La sospecha de Sofía, de Imanol Uribe

EL HERMANO QUE SURGIÓ DEL FRÍO.  

“Actuamos así unos con otros, toda esta dureza; pero en realidad no somos así, quiero decir… no se puede estar siempre en el frío; uno tiene que venir del frío…”

De “El espía que surgió del frío”, de John Le Carré 

La cinematografía española es poco dada al cine de género al mejor estilo del Hollywood clásico, es decir, aquellas películas de los treinta y cuarenta plagadas de espías con una atmósfera noir poblados por seres atrapados en marañas políticas de difícil escapatoria, con tipos de pasado oscuro y presente aún más negro, y mujeres fatales dispuestas a todo. Por eso, es de agradecer mucho una película de las características de La sospecha de Sofía, basada en la novela homónima de Paloma Sánchez-Garnica, que ya fue llevada a la pequeña pantalla en la miniserie La sonata del silencio. A partir de una adaptación que firma Gema Ventura, que ha estado en Centuauro y Todos los nombres de Dios, ambas de Calparsoro, nos sitúan en el Madrid del franquismo en 1968 en la vida tranquila y apacible de Daniel, Sofía y sus dos hijas pequeñas. La cosa se tuerce y mucho con la invitación a Daniel para que conozca a su madre biológica en Berlín oeste. 

Después de 16 títulos y casi medio siglo de carrera, el cineasta Imanol Uribe (El Salvador, 1950), que siempre se ha movido entre el drama y la intriga, con películas de la talla de La muerte de Mikel (1984), Días contados (1994), Plenilunio (2000) y Lejos del mar (2015), entre otras, se decanta por una trama que bebe de ese cine clásico bien ejecutado y con pocos sobresaltos, con una armonía y un tono conocidos y de lugares comunes, donde se adentra en terreno hitchcockiano, porque conocemos los detalles y la cosa se mueve por el suspense y esa línea casi invisible de ser descubierto y cómo se resuelve la dichosa trama. Y cómo no, el asunto del doble, que está tan presente en el cine del director británico, aquí es pieza capital, porque Klaus, reclutado a la fuerza por el KGB deberá ser Daniel, hacer lo que hace su hermano gemelo, y sobre todo, espiar para los soviéticos en el Madrid franquista de 1968. El relato visita a menudo el flashback para resolver ciertos enigmas de los diferentes personajes, cosa que se dosifica con inteligencia añadiendo más misterio a los hechos que ocurrieron y ocurren, pasando por buena parte del tercer cuarto del convulso siglo XX, con hechos tan reconocibles como la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, el mayo del 68, la llegada de la democracia, el final del telón de acero y demás. 

Uribe que siempre se ha caracterizado por una fascinante atmósfera en su cine, así como un exhaustivo rigor histórico, en que la intriga está al servicio de lo que está contando y contribuyendo a adentrarse en el complejo mundo de sus personajes. Tenemos al diseñador de arte Diego López, con el que hizo Llegaron de noche (2022), y el vestuario de Helena Sanchis, con la que ha hecho 6 películas, amén de películas con Bigas Luna,, con el que debutó en Las edades de Lulú (1990), Manuel Gómez Pereira, Manuel Iborra y Víctor Erice, entre otros. El gran trabajo de sonido de Juan Borrell, con más de 120 títulos, que hizo con el cineasta vasco Lejos del mar (2015). La magnífica cinematografía construida de claroscuros y de esa luz velada y sofisticada que ayuda a introducirse en ese universo de mentiras de verdad y viceversa que firma un grande como Gonzalo Berridi, seis películas con Uribe, con una abundante filmografía que abarca más de 60 títulos. La música de la alemana Martina Eisenrich consigue esas composiciones con aroma de clasicismo que le va como anillo al dedo a todo el entramado de la historia. El detallista y rítmico montaje de Buster Franco, con el que hizo Miel de naranjas, otro policíaco ambientado en la España de posguerra, ayuda a crear esa mezcla de drama y suspense tan bien equilibrada. 

Los intérpretes del cine de Uribe siempre se han destacado por componer unos personajes cercanos y llenos de complejidad, sino acuérdense de los Imanol Arias, Carmelo Gómez y Eduard Fernández de las ya citadas, a los que suma Álex González como Daniel/Klaus, encarnando a tipos en encrucijadas de oscura resolución, en las que deben actuar de formas muy diferentes a lo que en un principio deberían, siendo víctimas de su propia historia y de la historia en la que están metidos sin remedio. A su lado, Aura Garrido, que está convincente en su papel de Sofía, la que sospecha y la primera sorprendida de ciertos detalles de su “nuevo marido”, en un mar de dudas con el que vive a diario. Completan el reparto la presencia de Zoe Einstein, en un personaje que mejor no desvelar, y otros intérpretes que hacen de la película una historia íntima y tangible con oscuros secretos que nos llevan por media el eje europeo de entonces: Madrid, París y Berlín, tanto uno como el otro. Estamos ante una película de guion convencional, si, pero con sus atajos sorprendentes y una cuidada ambientación que se erige como un entretenido cine de espías que no oculta a sus maestros, que recuerda a Tu nombre envenena mis sueños (1996), de Pilar Miró, buen ejercicio de thriller psicológico, donde la trama es una mera excusa para retratar el convulso ambiente de la España de los treinta y cuarenta, como sucede en La sospecha de Sofía con la España franquista y la inestabilidad de la guerra fría. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El hijo del acordeonista, de Fernando Bernués

LAS CICATRICES NO SE BORRAN.

Los aficionados a la lectura quizás recordarán la novela corta Reencuentro, de Fred Uhlman (1901-1985) en la que exploraba los males del nazismo y sus terribles secuelas en la mirada de Hans, judío, y Konradin, nazi, dos amigos adolescentes que la guerra separó, y su posterior reencuentro en los años sesenta. Mucho de aquella novela encontramos en el libro El hijo del acordeonista, de Bernardo Atxaga (Asteasu, País Vasco, 1951) en la que el escritor vasco se sumerge en la amistad entre David y Joseba, dos chavales que crecen en Obaba, pueblo mítico e imaginario en el universo de Atxaga (una especie de Macondo particular) a mediados de los setenta. Un lugar dividido entre los que ganaron la guerra, el padre y los amigos de David, y los perdedores, el entorno de Joseba, a los que el pueblo asfixiante y conservador se les ha quedado muy pequeño. Este desolador panorama de rivalidades y heridas demasiado abiertas, se convierte en el caldo de cultivo perfecto para que David, por mediación de Joseba, lo deje todo y se convierta en un soldado clandestino que luchará con armas por la causa vasca, junto a su amigo del alma.

El director Fernando Bernués (Donosti, 1951) reconocido en el teatro, televisión y cine, con la que ha codirigido dos películas, debuta en solitario adaptando la novela más personal de Atxaga, que ya tuvo una adaptación teatral en el 2013, dirigida por el propio Bernués. Cuarta novela de Atxaga que llega al cine, con guión de Paxo Telleria (también adaptador en el teatro) en un relato que se divide en dos etapas, en la primera, centrada en los setenta, vemos como David y Joseba viven en ese pequeño pueblo donde las envidias, la miseria moral y lo tradicional mellan a una parte de la población, la vencida de la guerra, la que vive sometida ante el régimen franquista. Y una segunda etapa, la de finales de los noventa, cuando David, gravemente enfermo, recibe la visita de su amigo Joseba, ya adultos, dispuestos a enfrentarse cara a cara y hablar del pasado, cerrar heridas y marchar en paz.

