Pobres criaturas, de Yorgos Lanthimos

LA CRIATURA. 

“Qué mutables son nuestros pensamientos y que extraño es ese amor aferrado que tenemos a la vida incluso en el exceso de miseria”. 

Frase de la novela “Frankenstein”, de Mary Shelley

Erase una vez en la Inglaterra victoriana a finales del XIX, en una de esas casas barrocas que se edificaron en tiempos de bonanza y derroche. En una de esas viviendas vive el brillante y poco ortodoxo científico Dr. Godwin Baxter con su servicio y su legión de animales domésticos mutantes, que no están muy lejos de aquellos que creaba el Dr. Moreau en la novela de H. G. Wells. En ese universo cerrado a cal y canto, también vive Bella, una criatura creada por el doctor, emulando a su colega de Frankenstein, de Mary Shelley. Bella se desplaza como una autómata por cada espacio de la casa, y arde en deseos de salir y conocer al exterior, del que apenas conoce nada. Todo ese deseo se abre con la entrada de la casa de Max McCandles, un aventajado alumno de Baxter que le ayudará en sus secretos experimentos. Aunque será la llegada de otro hombre a la existencia de Bella que le empujará a descubrir el mundo y no es otro del vividor y aparentemente mujeriego abogado Duncan Weddeburn. 

El octavo largometraje de Yorgos Lanthimos (Pangrati, Atenas, Grecia, 1973), vuelve a contar con el guionista Tony McNamara como ya hiciese en La favorita (2018), que adapta la novela homónima del escocés Alasdair Gray (1934-2019), aunque mantiene el espíritu que le han llevado a ser uno de los creadores más interesantes del panorama actual, el mismo espíritu que cosechó junto al guionista Efthymis Filippou en obras de tal calibre como Canino (2009), Alps (2011), Lobster (2015), El sacrificio del ciervo sagrado (2017). Cuatro títulos que mantenían espacios muy comunes como un conjunto “familiar” que se mantenía aislada del resto de los mortales, donde se creaban una serie de reglas que se seguían a rajatabla, muchas de ellas nada convencionales y ambiguas moralmente, y la aparición de alguien de fuera, joven, que resquebraja esa especie de tranquilidad y la convertía en un viaje profundo a lo más oscuro del alma, donde se cuestionaba todo y a todos. Pobres criaturas (Poor Things, en el original), sigue muy presente la mirada griega, porque tenemos a una criatura inocente que descubre sus deseos más carnales y se lanza a descubrirlos y sobre todo, a gozarlos, podríamos situar la trama en todo aquello que sería la continuación de La novia de Frankenstein (1935), de James Whale, donde descubrimos a la criatura conociendo el mundo, a través de una sociedad sometida a los convencionales en todos los sentidos. 

Bella rompe con tanta “normalidad”, porque su normalidad es muy diferente, alimentada por un sexo frenético, una forma de expresarse libremente, a su manera, desde su forma de bailar, de hablar, de caminar, y de comer, convirtiéndola en un ser nada contaminado por las reglas moralistas de una sociedad demasiado ensimismada en las normas sociales, que atentan contra la libertad del individuo y sus deseos más oscuros. La trama es lineal, narrada como el cuento de hadas que es, a modo episódico, con los espacios como intertítulos, tenemos London, Lisboa, el barco y París, siguiendo los pasos y el itinerario de Bella, descubriendo la vida, el sexo y sobre todo, descubriéndose y aprendiendo la hipocresía, el materialismo y la miseria de los demás, y los espacios para generar más justicia en la sociedad como leer a Marx, protestar ante el machismo en su trabajo, y vivir un amor libre de ataduras. Estamo seguros que el trato de Bella no es el más apropiado, pero no le falta razón, ella vive su vida sin importarle los demás, o los deseos oscuros de los demás, es alguien transparente, que expresa sin ningún moralismo sus ideas, deseos y emociones más salvajes y nada convencionales, cosa que la hace un ser revolucionario, humano y libre. 

Una película de exquisita pulcritud técnica con el barroco, gótico y onírico diseño de producción de Shona Heath y James Price, que nos remite a novelas como Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, y películas como El sanatorio de Clepsidra (1973), de Wojciech Has, y Las aventuras del Barón Münchausen (1988), de Terry Guilliam, bañado por esa luz, tanto en color como en blanco y negro, velada y artificial que da ese toque de sueño expresionista con esos encuadres imposibles filmados en 35mm que firma el cinematógrafo Robbie Ryan, que ya se encargó de la imagen de la citada La favorita, que ha trabajado para cineastas tan importantes como Andrea Arnol, Ken Loach, Sally Potter, Stephen Frears y Noah Baumbach, entre otros. La excelente música de Jerskin Fendrix, que alimenta esa desventura y no viaje al interior y a los deseos oscuros de la protagonista, que nos retrotrae a los cuentos y las fábulas de donde la película se inspira. El gran trabajo de montaje de Yorgos Mavropsaridis, que ha editado las ocho películas de Lanthimos, en una historia nada fácil que abarca 141 minutos de metraje, que aglutina con serenidad e inquietud la aventura de Bella, en la que vamos descubriendo con ella todo lo que siente y reflexiona junto a ella y el resto que la va encontrando en su viaje. 

Un reparto muy interesante como suelen ocurrir en las películas del cineasta griego, que descubrimos facetas ocultas de sus intérpretes por la complejidad de sus personajes. Un elenco que debe construir unos personajes arquetipos de cuentos de hadas, pero en esa sociedad puritana y moralista y tan victoriana, encabezado por una maravillosa Emma Stone, que también ejerce como coproductora, en su segunda película con Lanthimos. La actriz estadounidense ha dejado a Abigail, la sirvienta real para convertirse en una criatura nada convencional, llena de deseos vitales, sexuales y emocionales, que pondrá patas arriba su alrededor y una sociedad tan anticuada. Su Bella es un personaje de esos que la hacen mejor actriz, en un reto mayúsculo que la actriz no sólo compone con entereza y carácter, sino que nos enamoramos de una joven inocente que no es tan inocente, y una joven que actúa según siente, sin cortarse en absoluto, y sobre todo, a su manera, sin importarle los demás. Una actitud que todos deberíamos aprender tanto. Le acompañan un magnífico Willem Dafoe siendo ese Mad Doctor, lleno de cicatrices ya que fue objeto de experimentos, un ser solitario pero lleno de ciencia, siendo ese padre sin hijos que tiene en Bella toda su vida. 

Después tenemos a los otros, a los individuos de fuera, los que entran en la existencia de Bella. Tenemos a un Mark Ruffalo, algo así como el príncipe del lado oscuro, un donjuanesco y déspota y libertino, que sufrirá en Bella el reflejo de sus miserias, o quizás, de todo aquello que nunca se atrevía a reconocer y ahora, se ha enfrentado a ello. Ramy Youssef es otro hombre de ciencia, acomodado y convencional, que será el bueno o quizás el demasiado perfecto y tremendamente aburrido para un ser con tantas ansías de vida y aventura como Bella, Suzy Bemba es la amiga francesa de Bella, una mujer que vive su vida y sus ideas tan alejadas de lo aceptable. También, vemos a Hanna Schygulla, una presencia siempre estupenda. Vayan a ver Pobres criaturas sin prejuicios, sin convencionalismos, dejándose contaminar por la actitud y el carácter de Bella, que en algunos momentos les chocará, pero no se asusten, ella sólo se deja llevar por lo que siente, sin razonar lo que hace, como hacemos la mayoría, ella agarra la vida y sus consecuencias, mientras el resto piensa que es lo mejor, y la vida mientras tanto va y viene, y muchos siguen en eso, viendo la vida, no viviéndola. Así que, por favor, vivan y disfruten, porque los placeres de la vida están dentro de cada uno de nosotros y nosotras, y lo de fuera es sólo un escaparate, nada más. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La favorita, de Yorgos Lanthimos

CON LAS ARMAS AFILADAS.

“Cuando ruedas una película ambientada en otra época, siempre es interesante ver cómo se relaciona con la nuestra. Te das cuenta de cuán pocas cosas han cambiado aparte del vestuario y el hecho de que ahora tenemos electricidad o internet. Hay muchas similitudes aún vigentes en el comportamiento humano, la sociedad y el poder”.

Yorgos Lanthimos

El universo cinematográfico de Yorgos Lanthimos (Atenas, Grecia, 1973) es sumamente peculiar y extraño, sus películas nos sumergen en mundos diferentes y ajenos, a la vez que cercanos, siguiendo a un grupo reducido de seres, preferiblemente una familia, donde sus personajes se muestran misteriosos, ocultos y perversos, donde hacen uso de la maldad para conseguir sus propósitos, unos deseos muy oscuros, frustrados e inquietantes, que sacarán a la luz, guerreando contra todos aquellos que pretendan impedir llevarlos a buen término, donde Lanthimos somete a los espectadores a cuentos morales que radiografían lo más bello y aterrador de la sociedad contemporánea, todos esos instantes donde cada uno se mueve entre las sombras, dejando al descubierto sus más bajos instintos, sean de la naturaleza que sean, transformándose en un salvaje desatado y muy peligroso.

La favorita  es su tercera película rodada en inglés, después de tres primeras cintas filmadas en griego, y su primera película histórica, donde se aleja de lo contemporáneo para llevarnos hasta principios del siglo XVIII durante el reinado de Ana de Inglaterra, en las cuatro paredes de su gran palacio, alejado de todos y todo. Allí, nos presenta a la reina, una mujer oronda, feucha y con terribles ataques de gota, que la mantenía postrada a la cama o moviéndose en silla de ruedas. A su lado, Lady Sarah, amiga de la infancia, convertida en su dama de compañía, asesora política y amante. La armonía de palacio sigue su curso, entre la guerra contra Francia, las distensiones políticas entre lores para conquistar el poder, y las fiestas y demás entresijos de palacio. Todo esa cotidianidad, se verá duramente interrumpida con la llegada de Abigail Masham, prima de Lady Sarah, venida a menos por las malas prácticas de su padre, y ahora, convertida en criada, que es donde empieza en palacio. Con el tiempo, y su sabiduría en el arte de las hierbas, que beneficiarán la gota de la reina, irá escalando posiciones y convertida en alguien cercano a la soberana, desplazando la posición de Lady Sarah, aún más, cuando ésta se ausenta debido a un accidente con su caballo.

Lanthimos es un consumado trabajador en crear atmósferas perversas, frías y terroríficas, provocándonos constantemente, sometiéndonos a ese mundo de intrigas, mentiras y violencia, tanto física como emocional, que se instala alrededor de la reina, ajena a todas las acciones de la trepa Abigail, que con esa carita de buena, hará lo imposible para recuperar su posición social, cueste lo que cueste, y se lleva por delante a quién sea, un personaje que recuerda a Eve Harrington en Eva al desnudo, la mosquita muerta que pretende el puesto de la otra, o el Barry Lyndon, el arribista sin escrúpulos que hará todo lo que esté en su mano para conseguir poder, posición social y dinero, en el siglo XVIII. La película de Kubrick es una clara referencia al universo que construye el director griego, aprovechando al máximo la luz natural como hacía John Alcott en la película del británico, creando esos contrastes y desenfoques en una película que transcurre casi en su totalidad en los interiores del palacio, con la luz de las velas como rasgo significativo durante todo el metraje, utilizando una lente angular para filmar los diferentes espacios, obra del cinematógrafo Robbie Ryan (colaborador de Ken Loach, Stefen Frears, Andrea Arnold, Sally Potter, entre otros) tomando como referente los trabajos de Tilman Büttner en El arca rusa o el de Bruno Delbonnel en Fausto, ambas de Aleksandr Sokurov, donde se evidencia esa imagen ovalada en la que la cámara prioriza los elementos más cercanos, creando una ilusión casi fantasmagórica en todo el espacio, y dotando a los rostros y movimientos de los personajes una extrañeza fantástica y aterradora, sin olvidarnos de los movimientos bruscos de la cámara, de un lado a otro, mediante barridos que imponen un sentido enérgico a todo lo que se nos cuenta.

Lanthimos ha tejido con mimo y sensibilidad una película femenina, donde el trío protagonista, sin quererlo, se sumerge en un ménage à trois intermitente y discontinuo, que va cambiando la amante según el caso, donde Lady Sarah verá que su poder y su mundo se verán seriamente amenazados por la irrupción de Abigail, aquí disfrazada de ese intruso destructor que arriba a poner patas arriba todo, un mundo de mujeres, donde los hombres, soldados, políticos y bellos amantes, parecen sacados del histrionismo más exacerbado, con esos grotescos maquillajes, pelucones ridículos, ropas extravagantes y artes infantiloides. Muy diferentes a la imagen de ellas, más comedidas y sencillas, en todos los sentidos, dejando a Lady Sarah, el rol masculino, con esa ropa de pantalones, levitas y sombreros de soldado, a Abigail, convertida en la hermanastra perversa, con maquillaje y ropa elegante pero sin llamar la atención, y la reina, igual, con la altiveza de su posición, pero una señora amargada y triste, que llegó a sufrir la pérdida de 17 hijos, y eternamente enferma y horonda, que tiene el consuelo de “su dama”.

