El cuadro robado, de Pascal Bonitzer

EL TESORO DE MULHOUSE. 

“Un cínico es alguien que, cuanto huele a flores, busca inmediatamente un ataúd”. 

Henry Louis Mencken 

Cuenta la historia de André Masson, un petimetre y endiosado empleado de Scottie’s, una prestigiosa casa de subastas de París. Un día, recibe una carta porque se ha encontrado el cuadro perdido “Los girasoles”, de Egon Schiele, desaparecido en 1939 por los nazis. Acude inmediatamente y descubre que es auténtico. Le acompañan su ex y colega Bertina. A partir de ahí, la cosa degenera de tal forma que el famoso y codiciado cuadro se convierte en el tesoro del que todos quieren sacar una gran tajada. La película se convierte en un relato clásico de espías e intrigas donde todos los personajes implicados juegan sus cartas marcadas intentando sacar el máximo engañando a sus rivales. El cuadro robado (en el original, “Le tableau volé”), de Pascal Bonitzer (París, Francia, 1946), nos cuenta hasta donde llegan los individuos que se dedican al mercantilismo del arte, en el que no hay reglas ni escrúpulos, sólo vale ganar y quedarse con el tesoro, o lo que es lo mismo, venderlo al máximo dinero posible para repartirlo entre los jugadores.

De Bonitzer conocíamos su extraordinaria carrera como guionista en la que ha trabajado con nombres tan excelentes como Rivette, Techiné, Raoul Ruiz, Akerman, Deray, Raoul Peck y Anne Fontaine, entre otros, amén de haber dirigido 9 títulos. Con El cuadro robado, con la colaboración en el guion de Agnès de Sacy, cómplice de Valeria Bruni Tedeschi, que ya había trabajado con el director en Tout de suite mantenant, que no se aleja demasiado de la que nos ocupa, dirigida en 2016 con Isabelle Huppert sobre la ambición desmedida en las altas finanzas, porque en ésta la cosa también se mueve por la codicia y las ansías de conseguir lo máximo usando a quién sea y cómo sea. El juego macabro que plantea la cinta es un juego muy sucio y oscuro entre varios personajes. Tenemos a André, tan engreído como estúpido, donde las formas y las apariencias lo son todo, un bicho malo capaz de todo. Le siguen la citada Bertina, del mismo palo, aunque con algo más de cordura y templanza, Maitre Egerman es la representante de Martin, el chaval obrero del turno de noche que tiene el cuadro. Y luego, están los otros, el dueño del cuadro, ya sabrán porqué, y los de más allá, los que quieren conseguir el cuadro por menos dinero del que vale. Un complejo rompecabezas en el que todos juegan como saben y tirando de farol e intentando engatusar a sus adversarios para conseguir el “Macguffin” que no es otro que la pintura.

El director francés se rodea de colaboradores estrechos como el cinematógrafo Pierre Milon, con más de 60 títulos, junto al desaparecido Laurent Cantet, Robert Guédiguian, Rithy Panh, entre otros, construyendo una luz cercana pero con el aroma de las películas de espías clásicas, en que la cámara se desliza entre los lugares más sofisticados con otros más mundanos. El músico ruso Alexeï Aîgu, al lado de Kiril Serebrennikov, Raoul Peck y Hirokazu Koreeda y más, que consigue atraparnos en esta enredadera que plantea la historia, con sutiles composiciones sin excederse manteniéndose a la distancia adecuada. El montaje de Monica Coleman, con medio centenar de títulos con nombres ilustres como los de Claire Denis, Amos Gitai, François Ozon, y muchos otros, con un trabajo espléndido y convencional, no por ello interesante en sus 91 minutos de metraje, en el que impone agilidad, tensión y oscuridad. En la producción encontramos la figura de Saïd Ben Saïd que, a través de su compañía SBS Productions ha levantado excelentes películas de Polanski, De Palma, Philippe Garrel, David Cronenberg, Kleber Mendonça Filho, Ira Sachs, Catherine Breillat y Sergei Loznitsa, y del propio Bonitzer.

Otro elemento que destaca en la película de Bonitzer es su elegante y magnífico reparto encabezado por un maravilloso André Masson que hace un soberbio Alex Lutz, que debuta en el universo del director haciendo de un tipo duro y vulnerable. Le acompañan la siempre genial Léa Drucker, una actriz tan sencilla como efectiva y tan creíble. Nora Hamzawi, vista en cintas de Olivier Assayas, guarda su as en la manga o quizás, la baraja, quién sabe. Louise Chevillotte es Aurore, la eficiente secretaria de André con el que mantiene un tira y afloja interesante. Arcadi Radeff es Martin, el “elegido” de encontrarse con el cuadro que verá su realidad bastante trastocada. Si deciden ver El cuadro robado, de Pascal Bonitzer se encontrarán una relato de “Muñecas rusas” al uso, donde los personajes juegan a muchas bandas y cada encuentro y desencuentro adquiere una dimensión inesperada. También, conocerán una cosa más de esta triste y deprimente sociedad mercantilista, donde no hay valores ni humanidad, sólo un gran fajo de dinero esperando al mejor postor, es decir, al más rápido, es decir, al que sea más mentiroso, más codicioso y más cínico. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Dobles vidas, de Olivier Assayas

VIDAS REALES, VIDAS DE FICCIÓN.

“Todo debe cambiar para que nada cambie”

(Príncipe Salina en El Gatopardo, de Visconti)

La frase que encabeza el texto mencionada por el Príncipe Salina, que interpretaba Burt Lancaster, al final de la película, tiene mucho que ver con este mundo cambiante, en continua transformación que nos ha tocado vivir, en el que continuamente iluminados de la tecnología vaticinan el fin del producto convencional por lo más nuevo, por la última virguería informática que hará nuestras vidas diferentes, modernísimas y mejores, aunque a la postre nada cambie y todo siga igual, más o menos, como vaticinaba el príncipe Salina. Las nuevas tecnologías en nuestra cotidianidad, las relaciones humanas y demás elementos que conciernen a nuestro tiempo son el marco por el que se guía la nueva película de Olivier Assayas (París, 1955) la decimoséptima de su carrera, que arrancó allá por 1986 con Desorden, en una primera etapa que se extendió hasta El agua fría (1994) en que dedicó cinco películas para hablarnos de la juventud, de sus deseos, ilusiones, infelicidad y vacío existencial, para adentrarse más adelante en terrenos más maduros en los que sus personajes y sus problemas iban haciéndose mayores junto a él, como en Finales de agosto, principios de septiembre (1998) donde exploraría la muerte y la ausencia dejada y cómo afectaba a sus más allegados, elementos que cohabitarán de forma natural y sistemática en su posterior cine con Después de mayo (2012) Las horas del verano (2008) Viaje a Sils Maria (2014) y Personal Shopper (2016).

Ahora, Assayas vuelve con Dobles vidas, donde se detiene en cinco individuos, cinco almas que se mueven en esta sociedad, donde parece que vivimos varias vidas a la vez, porque todo se hace y se vive demasiado intensamente, a una velocidad de vértigo, como si todo se tuviera que hacer deprisa y corriendo y varias cosas a la vez, sin parar, porque todo se acaba o está a punto de acabarse. Assayas nos cuenta las vidas de este grupo de parisinos en la que se sumerge en sus vidas íntimas y públicas, en las que conoceremos a Alain (Guillaume Canet) un exitoso editor que se contradice constantemente, porque tiene una mujer a la que adora, pero tiene un affaire con Laure (Christa Théret) una compañera que viene a digitalizar todo el modelo económico de la editorial, a Leonard (Vincent Macaigne) un escritor que plasma en sus novelas, que se niega a calificarlas de autoficción, todas sus experiencias vitales y sentimentales, y además, se acuesta con Selene (Juliette Vinoche, tres películas con Assayas) mujer de Alain, y actriz estancada en una serie exitosa de acción, pero que se muestra incapaz de dejar la serie. Valérie (Nora Hamzawi) mujer de Leonard, es una agente de campaña de un político integro y concienciado con los problemas más sensibles.

Y así están las cosas, un grupo de personas que viven su vida, la oficial, en la que todo parece ir bien, y por otra parte, la otra vida, la de ficción, o la que ocultan a sus allegados, o la que forma del autoengaño, a saber, porque ellos mismo ni lo saben. El cineasta francés enmarca su película en una comedia ligera, donde impone un ritmo acelerado, quizás contaminado por el sino de los tiempos actuales, donde sus personajes hablan y hablan, y no dejan de hablar, de muchos temas, por ejemplo, la digitalización de la sociedad actual, del futuro o más bien de la especulación, como apunta Alain en una mesa con amigos, donde todo parece que va a estallar de un momento a otro, pero no lo hace, o si lo hace, se trata de forma muy tímida, casi como un remolino intenso pero que se terminará en poco tiempo, algo así como el remolino interno y emocional que viven los personajes llevando adelante sus vidas, las que todos conocen, y las que ocultan, o las que no cuentan, que quizás son menos ocultas de las que creen.

Assayas atiza con vehemencia a nuestra sociedad, a sus rígidas estructuras económicas y al supremacismo del dinero, a esos gurús de la tecnología que vaticinan la defunción de lo tradicional en pos a una sociedad cibernética e hiperconectada, donde todo se hará por internet, en el que nos movemos por el mundo laboral, en este caso la edición de libros, como ocurría en Demonlover (2002) donde Assayas se sumergía en el espionaje industrial entre empresas y la sensación de los dibujos porno en 3D. Aquí, también hay estrategia industrial, entre otras cosas, como escenifican de forma sencilla y magnífica la relación entre Alain, el editor que apuesta por el libro de toda la vida, y se mantiene expectante a tantos cambios que se proclaman a los cuatro vientos como hace Laure, su nueva compañera de trabajo y cama. Unos tiempos convulsos, en los que todavía hay náufragos resistentes de sus novelas como Leonard, que tiene el mismo problema que tenía Harry con sus ex novias y amigos porque no paraba de hablar de ellos en sus libros en Desmontando a Harry, de Woody Allen.

El director parisino también nos habla de cine, como hizo en Irma Vep (1996) donde un director fracasaba en el intento de devolver a la actualidad la serie de Las Vampiras, de Feuillade. Ahora, se acuerda de Bergman y su película de Los comulgantes, donde recuerda al sacerdote sin fe que hablaba a una iglesia vacía, como ese mundo convencional en pos del online que muchos vaticinan que llegará pero que no llega, o a Haneke, con un chiste sexual en un cine viendo una del director austriaco. Assayas se muestra crítico con la sociedad, con la política, con las verdades absolutas, y las mentiras de siempre, encontrando a unos personajes infelices y frustrados, que encuentran en la mentira y las dobles vidas, que habla el título, en su razón de existir, aunque muy bien no sepan porque lo hacen y a qué lugar les lleva todo eso, porque al fin y al cabo, todos nos movemos con prisas en esta vorágine absurda y superficial que alguen llamó vida, porque todo se autodefine constantemente, y lo que ayer era el no va más con mucha energía, ahora se niega o se contradice con la misma fuerza. Un mundo cambiante, en constante ebullición, donde todo parece una cosa y al día siguiente, ya es otra. Quizás, como nos quiere contar Assayas, después de todo, nos quedan los amigos, nuestros amores, los reales y los ficticios, una copa de vino, y una buena charla sobre todo o nada. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA