La invitación, de Karyn Kusama

002_mUNA CENA CON AMIGOS.

Las primeras imágenes de Mulholland drive (2001) de David Lynch, nos conducían por las calles pendientes y curvilíneas de esos barrios lujosos y alejados de la urbe instaladas en lo alto de las colinas. El fascinante e hipnótico film nos introducía en un mundo cerrado que ocultaba  las existencias más siniestras que podíamos imaginar. La directora Karyn Kusama (1968, Brooklyn, Nueva York), que tuvo un debut prometedor en Girlfight (2000), que se centraba en una joven latina que soñaba con ser boxeadora, y le valió varios premios en Sundance, aunque luego cambio de rumbo con dos blockbusters hechos a medida de la maquinaria hollywodiense como Aeon flux (2205), espectáculo pirotécnico de peleas y fx, a la mayor gloria de Charlize Theron, y Jennifer’s body (2009) una cinta de terror al uso con asesina atractiva cepillándose a sus amigos.

Ahora, vuelve a los mismos derroteros de su opera prima, producción independiente, basada en complejas relaciones entre los personajes, exquisita atmósfera, un guión fluido e interesante manejado con gran tensión dramática que irá in crescendo, y un buen puñado de interesantes actores desconocidos. La trama arranca con Will (personaje que nos guiará por la película) y Kira, su novia. Los dos viajan en coche por las calles en subida por uno de esos barrios que nos hablaba el genio de Lynch. No parecen muy convencidos de lo que están haciendo, dialogan si aceptar o no la invitación de sus amigos. Finalmente, aceptan y se detienen frente a una de esas casas lujosas edificadas en lo alto de las colinas. Entran y les reciben los anfitriones, Eden y David. Un grupo de amigos ya se encuentran en la casa. Así arranca la película, Kusama nos va introduciendo de manera gradual y paciente en las relaciones soterradas que se respiran entre los personajes, sobretodo, entre Eden y David. Lo que parece un encuentro entre amigos para celebrar que llevan un tiempo, dos años para ser exactos, que no se ven, virará para sumergirnos en una cinta de terror doméstico, al estilo de grandes clásicos como La semilla del diablo y otros de la década de los 70, en los que se trabajaba a través de pocos personajes y las relaciones latentes que se removían en sus interiores.

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A través de flashbacks, la directora nos cuenta que Eden y David perdieron accidentalmente a su hijo, y ella despareció. Esa noche se reencontrarán, se volverán a mirar, en la casa donde todo ocurrió. La realizadora neoyorquina se mueve entre las sombras y los fantasmas del pasado, en cómo nos enfrentamos al dolor y al sufrimiento, los mecanismos personales y ajenos para aceptar la tragedia y vivir con la culpa y seguir viviendo a pesar de todo lo que nos duele y mata. Quizás la parte final resulte previsible, y vista en otras muchas obras del género, pero no desluce en absoluto la construcción milimétrica de la película, como a través de los ojos de Will vamos conociendo los detalles que impregnan y asfixian de tensión y terror a esa noche de reunión de amigos. Los personajes raros amigos de Eden y David, parecen estar allí con una misión que hacer. Las inquietudes y desconfianza de Will, todavía en estado depresivo por la pérdida, nos lleva a pensar que está en lo cierto en algunos ocasiones, pero en otras, parece un ser consumido por el dolor que sólo ve fantasmas y pesadillas a su alrededor. Un thriller psicológico de brillante factura que te va atrapando desde el primer momento, cargado de esa luz tenue y abstracta que va contaminando cada espacio, y a cada personaje de esa casa ensombrecida y fría, con unos intérpretes que manejan de manera eficaz las emociones de sus personajes, dotándolos de incertidumbre y tensión.

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