Un vestuario imponente y lleno de detalles y muy oscuro, obra de la reputada Sandy Powell, de larguísima trayectoria en la que ha trabajado con Haynes, Scorsese o Jordan. Y el detallista y poderoso montaje de Yorgos Pavpropsaridis, responsable en esta tarea en todas las películas de Lanthimos. Qué decir del fantástico trío protagonista encabezado por Rachel Weisz, dando vida a Lady Sarah, llena de pasión, energía e inteligente, Emma Stone, la perversa Abigail, llena de vileza y maldad y con sus armas afiladas, y Olivia Colman, una reina rota, alicaída, con poca ilusión y comilona, con pocos afectos, como una intrusa con ínfimas alegrías. Lanthimos ha vuelto a salirse airoso en otra muestra de su exploración sobre lo más oscuro del alma humana, sin concesiones y saltando al vacío, tejiendo con astucia y “su maldad” correspondiente, como es habitual en su cine, una película de trepas, de intrigas, misterios y violencia, donde se mata a cuchillo, sin miramientos, sin delicadeza, con trampas y maldad infinita, donde todo vale, y todo se ha dispuesto, con los medios más oscuros al alcance, con el fin de conseguir tesoro tan preciado, que no es poco. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia), de Alejandro González Iñárritu

birdmanEL HOMBRE-PÁJARO AL RESCATE

Después de su aventura barcelonesa con Biutiful (2010), -primera película sin su guionista Guillermo Arriaga, que había escrito sus tres primeras cintas- la cual dejó un sabor agridulce, donde Bardem era un enfermo terminal a punto de ser desahuciado, Alejandro González Iñárritu (México D. F., 1963) vuelve a rodar en inglés y una historia situada en Nueva York, en las tablas de la farándula de Broadway. En este caso, el realizador mexicano, gira hacía otro rumbo en su carrera, y se aleja de los personajes que habían caracterizado hasta ahora su filmografía, esta vez no hay seres desvalidos y excluidos sociales que se mueven en el abismo diariamente, ahora se ha centrado en el mundo de los actores, y en concreto, en uno de ellos, en alguien sumamente peculiar, que si bien su vida pende de un hilo, en algunos momentos, su ser está acostumbrado a lidiar con otro tipo de problemas, que tienen que ver más con la existencia y la espiritualidad. El personaje en cuestión recibe el nombre de Riggan Thomson, -pletórico Michael Keaton, en un rol que tiene muchos apuntes de su vida real- un actor cincuentón venido a menos, que en los años 90 cosechó fama internacional por protagonizar la saga de Birdman, el súper-héroe de turno enfundado en mallas que salvaba el mundo de malhechores y ataques terroristas. Ahora que su carrera, tanto interpretativa como personal, se encuentra en un callejón sin salida, se enfrenta a un reto personal: adaptar, dirigir e interpretar la obra “De qué hablamos cuando hablamos de amor” basada en un relato de Raymond Carver. Para ello se ha rodeado de un grupo de colaboradores, entre ellos su actual pareja y amigos, para levantar el montaje en pleno corazón de la gran manzana. Iñárritu nos coloca en un par de días previos al estreno, en las funciones de los preestrenos. En ese caos vital y mental por el que se mueve este hombre, aparecen una serie de personajes que le ayudan o lo desestabilizan aún más si cabe: su asistente, que intenta que el tinglado no naufrague antes de arribar a puerto, su hija, Sam, -una Emma Stone cándida y perversa- que hace de su asistente, y le reprocha  y le juzga por aquellos años que mientras se enfundaba en la piel de Birdman, ella no tenía su cariño; su novia, actriz en la obra, que le recrimina su falta de atención, su compañero, Mike Shiner, -Edward Norton en plan desfase y muy desatado- un actor de gran talento, pero también falto de profesionalidad y con tendencias psicóticas, y por fin, su alter-ego enmascarado, que actúa recordándole sus miedos, sus complejidades y su falta de personalidad, entre otras cosas. Este mejunje circense y caótico entre bambalinas que se ha parido Iñárritu en su quinto largo, explora los mecanismos oscuros del alma humana, hincando el puñal en los rostros de unos personajes que no encuentran su lugar, que deambulan como monstruos heridos en un paraíso absurdo donde ya nada parece tener forma y que los sueños se materializan en miedos y frustraciones. El cineasta mexicano funde toda esta amalgama de seres atrapados en su propia vorágine encerrados en apenas tres jornadas, filmado en un plano-secuencia, ayudado por puntos oscuros -operación similar a la llevada a cabo por Hitchcock en La soga- donde destaca la cinematografía de Emmanuel Lubezki –habitual de Cuarón y las últimas películas de Malick- pero aparte de la filigrana y virtuosidad técnica, la película se desata en una locura enfermiza sobre los egos, la fragilidad de las relaciones humanas, la percepción de uno mismo, la importancia de aceptarse, y sobre todo, la in-capacidad humana de sentirse bien con uno mismo y con los que les rodean.