Las delicias del jardín, de Fernando Colomo

PADRE E HIJO, Y EL DICHOSO ARTE. 

“El arte es una mentira que nos acerca a la verdad”. 

Pablo Picasso 

Con Isla bonita (2015), Fernando Colomo (Madrid, 1946), abrió una etapa diferente con producciones más pequeñas y temas más frescos y naturales, que significaba un gran giro, muy alejado del entramado industrial en su extensa carrera como director, desde aquellas Pomporrutas imperiales (1976), célebre cortometraje que siguió a sud ebut en el largometraje con la inolvidable Tigres de papel (1977), punta de lanza de lo que luego se llamó la “Comedia madrileña”. Más de treinta títulos entre películas, series y demás han hecho de Colomo un director de cine con muchas comedias a sus espaldas. Con Isla bonita volvía a un cine ya muy presente en sus inicios y hablamos de La mano negra (1980), y La mitad del cielo (1983), que recuperó con Eso (1996). Un cine con pocos medios, muy fresco y divertido, lleno de ironía y crítico con todo y lleno de unos personajes metidos en mil líos y con un corazón enorme, sin olvidar las estupendas apariciones de Colomo como un actor excelente que, sobre todo, se ríe de sí mismo y de todo lo que le rodea. Aunque había aparecido en sus películas realizando cameos inolvidables, fue en las primeras películas de Manuel Gómez Pereira donde se descaró como actor y en Todo es mentira (1994), de Álvaro Fernández Armero se destacaba como un actor peculiar y brillante. 

Como digo, en Las delicias del jardín, producida en los mismos parámetros que Isla bonita, con un guion coescrito junto a su hijo Pablo Colomo, destacado pintor figurativo que, además se pone a actuar junto a Colomo. Mano a mano, padre e hijo se convierten en las almas inquietas y torpes de la trama. El padre es Fermín, un pintor abstracto en plena crisis personal y económica, que disimula como puede sus temblores que le impiden pintar, y vive en un garaje prestado, y el hijo es Pablo, que pinta poco porque sigue enganchado a su ex. En esas está Pepa, ex de uno y madre del otro, que les propone que participen en el concurso que elegirá una obra original inspirada en “El jardín de las delicias”, del Bosco. Un relato que mira al mundo del arte, a sus estupideces, algarabías y demás desastres con humor. Un humor crítico e irónico, por el que pululan personajes, personajillos y entes de todos los colores y etnias, y entre medias los enfrentamientos amistosos y no tanto entre padre e hijo y el encargo que tienen entre manos, que no resultará nada fácil como era de esperar. Colomo insufla a la película ese gran cine que lo caracterizó en sus estupendos ochenta, en películas como La vida alegre (1987), Bajarse al moro (1989), y las ya mencionadas. 

Colomo, después de tantos años de oficio, se ha rodeado para la ocasión de un grande como José Luis Alcaine, toda una institución de la cinematografía española con casi sesenta años de carrera y más de 150 títulos en su filmografía, con el que ha rodado seis películas, rodada con móviles por cuestiones presupuestarias, dándole una apariencia de inmediatez y naturalidad asombrosa que le va como anillo al dedo a lo que cuenta la película, con esos dos parias que intentan encontrar algo que no sea lo de siempre. La música la pone Fernando Furones, la quinta película con el director, con una composición de comedia clásica donde vida y ficción y realidad se mezclan creando una idea de ritmo y movimiento fantástica. El montaje lo firma Ana álvarez Ossorio, cuarta película con Colomo, amén del trabajo de Paco León como director, que insufla a la película una composición donde la agitación y la transparencia se convierte en las mejores bazas de una película pequeña de producción y muy grande de transmisión porque hace reír y no sólo eso, porque lo hace con sutileza e inteligencia, con unos personajes principales a la caza de su pequeño pelotazo que los saque de tanta miseria y penurias. 

Con un reparto fantástico con Colomo como perfecto anfitrión que no duda en reírse de él, del arte y de los tiempos actuales, con tanta impostura, regodeo y narcisismo, bien acompañado por su hijo Pablo, que debuta como guionista y actor, que tampoco duda de mofarse del mundo del arte y la pintura en particular. Y luego una retahíla de pululantes como Carmen Machi en el rol de galerista a la caza de su bolsa que también como he dicho ex y madre de los protas. Antonio Resines como amigo de Colomo, con sus temas sobre las crisis sentimentales y demás, con unos grandes momentos siempre en un bar. La artista Carolina Verd hace un personaje muy divertido y esencial en la trama. Brays Efe, Luis Bermejo y María Hervás también aparecen en personajes breves pero interesantes, además de los pintores Antonio López y Javier de Juan que se interpretan a sí mismos. La película Las delicias del jardín nos devuelve al mejor Colomo, desatada en todos los sentidos, sin las ataduras de la industria y componiendo una divertidísima comedia sobre la vida, sobre el amor, las relaciones, el arte, la pintura y todo lo que le sigue, con aires del mejor Woody Allen y recuperando o volviendo, según se mire, a aquellas obras de los principios de su carrera, donde con pocos o nulos medios sabía captar toda la atmósfera social, cultural y humana que pululaban por el Madrid post dictadura. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

En temporada baja, de David Marqués

CUATRO TIPOS EN UN CAMPING. 

“La mitad de la vida es deseo, y la otra mitad insatisfacción”.

Carlo Dossi

En las películas de David Marqués (Valencia, 1972), nos cruzamos con tipos sin suerte, algunas veces por accidente, y otras, en su mayoría, por su mala cabeza. Hombres que pasan de los cuarenta, en su mayoría, divorciados y sin trabajo, o con empleos inestables que ellos creen que un golpe de suerte los salvará de su deprimente situación. El director valenciano no los juzga, el que más o el que menos, quién no ha tomado decisiones qué creía estupendas y luego, con el tiempo ha visto que no lo eran. Sus hombres hacen lo que pueden, o quizás menos, pero el caso es que los mira con cariño, no excesivo, sino con cercanía y verdad, no edulcora sus vidas ni tampoco lo pretende, mete esas dosis de comedia que hacen que el drama no se vea tan duro, tan trágico, como mencionaba Chaplin. El término que se usa ahora es el de “dramedia”, aunque las comedias más interesantes siempre han tenido verdaderos dramas en sus relatos, porque si les quitamos los momentos chistosos, sólo nos quedan existencias duras, de esas por las que nadie les gustaría pasar, así que toca reírse y sobre todo, reírse de uno mismo. 

En Temporada baja, séptimo trabajo de Marqués, con un guión escrito por él mismo y el trío Javier Echániz, Ion Iriarte y Asier Gerricaechevarría, que han estado en películas como Cuando dejes de quererme, Agallas, 70 binladens, Errementari (El herrero y el diablo y La pasajera, entre otras, nos instala en el ambiente de un camping, pero no durante el período vacacional, sino durante el resto del tiempo, cuando los turistas han vuelto a sus casas, y el camping está poblado de tipos que no tienen a donde ir, tipos como Alberto, un mánager de futbolistas de tercera, que se hace llamar “El crack”, uno de esos que espera su pelotazo en forma de pichichi, pero pasan los años y todo sigue igual o peor, le sigue Raúl, un periodista de investigación con demasiados principios y valores para trabajar en un antro de prensa amarilla o algo peor, Martín, no trabaja ni quiere, es un misterio de qué vive, pero deambula por el camping sin nada qué hacer y cabreado con todo, y más consigo mismo. A esta terna de hombres sin vida, en continua espera de no sé qué, se les une Charly, un policía local que lleva dos meses sin casa y qué los días en los que se desarrolla la película, ha de cuidar a sus hijos porque su ex se ha ido de charla a Ibiza. 

Marqués nos sitúa en ese camping, en ese territorio de acogida, de levantarse y orinar en compañía, casi como un ritual, en silencio y en amistad, de pasar tardes al sol y a la orilla del mar o de tertulia en el bar, siempre con cervezas, de hablar de todo y de nada, de cambiar el mundo constantemente, y de no hacer nada para cambiar sus vidas o lo que queda de él, esperanzados a la suerte o a qué los astros se fijen en ellos por arte de magia, parecen más esos cowboys envejecidos y retirados, no por ellos, sino por la vida, y pasan sus horas muertas en esos porches fumando y recordando que un día fueron o al menos así lo quieren sentir. La película se ve bien, hay momentos más conseguidos que otros, y la risa va y viene, hay instantes muy divertidos, de comedia loca y burra, pero hay otros, que la risa se congela, y el patetismo de estos tipos se impone y es mejor quedarse callado porque se humillan mucho, quizás demasiado, aunque la película no cae en el desánimo y la desesperanza, siempre se tendrán a ellos que en su caso ya es bastante, y quizás, su situación no mejorará, pero podrán reírse de sus miserias y estupideces en compañía, que no es algo que puedan decir muchos. Una película que tiene el regusto de aquellas comedias que se hacían en los ochenta, muchas de ellas protagonizadas por Resines, como La mano negra y Estoy en crisis, ambas de Colomo.  

El director levantino ha acertado de pleno en la elección del reparto con esos cuatro monstruos del saber estar y la risa de uno mismo, arrancando con un desatado y maravilloso Antonio Resines como Alberto, el caradura simpático y buscavidas patético, y un montón de cosas más que muchas son delito, pero en el fondo, una especie de padre gurú de todo el grupito variopinto del camping, Coque Malla es Raúl, el periodista de otro planeta, que debido a sus valores se muere de hambre en ese lugar sin vida, Fele Martínez es Martín, el “cabreao”, con todos y con él, aunque no lo reconozca, alguien que habla a destiempo y sin nada que aportar, pero ahí sigue, Edu Soto es el nuevo inquilino del camping, su Charly es un pobre diablo, que todavía está en shock con lo de su separación, algo así como un Robinson Crusoe que no sabe que está sólo. Después encontramos una retahíla de estupendos intérpretes, valencianos en su mayoría, como Ana Millán, Rosana Pastor, Vanesa Romero, Nacho Fresneda, Marta Belenguer, María Almudéver y Lorena López, entre otros y otras, que completan esos personajes de reparto tan esenciales en las comedias de verdad, esas que hablan de la condición humana y los sinsabores de la vida y demás. Vean En temporada baja, no les defraudará ni les hará perder el tiempo, porque habla de personas que podríamos ser nosotros, y no lo digo como mal augurio, sino porque la vida y esta sociedad tan cambiante e inquietante, puede llevarnos a un camping no por un período de asueto, sino por necesidad, por no tener nada mejor donde vivir, cuando se quiere vivir en otra parte y en otras circunstancias, pero la vida y sobre todo, la sociedad es así, ahora tienes y mañana quién sabe, porque nunca se sabe, y estos cuatro tipos no tiene nada y tampoco expectativas, y mejor, porque las que tienen los arruinan aún más, si cabe, así que mejor se quedan dónde están, en compañía, porque todo juntos duele menos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA