DESAFIAR LAS REGLAS.
Antes de empezar la película, se nos anuncia que estamos ante una película realizada en lenguaje de signos. Donde no hay traducción, ni subtítulos, ni voz en off. El director ucraniano Myroslav Slaboshpytskiy (1974, Kiev) – multipremiado cortometrajista en festivales del prestigio de Berlín y Locarno – tenía en mente realizar una película muda, y encontró en el lenguaje de signos de los sordomudos el vehículo perfecto, una película sin diálogos que tenga la capacidad de comprensión sin la necesidad de añadidos, apoyada en la gestualidad corporal (una idea parecida desarrolló Murnau en la última etapa del mudo con Amanecer y El último, películas con apenas intertítulos, que lograban un lenguaje moderno, comunicativo y brillante). El realizador ucraniano se ha lanzado al abismo con una película a contracorriente, alejada de cualquier moda, y sumamente cruel y devastadora, anclada en un excepcional concepto formal (tomas filmadas en planos secuencias largos y frontales con la distancia adecuada sin condicionar la mirada de los espectadores, con ese aroma de cineastas de la talla de Tarkovski, Tarr o Aleksei German).
La historia que se nos cuenta es sencilla, Sergey, un adolescente sordomudo llega a un internado, y pronto es reclutado por la organización delictiva “La Tribu”, (sociedad secreta que principalmente actúa de noche) capitaneada por uno de los profesores. Debido a sus buenas maneras en los robos, extorsión y demás fechorías, Sergey se convierte en uno de los elegidos. Un día, se enamora de Anna, una de las concubinas del jefe que se prostituyen para él, y entre los dos, comienza una historia de amor inocente, y clandestina a los demás. Sergey se enfrenta a su jefe y sus secuaces con el objetivo de huir con su novia. Slaboshpytskiy cimenta una película dura, terrible, y brutal sobre esos niños desamparados que encuentran cobijo en actividades violentas e inhumanas. Filmada en un barrio deprimido de las afueras de Kiev (que edificaron los presos de la segunda guerra mundial con el nombre de Stalin) donde se respira un aire gélido, seco, podrido y malsano, un ambiente alejado de humanidad, en el que asistimos atónitos a una violencia salvaje y escenas de sexo abrupto, animal, alejado de cualquier sensibilidad, exceptuando el que practican los jóvenes protagonistas, sus momentos son los únicos que se nos permite vislumbrar algo de esperanza, aunque muy a nuestro pesar, es una esperanza vana e ilusoria, muy alejada de la realidad imperante en la que se mueven, teledirigidos por hombres sin piedad.
La película mantiene una estructura de fábula, en el que el niño inocente se inicia en el mundo del hampa, se enamora de la niña equivocada y acaba enfrentándose a sus jefes. Slaboshpytskiy nos habla de amor, odio, furia, ira y desesperación, dentro de un artefacto formal realista y natural, a través del lenguaje corporal de sus personajes. Una película que se escucha y nos propone un descenso a los infiernos sin retorno, dejándose llevar por unas imágenes bellas y crueles, en un mundo lleno de tristeza y vacío de valores y moral. Un cuento como los de antes, filmado de un modo ejemplar, en la que sobresalen las interpretación de sus actores, haciendo mención especial a la pareja desdichada, Grigory Fesenko que da vida a Sergey, y Yana Novikova como Anna, los jóvenes sordomudos sin ninguna experiencia previa, superaron en primera instancia un casting que se alargó un año, para luego verse sometidos a un durísimo entrenamiento de preparación de personajes, que consistía en una convivencia alejada de todo, y unas estrictas normas para conseguir la mayor naturalidad en sus interpretaciones. El gran trabajo de fotografía de Valentyn Kasyanovich (prestigioso documentalista ucraniano), también productor de la cinta, que consigue filmar esas almas de carácter frío en continuo movimiento, esa corporeidad visceral que expresa todo lo que sienten, y unas miradas que desprenden quietud y silencio. Slaboshpytskiy ha construido una película admirable, sin necesidad de diálogos ni música, sólo el sonido ambiente, pariendo unas imágenes lúcidas, pero también dolorosas, filmadas con una crueldad sincera y amarga, pero desde una prudente distancia, capturando las emociones de los personajes, en una cinta que, aparte de mostrar una violencia inmoral y extrema, encierra en su textura fílmica una de las más bellas y emocionantes historias de amor de los últimos años.