La película viaja de un lugar a otro continuamente, mostrando todos aquellos aspectos oscuros de la vida cotidiana de los setenta, en una atmósfera irrespirable y opresiva en que habitan dos bandos, y donde aumentará la radicalización de David y Joseba cuando son testigos de las injusticias y asesinatos que cometen las autoridades franquistas. Después, nos contarán la vida clandestina perteneciendo a ETA, sus actividades y las diferencias entre los miembros del comando, para finalmente, saltar en el tiempo y llevarlos hacia su reencuentro, a rememorar aquellos años y todo lo que ocurrió entre ellos, mirándose y confesando todos los errores y aciertos que cometieron en unos tiempos convulsos y llenos de miedo, donde coger las armas significó para ellos un antes y después en sus vidas. Bernués opta por una luz enigmática y natural obra del gran Gonzalo Berridi (responsable de películas de Medem, Uribe, Gutiérrez Aragón…) creando esa atmósfera turbia y opresiva que tanto demanda el pueblo de Obaba, una extensión de la emocionalidad de los personajes, que se encuentran perdidos y encerrados entre tanto miedo y opresión, con la excelente música de Fernando Velázquez, que sin subrayar ni acompañar, ayuda a crear esos ambientes de luz que tiene la película, aunque sean muy pocos, crean esa tensión interior entre lo que sienten los personajes y el ambiente de terror en el que se mueven, y finalmente, el ágil y estupendo montaje de Raúl López (autor de Loreak o Handia, entre otras) que viaja de un tiempo a otro, sin que resulte pesado o tedioso.

Un relato duro y lleno de aristas emocionales que recupera el aroma de películas como En el nombre del padre o The Boxer, ambas de Jim Sheridan, dedicadas a explorar el terrorismo del IRA y sus graves consecuencias en la población. Bernués nos habla de la herencia paterna, del miedo de aquellos años de franquismo, de las tensiones entre lo que se debe hacer y lo que se siente, la violencia moral que se vive cuando las cosas se hacen mal, y la violencia física como único recurso ante tantas injusticias. Una narración brillante y laberíntica, nos lleva a la cotidianidad de unos personajes marcados por una guerra, la de los padres, y todo aquello que dejó en el ambiente, esa mugre y podredumbre entre unos y otros, hablándonos de frente de la culpa, el remordimiento, el rencor, el odio y la violencia que ha azotado durante tantos años una tierra bella, pero llena de cadáveres. Un estupendo y contundente reparto de caras poco conocidas encabezados por Aitor Beltrán y Cristian Merchán, dando vida a David de adulto y joven, respectivamente, al igual que Iñaki Rikarte y Bingen Elortza, dan vida a los Joseba, Frida Palsson es la mujer americana de David, y las otras mujeres como Mireia Gabilondo, Miren Arrieta y Laia Bernués, dando vida a esas miradas que sufren y padecen los avatares de tanta tensión entre los hombres, José Ramón Argoitia como el tío Eusebio, tan alejado de su padre, el acordeonista oficial del pueblo y franquista, que también hace el oficio del gran Joseba Apaolaza, con el instrumento musical como objeto de controversia y tensión entre padre e hijo, ya que significa obedecer y seguir los pasos de los vencedores y asesinos.

Una película que se sumerge en nuestra historia reciente, la más oscura, en aquella que todavía no está cerrada, en la que tantos recuerdan a aquellos que ya no están, que murieron porque unos y otros decidieron que la muerte significaba luchar contra la opresión y a favor de la libertad. Tiempos de miedo, de terror, de enemigos propios y ajenos, de amigos y traidores, de política, de violencia, de enemistades, de hombres corrientes que se lanzan a la lucha armada, de tiempos oscuros y llenos de sangre, de un tiempo que recordarán los amigos en los noventa, cuando ha llegado el tiempo de recordar, de mirarse a los ojos, de sumergirse en el interior del otro, y perdonar, confesar tantas verdades y acciones que en su día no encontraban explicación, de hablar sin tapujos, de contarlo todo, de construir el presente a través de confesar los errores del pasado, sin miedo y con profundidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA