nace para entretener pero no olvida su vocación de contar una historia con relato y personajes, y eso la hace tremendamente diferente. 

Segunda película de Pagano, después de Backseat Fighter (2016), un oscuro thriller  en el que seguía la redención de un policía que se cruzaba con una hermosa prostituta muy rota. Con Nueva Tierra, su segundo largometraje, vuelve a situarnos en la vida y el alma de un hombre, esta vez alguien también roto, porque unos bandidos a los que llaman “La Legión”, han matado a su mujer Maya y han secuestrado a su hija Ada, en una sociedad que ha nacido después que una pandemia haya matado a la mayoría de la población mundial, y los supervivientes viven como en la antigüedad, en plena naturaleza y desde cero. Si la anterior rondaba por el policíaco, ahora el tema se centra en la ciencia-ficción distópica, en la que volvemos a una situación como la que sucedía en El planeta de los simios, aunque no son simios los dominantes, sino tribus salvajes y violentas que se han hecho con el control del resto. Aunque, existen pequeñas resistencias que siguen sobreviviendo a pesar de la continua amenaza de los mencionados. Estamos ante una película de héroe arquetípico, en la que su periplo se basa en las aventuras y peligros que deberá pasar hasta dar con el paradero de su hija, un western en toda regla con su travesía y viaje en una película de carretera por la naturaleza, por bosques, mar, cuevas y monumentos celtas, donde se mezclan religión, espiritualidad y humanismo. 

El gran trabajo visual de la película obra del propio director, que aparte de la cinematografía, también firma la producción, el guion y la música, basado en la fisicidad del relato, que consigue introducirnos en una epopeya muy íntima, transparente y artesanal, donde no hay efectos especiales sofisticados que arrinconan la historia, en la que hay persecuciones, luchas y demás, y también, en lo onírico, donde Maya es una parte muy importante, donde vemos la parte interior de León debatiéndose entre la valentía y el miedo, entre la esperanza y la tristeza de sentirse sólo y muy herido. En los momentos oníricos la película cambia de textura y de tono y ahí las situaciones se vuelven algo confusas, porque en lo físico la película se mantiene interesante y misteriosa. El montaje de María Macías, que ya estuvo en Backseat Fighter, y repite con el director venezolano afincado en España, que conocemos por trabajos de toda índole como comedias comerciales como Embarazados, documentales críticos como Cartas mojadas y distopías apocalípticas como Y todos arderán, entre otras, en un reto muy difícil porque había que mantener en ritmo y tono una película en la que ha poco diálogo y mucha acción y se va a los 123 minutos de metraje. 

A partir de un entorno natural espectacular, donde la naturaleza contrasta con la maldad humana, con un reparto que brilla y transmite mucha cercanía a través de primeros planos y naturalidad como el protagonista Iván Sánchez, coproductor de la cinta, que hace, quizás, el trabajo más impresionante de su carrera, que fue el policía amargado de Backseat Fighter, y ahora es Léon, un padre y esposo que deberá pasar por las mil y una en un planeta muy hostil pero también algo humano, como las personas que se irá cruzando como Mia y Naima, interpretadas por Vania Villalón y Almar G. Sato, un par de amazonas que lo ayudarán, al igual que Gregorio, uno de esos personajes chamán que hace un irreconocible Imanol Arias, Maya, su guía espiritual lo hace Andrea Duro, Candela Camacho es Ada, la hija secuestrada, el actor venezolano Raúl Olivo también aparece, y Juan José Ballesta y Armando Buika, son dos de “La Legión”, la tribu violenta. Agradecemos la valentía de devolver al género a ese cine sesentero donde primaba la historia y los personajes para hablarnos de los desmanes de la civilización o el salvajismo de las malas decisiones y la infinita y desastrosa codicia que todo lo quiere sin pensar en las terribles consecuencias. La película describe una sociedad en la que todos sobreviven con miedo, y hay unos pocos que someten a la mayoría, eso sí, hay un poco de esperanza y eso ya es mucho, como demuestra el personaje de León que, a pesar del dolor que arrastra por la terrible pérdida que ha sufrido, se levanta y se enfrenta con los violentos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Sordo, de Alfonso Cortés-Cavanillas

EL SILENCIO DE UN HOMBRE.

Nos sitúan en el año 1944 en plena posguerra y en algún lugar junto a la frontera, cuando un grupo de guerrilleros entra en España como avanzadilla de la que se llamó “La Reconquista” para acabar con Franco. La operación se va al traste cuando el ejército le sabotea la demolición de un puente, el grupo es reducido, apresado Vicente, el jefe del grupo, y Anselmo, amigo del alma de éste, se queda sordo debido a la explosión y huye despavorido al monte. A partir de ese instante, se inicia una persecución sin cuartel de las fuerzas del orden para capturar al fugitivo, que se encuentra solo, asustado y sordo. Alfonso Cortés-Cavanillas quedó fascinado cuando leyó el cómic Sordo, de David Muñoz y Rayco Pulido, y se puso manos a la obra para llevar a la gran pantalla este relato introspectivo e íntimo sobre un hombre solo que intenta sobrevivir a pesar de las circunstancias adversas y sus enemigos que le acechan. Cortés-Cavanillas aglutina una gran experiencia en el medio televisivo, además de haber debutado en el 2012 con Los días no vividos, un drama apocalíptico protagonizado por Ingrid Rubio en el que ya estaban, entre otros, Asier Etxeandia que da vida al huido y perseguido Anselmo, y Ruth Díaz que interpreta a Elvira, en una de las secuencias más tensas de la película.

El guión firmado por Juan Carlos Díaz y el propio director enmarca la acción en bellos y fascinantes paisajes del norte, donde el pueblo, los bosques y la tierra forman parte de ese escenario donde la vida y la muerte siempre están pendiendo de un hilo fino y excesivamente frágil. Un relato en el que seguiremos el aliento, el sudor y la sangre de Anselmo, un animal herido indefenso y asustado que se mueve como una alimaña nerviosa por el interior del bosque, con esa luz sombría y oscura de Adolpho Cañadas, colaborador habitual de Cortés-Cavanillas, que recuerda a la de Teo Escamilla para El corazón del bosque, de Manuel Gutiérrez Aragón, en la que la película está emparentada, por argumento, situación geográfica y luz, aunque en aquella el conflicto era interno entre maquis. Un western en toda regla, un western ambientado en la difícil y sangrienta posguerra española, donde los vencedores, que encarnan tipos como el Capitán Bosch, imponen su ley y obediencia a palos y tiros, mientras el Sargento Castillo, que vivió la contienda bélica aboga más por una reconciliación que se antoja imposible. Por otro lado, los vencidos, encarnados por el oculto Anselmo, el detenido Vicente, torturado y machacado, y Rosa, la mujer de Vicente, callada y con miedo.

La fábula de corte histórico mezcla momentos de pura acción al mejor estilo Ford, con esa persecución a caballo por la pradera, con otros como el Leone de la Trilogía del dólar o el Corbucci de El gran silencio, película-espejo en la que Sordo encontraría uno de sus reflejos más cercanos, y esos otros donde el spaguetti-western hizo diabluras, como la secuencia que presentan a la francotiradora rusa en esa taberna de pueblo, al mejor estilo de tiros y sangre, con el sello de Peckinpah, o esos relatos fronterizos que tan buenos westerns fronterizos ha dado que todos los amantes del género recuerdan. O el cine de Melville con Le Samuraï, donde lucha física e interna eran los sólidos pilares de un relato noir moral y magnífico. Quizás en algunos instantes la película se alarga demasiado, y un metraje más reducido hubiera ayudado a aligerar su carga dramática e imponer un ritmo más acorde con sus imágenes. No obstante, la película mantiene su pulso narrativo en muchos momentos y sabe contagiarnos con sus imágenes poderosas y sublimes, esa música valiente y personal de Carlos Martín Jara, que recuerda a algún que otro maestro del género, y ayuda a compartir las tensiones dramáticas tanto de su desdichado protagonista como de la triste acción que cuenta.

Y qué decir de su espléndido y ajustado reparto en el que sobresalen un espectacular y brillante Asier Etxeandia echándose la película a sus espaldas, interpretando a un tipo idealista y revolucionario que cree en la libertad y en el sueño de derribar a Franco, y poco a poco se deberá enfrentar a una realidad muy distinta, un tipo perdido y solitario que no oye a nadie ni siquiera a él mismo, situación que lo hace más vulnerable y peligroso, casi un espectro en la bruma y en el interior del bosque, bien acompañado por un antagonista de altura el que encarna Aitor Luna dando vida a ese capitán despiadado y firme, creyente y fascista hasta la médula, que impondrá su propia ley del talión, Imanol Arias, siempre estupendo y natural que da vida a ese sargento cansado de tanta guerra e intenta parar esa sangría inútil como puede, Marián Álvarez como Rosa, que encarna a tantas mujeres con los maridos presos, huidos o asesinados que tanto abundan en la posguerra y el franquismo, Hugo silva, casi irreconocible, muy diferente a sus papeles más ligeros, da vida a ese guerrillero sensato y sobrio que no se fía de nada ni de nadie, y ve su lucha necesaria pero también muy difícil, y por último, Olimpia Melinte como esa mercenaria rusa, despiadada y cruel, que no cesará en su empeño de dar caza a ese indio huido y enemigo.

Un cuento bien urdido a nivel argumento y narrativo, elegantemente filmado y con hechuras de película sólida y compleja, con momentos de acción física e introspectiva, donde conocemos el ambiente y la tragedia que recorría todos los lugares del espacio en esos instantes, con esos rostros despedazados por la tragedia de la guerra e intentando sobreponerse a tanta ausencia, sangre y negrura, y otros, imponiendo su ley a fuerza de martillo y palos, en el eterno conflicto entre unos y otros, una lucha que define la historia del país, sobre lo que sucedió después de la guerra o podríamos decir que la guerra acabaría en el 82, u otros dirán que la guerra sigue y sus heridas siguen sin cerrarse y el país es irreconciliable, quizás unos cazan y los otros son cazados, o intentan no serlo, porque como se desarrollan las diferentes acciones de la película, quizás todos en algún instante de nuestras vidas hemos sido como Anselmo y tantos otros idealistas que soñaron con cambiar realidades duras y llenas de odio, y hemos intentado seguir con vida cueste lo que cueste y manteniendo viva la llama de un ideal y una lucha que en el fondo sabemos de antemano que no resultará. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA


<p><a href=»https://vimeo.com/357358754″>SORDO TRAILER DEFINITIVO</a> from <a href=»https://vimeo.com/dypcomunicacion»>DYP COMUNICACION</a> on <a href=»https://vimeo.com»>Vimeo</a>.</p>

Anacleto: Agente Secreto, de Javier Ruiz Caldera

poster-anacletoPARODIANDO UNA DE ESPíAS

El personaje de Anacleto ya había debutado en la gran pantalla brevemente, fue en la película El gran Vázquez (2010), de Óscar Aibar, (cinta donde se relataban las andanzas del famoso historietista, que también servía de homenaje al cine patrio de los 60). Anacleto aparecía a modo de animación interactuando con su propio creador. Ahora, llega su salto a la gran pantalla, como anteriormente dieron el gran salto otras criaturas de la Editorial Bruguera como Mortadelo y Filemón, El Capitán Trueno o Zipi y Zape, con resultados desiguales.

El responsable de esa aventura cinematográfica ha sido el director barcelonés Javier Ruiz Caldera, el joven director sigue en su cuarto título de su carrera, el camino emprendido en su debut Spanish Movie (2009), una parodia sobre cine español surgida a raíz del éxito de Scary movie, le siguió tres años después Promoción fantasma, aquí el objeto de la mofa radicaba en las cintas estadounidenses ambientadas en institutos donde los estudiantes se enfrentaban a terroríficos asesinos. La tercera incursión en este género paródico fue hace un par de años en la excelente y rabiosa 3 bodas de más, (donde se reía de esas comedias romanticonas americanas donde la chica angelical y de vida profesional triunfante fracasa constantemente en el amor). Caldera paría una agitada y buenísima comedia con patosa científica e inmadura emocionalmente que se veía envuelta en las mil y una en la caza del amor romántico. Ahora, se enfrenta en la difícil tarea de adaptar un cómic legendario en la historieta española, y creado por uno de los grandes, Manuel Vázquez Gallego (autor también de Las hermanas Gilda y La familia Cebolleta, entre otros) en el 1965 como parodia del agente James Bond 007, que en el 1962 había debutado en el cine en la película 007 contra el Dr. No, no obstante el autor se declinaba más como referencia el personaje Maxwell Smart e la serie televisiva Superagente 86. Ruiz Caldera sale airoso del envite dotando a su película de comedia clásica, hay trompazos, golpes y persecuciones al más puro slastick, y cómo no, también hay comedia, como en sus anterior films, esta vez una comedia física, de carreras, de nervios, disparos, explosiones, de constante tensión. Nos recuerda mucho a la saga de Torrente, de Santiago Segura, aunque la comparación es obvia, ya que el personaje de José Luis Torrente y sus andanzas beben y mucho del universo Bruguera y esa idiosincrásica carpetovetónica tan arraigada en nuestro ser.

La película coge la esencia del tebeo, con abundantes guiños y referencias al universo Bruguera y Vázquez: el arranque de la cinta con el desierto de Gobi, perdido en el culo del mundo, y ese inicio a lo Bond, los innumerables tics paródicos de objetos, escondrijos y demás herramientas andrajosas y fueras de tiempo, el inseparable cigarrillo, el smoking con pajarita, y esos andrajosos edificios, llenos de recortes y oficinistas caricaturizados y esa (des) organización que recorre toda la trama, sin olvidarnos de su archienemigo «El malvado Vázquez», parodia del propio creador y de esos siniestros monstruos de las películas de 007. La película se desarrolla a un ritmo vertiginoso, con una ambientación atemporal, porque por un lado tiene un look muy de los 70, con esos edificios interminables ubicados en barrios colmenas y plazas de estética cutre, y mercados a la vuelta de la esquina , y por otro, se cita a películas actuales del tipo sagas de Misión imposible y Jason Bourne. El reparto, con algunos de los habituales del director,  ajustado y definido también hace un espléndido trabajo, la elección de Imanol Arias como ese Anacleto, cansado y viejo es muy acertada, Quim Gutiérrez como hijo del antihéroe se destapa como el patito feo que da el salto sacando la bestia que lleva en su interior, Berto Romero, como amigo patoso y listillo, Carlos Areces, que raya a gran altura en la piel del malo, y no menos su grupito de secuaces que lo sigue hasta la muerte, sin olvidarnos de esa familia disfuncional y cutre que tanto conocemos todos. Quizás la película decae en algunos momentos cuando intenta aclarar ciertos elementos, porque cuando dan rienda suelta a la locura y la parodia, metiendo caña y soltando libremente el despiporre y la caspa, la cinta aumenta su energía y sus salvajadas, y sus ganas de hacer reír y divertir al personal riéndose de todo y todos, sobre todo, de si mismos, y de ese cine de espías de escuadra y cartabón que tanto se ha gustado a si mismo.