Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia), de Alejandro González Iñárritu

birdmanEL HOMBRE-PÁJARO AL RESCATE

Después de su aventura barcelonesa con Biutiful (2010), -primera película sin su guionista Guillermo Arriaga, que había escrito sus tres primeras cintas- la cual dejó un sabor agridulce, donde Bardem era un enfermo terminal a punto de ser desahuciado, Alejandro González Iñárritu (México D. F., 1963) vuelve a rodar en inglés y una historia situada en Nueva York, en las tablas de la farándula de Broadway. En este caso, el realizador mexicano, gira hacía otro rumbo en su carrera, y se aleja de los personajes que habían caracterizado hasta ahora su filmografía, esta vez no hay seres desvalidos y excluidos sociales que se mueven en el abismo diariamente, ahora se ha centrado en el mundo de los actores, y en concreto, en uno de ellos, en alguien sumamente peculiar, que si bien su vida pende de un hilo, en algunos momentos, su ser está acostumbrado a lidiar con otro tipo de problemas, que tienen que ver más con la existencia y la espiritualidad. El personaje en cuestión recibe el nombre de Riggan Thomson, -pletórico Michael Keaton, en un rol que tiene muchos apuntes de su vida real- un actor cincuentón venido a menos, que en los años 90 cosechó fama internacional por protagonizar la saga de Birdman, el súper-héroe de turno enfundado en mallas que salvaba el mundo de malhechores y ataques terroristas. Ahora que su carrera, tanto interpretativa como personal, se encuentra en un callejón sin salida, se enfrenta a un reto personal: adaptar, dirigir e interpretar la obra “De qué hablamos cuando hablamos de amor” basada en un relato de Raymond Carver. Para ello se ha rodeado de un grupo de colaboradores, entre ellos su actual pareja y amigos, para levantar el montaje en pleno corazón de la gran manzana. Iñárritu nos coloca en un par de días previos al estreno, en las funciones de los preestrenos. En ese caos vital y mental por el que se mueve este hombre, aparecen una serie de personajes que le ayudan o lo desestabilizan aún más si cabe: su asistente, que intenta que el tinglado no naufrague antes de arribar a puerto, su hija, Sam, -una Emma Stone cándida y perversa- que hace de su asistente, y le reprocha  y le juzga por aquellos años que mientras se enfundaba en la piel de Birdman, ella no tenía su cariño; su novia, actriz en la obra, que le recrimina su falta de atención, su compañero, Mike Shiner, -Edward Norton en plan desfase y muy desatado- un actor de gran talento, pero también falto de profesionalidad y con tendencias psicóticas, y por fin, su alter-ego enmascarado, que actúa recordándole sus miedos, sus complejidades y su falta de personalidad, entre otras cosas. Este mejunje circense y caótico entre bambalinas que se ha parido Iñárritu en su quinto largo, explora los mecanismos oscuros del alma humana, hincando el puñal en los rostros de unos personajes que no encuentran su lugar, que deambulan como monstruos heridos en un paraíso absurdo donde ya nada parece tener forma y que los sueños se materializan en miedos y frustraciones. El cineasta mexicano funde toda esta amalgama de seres atrapados en su propia vorágine encerrados en apenas tres jornadas, filmado en un plano-secuencia, ayudado por puntos oscuros -operación similar a la llevada a cabo por Hitchcock en La soga- donde destaca la cinematografía de Emmanuel Lubezki –habitual de Cuarón y las últimas películas de Malick- pero aparte de la filigrana y virtuosidad técnica, la película se desata en una locura enfermiza sobre los egos, la fragilidad de las relaciones humanas, la percepción de uno mismo, la importancia de aceptarse, y sobre todo, la in-capacidad humana de sentirse bien con uno mismo y con los que les rodean.

 

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