Eugénie Grandet, de Marc Dugain

LA MUJER LIBRE Y VALIENTE. 

“Todo poder humano tiene un componente de paciencia y tiempo.”

De Eugénie Grandet (1883), de Honoré de Balzac

Resulta revelador que la primera adaptación al cine de una novela de Honoré de Balzac La marâtre (1906), la dirigió Alice Guy (1873-1968), el/la primera cineasta de la historia. Más tarde vinieron otras dirigidas por Truffaut y Rivette, que adaptó un par La bella mentirosa y La duquesa de Langeais. De Eugénie Grandet ya se había llevado a la gran pantalla en otras ocasiones. Ahora llega de la mano de Marc Dugain (Dakar, Senegal, 1957), excelente novelista con una trayectoria de casi la veintena de títulos, de la que El pabellón de los oficiales se llevó al cine dirigida por François Dupeyron en el 2011. Como director lo conocemos por Une exécution ordinarire (2010), que adaptó su propia novela en un drama ambientado semanas antes de la muerte de Stalin. Le siguió L’echange des princesses (llamada aquí Cambio de reinas), adaptación de la novela homónima de Chantal Thomas, y ambientada en el siglo XVIII, bajo la mirada de una adolescente y una niña princesas francesas que las casarán con los herederos españoles para mantener la paz. 

Con Eugénie Grandet, Dugain se mete de lleno en la mirada de otra mujer, la Eugénie del título, una joven soltera e hija de Felix Grandet, un tonelero y hombre de poder en Samur, tremendamente codicioso y avaro que oculta su fortuna a todos y todas, ambientada en la época de la Restauración de los Borbones en Francia, tras la caída de Napoleón en 1814 y previo a la Revolución de Julio de 1830, en la que Balzac nos habla sin cortapisas y de frente sobre la situación de sometimiento de la mujer por parte del hombre. La llegada de Charles Grandet, sobrino del amo, recientemente huérfano y sin bienes, cambiará todo para la joven Eugénie, que dejará esa vida de beata y trabajo de hogar, y se enamorará del joven. Entre sus virtudes, la cinematografía gala puede presumir de producir excelentes dramas históricos, tanto por calidad artística y técnica, como demuestran títulos como Cyrano de Bergerac, El nombre de la rosa, La reina Margot, Ridicule, entre otros. Eugénie Grandet es otra de las películas que se suma a esa excelencia del drama histórico.

Un drama histórico que sigue la gran tradición de la cinematografía francesa porque el cineasta francés se rodea del cinematógrafo Gilles Porte, del que vimos por aquí como director El estado contra Mandela y los otros (2018), que codirigió con Nicolas Champeaux, y ya trabajo en Cambio de reinas, en un trabajo riguroso y con una luz magnética, en la que predominan los claroscuros, y esos interiores velados que recuerdan a los citados títulos, así como los grandes trabajos de diseño de producción de Sevérine Baehrel y de vestuario de Fabio Perrone, también en Cambio de reinas, y en la poderosa Germinal (1993), de Claude Berri. La excelente partitura de Jeremy Hababou, que sabe dotar de belleza, drama y sensibilidad del que está construido el relato. El magnífico montaje de Catherine Schwartz, habitual en el cine de Gaël Morel, que hace un trabajo inmejorable de concisión y detalle para contar una historia que combina el estatismo en el que vive la protagonista con el movimiento perpetuo de los hombres, en una historia que abarca los ciento tres minutos de metraje. 

Un enorme reparto que fusiona a los veteranos como el estupendo Olivier Gourmet, un actor capaz de hacer lo que quiera, con sencillez y aplomo, que da vida al monstruo de Grandet, ese padre de ambición desmedida, estúpido y altivo. A su lado, Valérie Bonneton, un actriz que ha trabajado con Olivier Assayas y Mia Hansen-Love, entre muchos otros, que interpreta a la sumisa y anulada mujer de Grandet y madre de Eugénie, y los más jóvenes, entre los que encontramos a César Domboy, que tiene en su haber a directores como Mélanie Laurent y Robert Zemeckis, dando vida a Charles Grandet, un joven atractivo parisino que llega a Samur con una mano delante y otra detrás, será una luz para Eugénie, que interpreta Joséphine Japy, a la que hemos visto como protagonista en Amor a segunda vista y en los repartos de El monje y Las apariencias, se convierte en una maravillosa protagonista, en un personaje que mira más que habla, que mezcla su indudable belleza con una serenidad y paciencia indomables, en una mujer fuerte, valiente y llena de sabiduría que esperará su momento y tendrá muy claro su camino y qué hacer. 

Dugain ha construido una hermosísima, reveladora y magnífica película, que no solo es un brillante y eficaz drama, sin fisuras ni sentimentalismos baratos, sino que profundiza con honestidad e intimidad en todas aquellas mujeres de mediados del XIX en aquella Francia machista y soberbia, sino que habla de todas las mujeres, de todos sus sometimientos, sus deseos y amores, y como no, habla del amor desde una perspectiva muy diferente, alejándose de tantos y tantos retratos de amor romántico sin medida. Aquí no hay nada de eso, porque nos habla de un amor de verdad, de aquellos que se pueden tocar y sentir, nada que ver con esos amores que nos venden en el cine y la novela barata, que nada tienen que ver con la realidad dura  en la que nos movemos. Eugénie Grandet no es solo una novela sobre aquella Francia del XIX, sino que es un certero y sencillo retrato sobre la condición humana, aquella masculina que somete a las mujeres, y la femenina, aquella que se calla, como la madre, y aquella otra que no, que sigue firme, que camina, que sabe hacia adónde va, que tiene muy claro que la vida está mucho más allá que casarse y tener hijos, que también se puede experimentar la felicidad de formas muy diferentes, y sobre todo, en libertad y en soledad, porque todo eso nada tiene que ver con lo que uno siente en el interior, y la compañía más importante siempre es la de uno o una, porque Balzac era femeninista y miraba a la mujer de verdad, creía en ella, en todo su ser, una mujer que no está muy lejos de la Madame Bovary, de Flaubert, otra novela del XIX, que también cuestiona y rompe los valores tradicionales impuestos por los hombres, y retrata a mujeres libres, valientes y con coraje. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

Cambio de reinas, de Marc Dugain

LA INTIMIDAD DE LOS REINOS.  

En mitad de la película, más o menos, hay un momento que la define considerablemente, cuando Luisa Isabel (la hija del regente que es obligada a contraer matrimonio con Don Luis, el heredero del trono de España) baja del carruaje con la excusa de hacer sus necesidades en un claro del bosque. Se pone de cuclillas, mira al cielo y baja su mirada topándose con una campesina a la que sonríe intrigada. De repente, un subordinado de la corte  se le acerca y rompe ese instante, devolviéndola a su cárcel particular, a su mundo, a ese universo tan ajeno a las necesidades de una población empobrecida e invisible. Marc Dugain (Dakar, Senegal, 1957) es un reputado escritor con una decena de novelas publicadas, entre ellas El pabellón de los oficiales, que llevó al cine François Dupeyron, aunque también ha dirigido cuatro títulos, dos para televisión, y uno para el cine, An Ordinary Execution (2010) sobre los últimos días de Stalin desde la perspectiva de una curandera y su marido. Su cuarto trabajo Cambio de reinas, basada en la novela de una especialista en la materia como Chantal Thomas, que coescribe el guión con el propio Dugain,  vuelve a centrarse en una intriga política en la que nos traslada al convulso universo del Palacio de Versalles del primer tercio del siglo XVIII, antes del estadillo de la revolución que acabará con todo, donde Luís XV, un niño huérfano de 11 años es coronado rey. A través de una estratagema de su regente Felipe de Orleans que consistía en casar a su hija la señorita Luisa Isabel de 12 años de edad, con Don Luis, el heredero al trono de España, además de que Luís XV, a su vez, contrajera matrimonio con Mariana Victoria de 4 años de edad, Infanta de España e hija del rey Felipe V. Una estrategia política que acabaría con años de guerras entre los dos países, guerras entre Borbones contra los Orleans, que los debilitó enormemente.

Dugain opta por una forma sobria e íntima, dejando las fastuosidades de palacio de lado, y centrándose en sus personajes, sobre todo, en las féminas, dos niñas introducidas, muy a su pesar, en un complejo laberinto de alianzas, traiciones y juegos interesados de poder. La película no esconde su buen gusto y sensibilidad para mostrarnos la vida cotidiana de los diferentes palacios, con una grandísima ambientación, amén de su espectacular vestuario y diseño de producción, eso sí, unos universos en decadencia, vapuleados por las graves epidemias como la peste o la viruela, que acabaron con muchos de sus integrantes, las intrigas y corruptelas de palacio pro el control del poder, y sobre todo, la malditas guerras entre España y Francia que debilitó su dinastía y los dejó muy heridos, contribuyendo a sus correspondientes desapariciones. El cineasta francés deja de lado el sentimentalismo y los efectos de guión, para mirar desde el que  observa sin juzgar, del que trata de entender a todos los personajes, describiendo con delicadeza sus intereses, ya sean lícitos o no, y sus estrategias para alcanzar esas posiciones cercanas al rey.

El realizador francés describe con acierto las barbaridades que se cometían en pos de la monarquía y los intereses individuales, como otorgar responsabilidades de estado a niños que se pasan su cotidianidad como reyes entre juegos infantiles y decisiones de grandes trascendencias para el devenir del estado. Incluso, la película indaga de forma evidente en todo aquello que se cocía entre sabanas entre unos y otros, donde la homosexualidad era una opción real entre aquellos que eran obligados a encamarse por la buena salud de la monarquía. Dugain nos muestra una interesante variedad de personajes, desde el niño Luis XV, y todo aquello que lo rodea, como ese instante en que vuelve a Versalles, sólo y perdido, que describe sin palabras todo sus sentimientos contradictorios, o su forma de dirigir el país, entre la falta de decisión, propio de su temprana edad, y de aquellos lacayos que le siguen el juego, o su relación con Mariana Victoria, la Infanta de 4 años elegida para ser su reina, una relación más propia del hermano o primo mayor que parece no querer jugar con esa primita que le han traído a su casa. En cambio, la Infanta se muestra muy en su rol, porque nunca le vemos quejarse o mostrar antipatía hacia el rey que le ha tocado, sintiendo que su vida palaciega es su destino, a pesar que tenga más interés en jugar a caballito que otra cosa.

Por el contrario, la vida en la corte española de Luisa Isabel es cuánto menos incómoda y muy problemática, ya que la niña de 12 años es descarada, insumisa y moderna, y se niega a su destino, comportándose de forma despectiva y lenguaraz a la vida en la corte, como la obsesión por la religión o las formas empleadas que crítica y se muestra muy reacia a compartir. Dugain también retrata con aplomo todas las intrigas que se suceden entre los adultos, espabilados y arribistas con ínfulas que les ríen las gracias a los reyes para conseguir sus propósitos, sin importarles nada más. Dugain se ha reunido de un reparto convincente y magnífico en el que destacan Igor Van Dessel como Luís XV, bien acompañado por Anamaria Vartolomei como Luisa Isabel, a la imprime carácter y sabiduría, y la niña Juliane Lepoureau como la Infanta Mariana Victoria, y los adultos como Lambert Wilson como Felipe V, Olivier Gourmet como Felipe de Orleans o Catherine Mouchet como la dama de compañía de la Infanta.

El director francés sigue la tradición de la cinematografía francesa por su historia, en el que es raro que cada temporada produzca algunas cintas sobre el devenir histórico de la realeza en sus tiempos más convulsos, complejos y finales, en el que Cambio de reinas se erige como una muestra sólida y convincente de esas intrigas palaciegas con niños de por medio, donde Dugain  teje con pausa y concisión una película sencilla y directa, honesta en su planteamiento y ejemplar en su despedida, contándonos todo aquello que se cocía en los diferentes palacios cuando se cerraban las puertas y quedaban ocultas a los ojos de los más críticos e interesados, sumergiéndonos en las diferentes alcobas cuando se encamaban los diferentes futuros esposos, que, según la costumbre, no era muy normal. La película observa, describe y retrata un universo venido a menos, decadente y estúpido, donde unos quieren mantener aquello que ya tiene fecha de caducidad, aquello que fue y ya nunca será, aquello que ni con matrimonios de conveniencia es salvable, y todo por la codicia de tantos, tan preocupados de lo suyo, sin percatarse que el resto, lo más importante, se iba cayendo a trozos irremediablemente.