La traición de Huda, de Hany Abu-Assad

DOS MUJERES.

“Más traiciones se cometen por debilidad que por un propósito firme de hacer traición”

François de La Rochefoucauld

Muchos conocimos el cine de Hany Abu-Assad (Nazaret, Israel, 1961), con la impresionante Paradise Now (2005), trabajo notabilísimo sobre la jornada de dos suicidas palestinos. Más tarde nos fijamos en Omar (2013), otro grandioso thriller político en que un joven enamorado tenía dificultades con su mejor amigo y la policía israelí. Después de algunas producciones más comerciales que le han llevado a filmar en EE.UU., entre otros lugares, nos llega La traición de Huda, que vuelve a transitar los caminos de las dos mencionadas, pero esta vez, a partir de dos mujeres. Dos mujeres que parecen muy alejadas en sus cotidianidades, pero reflejadas en el mismo espejo macabro, aunque descubriremos que las dos están metidas en el mismo agujero, muy a su pesar. Por un lado, tenemos a Huda, una peluquera que narcotiza a Reem, le hace unos fotos muy comprometidas para chantajearla y que colabore con el servicio secreto israelí. Aunque la cosa no termina ahí, porque la resistencia detiene a Huda y la interroga por sus actos en contra de la causa palestina.

El director palestino ya había profundizado en temas tan complejos como la traición y el heroísmo, entre la lealtad y la infidelidad, como les ocurría a los dos amigos desdichados suicidas, o al propio Omar, enfrentados a todos y todo, metidos, sin quererlo, en encrucijadas que los situaban en lugares solitarios y muy duros. Es inevitable pensar en el Tema del traidor y el héroe, de Borges. Un cuento que reflexiona sobre la finísima línea que separa estos dos conceptos muy oscuros, porque según la circunstancia, uno puede ser uno u otro, y esta sombra asfixiante es la que aborda en su cine Abu-Assad, pero no lo hace desde el prisma simplista y acomodaticio, sino que lo envuelve en una cotidianidad que asusta, a partir de las dos realidades de estas dos mujeres palestinas, cogidas al azar, que podrían ser cualquiera. La película se detiene en las dos realidades de las dos mujeres, dos tiempos que suceden a la vez. En una, Huda, es interrogada por Hassan, uno de los jefes de la resistencia, en un oscuro y sombrío agujero bajo tierra, donde prevalece el diálogo y también, el incesante juego de miradas, gestos, confidencias y sobre todo, un perverso juego del gato y del ratón.

En la superficie el mismo juego perverso, en la realidad que vive Reem, la otra mujer, metida en un inquietante laberinto en el que no encuentra escapatoria y huye como puede de su marido muy celoso que no la cree y la resistencia que quiere capturarla. Los mismos días, día y noche, y la misma oscuridad, en la que las dos mujeres están atrapadas, metidas en una ratonera sin salida, desplazándose a hurtadillas por esa finísima línea entre la tradición y la lealtad, empujadas a una guerra que ellas querían no librar. El magnífico trabajo de cinematografía del tándem Ehab Assal, que ya trabajó con Abu-Assad en Omar e Idol, y el finés Peter Flinckerberg, que tiene experiencia en películas de su país y en EE.UU., siempre de corte independiente, firman un glorioso ejercicio de luz en un trama que tiene dos formas y texturas diferentes, la oscuridad del sótano y la luz asfixiante del exterior, en el que logran el objetivo de tensionar el relato sin dejar respirar de angustia a los espectadores. El estupendo montaje de Ellas Salman, que también estuvo en Omar e Idol, condensa con una gran fuerza y inquietud, como si de una película de género de terror se tratase, los noventa y un minutos de intenso e inquietante metraje.

El director palestino, gran director de intérpretes, se acompaña de cuatro almas que destilan naturalidad, solidez y cercanía como Maisa Abd Elhadi como Reem, que ya se había puesto a las órdenes del director en Idol, y recientemente la vimos en Gaza Mon Amour, de Arab y Tarzan Nasser, dando vida a una mujer atrapada, en continua huida, a la que nadie cree y todos buscan con malas intenciones. Le sigue Ali Suliman como Hassan, que era uno de los inolvidables suicidas de Paradise Now, que vuelve con Abu-Assad dieciséis años después, un actor internacional que le ha llevado a trabajar con Ridley Scott y Peter Berg, amén de una enorme carrera en la cinematografía árabe, se mete en el cuerpo y la mirada de un tipo también oculto y perseguido, alguien que vive en las sombras, que mantendrá un juego tenso con el personaje de Huda, que interpreta Manal Awad, toda una eminencia en el cine palestino, que ya había trabajado con el director y en la citada Gaza Mon Amour, da vida a la mencionada Huda, una mujer también atrapada como Reem, que deberá luchar para resolver su encrucijada y victimismo. Y finalmente, Samer Bisharat como Said, que fue uno de los protagonistas de Omar, aquí hace el marido celosísimo de Reem, alguien metido en su cabeza y que no ve más allá de esos pensamientos negativos que son producto de su terrible inseguridad y malestar personal.

Hany Abu-Assad ha vuelto a construir una impresionante película, que toca temas tan duros como la traición, la lealtad, el chantaje, la extorsión, la mentira, la verdad, la complicidad, la maldad, y la libertad, y las diferentes causas por las que se lucha o se mueven las personas, y todo lo hace desde una cotidianidad e intimidad abrumadoras, introduciéndonos con sencillez y naturalidad en ese microcosmos que plantea la película, donde nada es lo que parece y la calle más tranquila puede albergar tensiones políticas de primer orden, en un gran juego donde toca diferentes géneros como la comedia de situación y costumbrista de la secuencia que abre la película, al drama social de vivir en un lugar ocupado por un invasor que lo controla y hostiga a todos, y el citado thriller político, donde el espionaje no tiene nada de aventurero y glamuroso como venden las producciones palomiteras, sino que aquí todo pende de un hilo, donde cualquiera puede ser un espía o víctima más, depende de que hace y cómo lo hace, donde la máscara está a la orden del día, en que la guerra sucia de los estados, como hablamos la semana pasada con Un escándalo de estado, de Thierry de Peretti, tiene aquí otro capítulo más, igual de siniestro y malvado. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA