Eureka, de Lisandro Alonso

ÉRASE UNA VEZ EN AMÉRICA. 

“Nosotros no heredamos la tierra de nuestros ancestros; solo la tomamos prestada de nuestros hijos”

Proverbio nativo norteamericano

Podríamos decir que el primer tramo de Eureka, de Lisandro Alonso (Buenos Aires, Argentina, 1975), entrando en el espacio de la imaginación, es la conclusión de Jauja (2014), la anterior película de Alonso. Porque el oficial danés por fin da con su hija, a la cuál buscaba con ahínco en la mencionada. Un tramo filmado en blanco y negro con un formato cuadrado, muy sucio y físico, ambientado a finales del XIX o primeros del XX, en el que un tipo aparece por un poblado mexicano, muy parecido al de Por un puñado de dólares (1964), de Sergio Leone, a tiro limpio liquidando a todos los matones que se va encontrando en su áfan por dar con su hija, cruzándose con una enigmática mujer que es la cabecilla de todos los asesinados. Aunque, la conclusión quedará para nuestra imaginación, porque de repente, pasamos a la actualidad, y más concretamente en Pine Ridge en Dakota del Sur, en una reserva india que iremos conociendo de la mano de Alania, una policía en el turno de noche, y también, su sobrina Sadie. Otro corte dejará este segundo episodio para llevarnos al tercero y último, el que se sitúa en los años setenta en pleno río Amazonas cuando un grupo de indios se afanan por encontrar oro empleados por el blanco de turno. 

El cineasta argentino completa su película más ambiciosa de su breve pero intensa filmografía, 6 títulos en 22 años. Si bien continúa sumergiéndose en tipos solitarios y errantes, alejados de todos y todo, en una trama onírica y muy física, donde el personaje, el paisaje y el alma se funden en un terreno muy cercano a aquellos no westerns de finales de los 60 y comienzos de los 70, donde se despoja tanto a la historia, el personaje y al espacio de cualquier halo cinematográfico y se humaniza todo, retratando seres perdidos, confusos con una sociedad malvada y enfrascados en cuestiones del alma. Con la citada Jauja se produjo un cambio que todavía arrastraba conceptos y miradas de sus cuatro primeros filmes, aunque ya dejaba huellas de su interés por los nativos americanos, los grandes protagonistas, muy a su pesar, de la grandeza del western y por ende de Hollywood, personificando el mal, el salvajismo y lo antinatural, cuando era todo lo contrario. Una imagen que aquel no western se encargó de desmitificar, tratando a los nativos desde la mirada del conocimiento, dándoles su importancia en la historia de Estados Unidos. Alonso parte de la ficción de su primer episodio, en el que retrata un no western, alejándose del canon hollywoodiense, y más próximo a la modernidad del no género, para mostrar dos realidades bien diferentes de la suerte de los indios americanos. Desde la cárcel en la que viven más de 50000 personas en la reserva comentada, sumidos en el olvido y totalmente alineados a la forma de consumismo occidental, y los otros, a aquellos indios del Amazonas que trabajan para hacerse ricos, pero mantienen sus tradiciones y costumbres ancestrales, tanto con el entorno y los animales, en especial, las aves.

 Tres miradas para reflexionar sobre la suerte de los nativos, para mirarlos y sobre todo, para darles su espacio e importancia en la historia. Son tres momentos que parten del género para deformarlo o mejor dicho, para desmontarlo, para quitarle toda la parafernalia y despojarlo del sometimiento occidental. Una experiencia que la película, y tomando los anteriores trabajos del cineasta bonaerense, se multiplica y suma al espectador en una experiencia más allá de lo físico en el que lo transporta a un espacio donde el espíritu se mezcla con lo más tangible, en que las tradiciones van encontrando su resquicio de luz y manifestándose. En Eureka a partir de un guion escrito por Fabian Casas (que estuvo en Jauja y en la reciente Los delincuentes, de Rodrigo Moreno), Martin Caamaño y el propio director, construyen una película muy de cine, donde prevalecen dos elementos como la presencia femenina, y  seguramente, es la película más hablada de Alonso, porque también abarca mucho, tanto pasado histórico como presente continuo, pero sin apartar lo cinematográfico, porque lo hay y mucho como ha hecho en su cine, donde cada cuadro y cada mirada adquieren un significado relacionándolo en su conjunto.

Una imagen que vuelve a tener una importancia esencial como en sus anteriores películas, con el formato cuadrado del inicio y final, con el 16:9 en el medio, donde nuevamente vuelve a contar con Timo Salminen, como hiciese en Jauja, y un segundo cinematógrafo como Mauro Herce, dos grandes de la luz para dotar a la historia de una presencia fuerte y tensa, que va desde el blanco y negro denso, y ese halo de realidad y cuerpos más cerca de las experiencias de Kelly Reichardt, o las de El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, El poder del perro, de Jane Champion, Appaloosa y la reciente Hasta el fin del mundo, ambas protagonizadas por Viggo Mortensen, entre otras, pasando por lo nocturno de la reserva, que nos retrotrae al cine de los outsiders norteamericanos como Fuller, Cassavetes, Jarmusch y los Cohen, entre otros, para finalizar en ese río Amazonas de los setenta donde emergen los Glauber Rocha, y los Nelson Pereira dos Santos, donde se desnuda el encuadre y se penetra en los rostros y el alma de los personajes. El pausado y sobrio montaje de Gonzalo del Val, que ya hizo lo mismo en Jauja, con sus 147 minutos de metraje, en el que el ritmo cadencioso y depurado enriquece enormemente la experiencia que propone la película, donde tan importante es lo que vemos como lo que sentimos y más tarde, reflexionamos, en todo eso que se ha llamado western y la imagen distorsionada de los nativos, convirtiéndolos en un mero objeto definido por sus invasores. 

El gran trabajo de sonido, donde tan importante es lo que entra y lo que no, que firman Santiago Fumagalli, que ha estado en todas las películas de Alonso, y Vincent Cosson, toda una eminencia con casi 250 títulos que le ha llevado a trabajar con Gus Van Sant y Pablo Larraín, el magnífico diseño de producción con Miguel Ángel Rebollo, habitual de Javier Rebollo y Jonás Trueba, e Yvonne Fuentes. Un reparto que tiene a su compadre Viggo Mortensen que, después de Jauja se han convertido en una hermandad de la vida y el cine, dando vida a ese tipo con sed de venganza sin caballo y cansado y sucio que se enfrenta a todos y a él mismo, que tiene ese momentazo con Chiara Mastroianni, en la piel de una capo sin palabras y como mira, Alaina Clifford es la indígena polícia en la reserva que lleva todo el peso en la segunda película, que nos tiene arrebatados en una composición que recuerda a la de Lily Gladstone, la india de otra gran película desmitificadora como Los asesinos de la luna, del gran Scorsese, Sadie Lapointe es Sadie, la sobrina que quiere huir de allí, de tanta soledad, vacío y sin futuro, y luego el mexicano José María Yazpik como capataz en el río Amazonas, Viilbjork Mailing Agger, que repite después de la experiencia de Jauja, y luego una retahíla de grandes intérpretes componiendo unos personajes cercanos y naturales. 

A los que conozcan el cine de Lisandro Alonso estarán deseosos de volver a sus historias, sus imágenes, y sobre todo, su ensoñamiento, porque hacía casi una década que no veíamos una película del argentino, tiempo que ha dedicado a otros menesteres, según explica. Así que, le estreno de Eureka, título muy bien colocado y cuando vean la película estarán conmigo, es todo un acontecimiento a sus más fieles seguidores, en los que me encuentro, y no solo eso, porque aquel que no conozca su cine, es una gran oportunidad de conocerlo, porque además de disfrutar con uno de los narradores más singulares y personales del cine actual, es también un explorador de imágenes, a través de sus encuadres y planos, de sus largos planos y de sus primeros planos, y de encuadrar a sus personajes en los espacios, donde es todo un virtuoso, y añadir ese espacio espiritual, ese paisaje que no vemos pero está ahí, y esta película lo muestra, no desde lo físico, sino desde lo espiritual, desde ese lugar del que los occidentales nos hemos alejado tanto que ya ni reconocemos, y es ahí donde los indios, por mucho que les hayan expulsado de sus tierras, siguen hablando con sus ancestros, con sus muertos, con los otros, y siguen viendo aquello que nosotros no vemos, y es en ese instante donde mejor se mueve la película de Lisandro Alonso, haciendo visible lo invisible. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Hasta el fin del mundo, de Viggo Mortensen

HISTORIA DE UN AMOR. 

“Cuando nos vimos por primera vez, no hicimos sino recordarnos. Aunque te parezca absurdo, yo he llorado cuando tuve conciencia de mi amor hacia ti, por no haberte querido toda la vida”

Antonio Machado 

Me gusta pensar que Hasta el fin del mundo (“The Dead don’t Hurt”, en el original), la segunda película de Viggo Mortensen (Watertown, New York, 1958), nace de dos películas que protagonizó el actor danés-estadounidense como Appaloosa (2008), de Ed Harris y Jauja (2014), de Lisandro Alonso. Dos western crepusculares, o como a mi me gusta describirlos: “No Westerns”, es decir, historias donde la épica y el heroísmo de los primeros años del género ha desaparecido, donde sus protagonistas son almas de vuelta, entrados en los cincuenta y sesenta, seres que fueron y ya no son, individuos perdidos y solitarios que ya no encuentran su lugar y mucho menos su paz, tipos que la modernidad materialista ha pasado muy por encima. Hombres a caballo que arrastran demasiadas derrotas, demasiados recuerdos y sobre todo, demasiados amores perdidos. En definitiva, fantasmas vagando por unos territorios ajenos, raros y vacíos. 

Mortensen se aleja de su primera película o quizás, se sitúa en otra perspectiva sobre el significado de amar. si en aquella Falling (2020), se centraba en la imposible relación entre un autoritario padre y su hijo homosexual. Ahora, el amor que nos explica es un amor maduro, un amor inesperado, y un amor entre dos seres independientes, libres y valientes. Dos almas que se encuentran o reencuentran, quién sabe. Durante la mitad del XIX, tenemos a Holger Olsen, un inmigrante danés que se agencia una abandonada y pequeña granja en Elk Falts en Nevada, un pueblo cerca de la frontera.  Un día, conoce a Vivienne Le Coudy, otra desplazada pero francesa, que es su alma gemela y los dos se enamoran, o lo que es lo mismo, los dos aceptan sus soledades y sus formas de compartirla. Tiene la película el aroma de Doctor Zhivago (1965), de David Lean, tanto en un amor imposible y una coyuntura política y violenta difícil de soportar. No voy a entrar en detalles del argumento, pero pueden imaginarse que la película está estructurada a través de los arquetipos del género: un pueblo miedoso, los típicos caciques, dueño del banco y del salón, que controlan el cotarro, y además, el matón de turno. Almas oscuras que, desgraciadamente, se verán las caras con la paz en la que viven Holger y Vivienne. Sólo decir que el guion, también de Mortensen, está dividido en dos tiempos, el presente y el pasado, o lo que es lo mismo, lo vivido y lo recordado, con la guerra de Secesión en la trama, aparta a él de ella y la deja sola, como si fuera Penélope esperando a Ulises, pero en una espera quieta sino muy activa, centrándose en su cotidianidad, en su trabajo, en su carácter y en la transformación de una granja sin más en un agradable hogar. 

Mortensen se ha rodado de dos grandes productores como Jeremy Thomas, toda una institución en la industria cinematográfica con más de 70 títulos a sus espaldas al lado de extraordinarios cineastas como Bertolucci, Wenders, Cronenberg, Frears y Skolimowski, entre muchos otros, y Regina Sólorzano, detrás de éxitos recientes como La isla de Bergman (2021), de Mia Hansen-Love y El triángulo de la tristeza (2022), de Ruben Östlund, amén de parte del equipo que ya estuvo con él en Falling como el director de fotografía Marcel Zyskind, habitual de Michael Winterbottom, consiguiendo esa luz tenue y acogedora en la que no sólo se detallan los pliegues de la intimidad, sino aquella leve brisa donde nada ocurre y en realidad, ocurre la vida o eso que llamamos vida, la edición de Peder Pedersen, que debuta con esta película, en una obra nada fácil que se va a los 129 minutos de metraje, pero que no es un hándicap, ni mucho menos, porque se cuenta sin prisa, con las debidas pausas, y sin embellecer nada, hurgando en las vidas pasadas y presentes de sus dos protagonistas y demás almas que se encuentran, y tres cómplices como los diseñadores de producción Carol Spier y Jason Clarke, y la diseñadora de vestuario Anne Dixon. 

Un reparto encabezado por la magnífica Vicky Krieps que, a cada película que vemos de ella, no sólo incrementa su altura como actriz, sino que nos deja alucinados con sus múltiples registros y detalles, en unos interpretaciones basadas en la mirada y el gesto, comedidos y sin estridencias, desde dentro, transmitiendo sin hablar todo el peso y la memoria de sus respectivos personajes. Estoy enamorado de la calidad interpretativa de una mujer que añade profundidad a cada gesto de la inolvidable Vivienne Le Coudy, tan misteriosa como sencilla, tan cercana como de verdad, un personaje que está a la misma altura de Lara que hacía Julie Christie en la antes mencionada obra cumbre de Lean. Dos almas enamoradas, dos almas inquietas, dos almas independientes y sobre todo, dos almas humanas. Mortensen que, a parte se encarga del guion como he comentado, de la coproducción, de la música, excelente composición, como ya hizo en las citadas Jauja y Falling, y de partenaire de la Krieps, en la piel de Olsen, un tipo maduro, un tipo que ha cabalgado mucho tiempo, y ya cansado quiere estar tranquilo y en paz consigo mismo, aunque todavía le quede algo de aventura y acción, con la misma sobriedad que su compañera de reparto, en el mismo todo y con la mirada llenando el cuadro. Les acompañan un elenco comedido y profundo, que con poco hacen mucho, como el chaval, que recuerda cuando el actor hizo La carretera (2009), de John Hillcoat y la compañía de grandes actores como los Danny Huston, Garret Dillahunt y Solly McLeod, el trío calavera de la cinta, volvemos a encontrarnos con Lance Henriksen que fue su padre en Falling, y los veteranos Ray McKinnon y W. Earl Brown, entre otros. 

No se pierdan una película como Hasta el fin del mundo, según el distribuidor, porque es una película que recuerda a aquellos westerns como El árbol del ahorcado, de Delmer Deaves, El hombre que mató a Liberty Valance, de Ford, Érase una vez el oeste, de Leone, La balada de Cable Hogue, de Peckinpah, El juez de la horca, de Huston, Sin perdón, de Eastwood, y muchas más, que arrancó a finales de los cincuenta y cayó a finales de los setenta, con alguna excepción. Sólo son unas pocas porque los amantes del género sabrán muchas más, y tendrán sus favoritas. Un cine que dejó el falso heroísmo, tan propagandístico en el Hollywood que vendía felicidad, y comenzó a mirar el no western con nostalgia, centrándose en sus mayores, en lo quedaba después de años de deambular por el desierto y los pueblos, y por tantas llanuras y desafíos, que quedaba de esos hombres a caballo, pistola en el cinto y sin más hogar que el que cabía en las alforjas de su caballo. Hombres convertidos en meras sombras y espectros de lo que fueron, alejados de la leyenda y siendo hombres viejos, cansados y con ganas de paz y por qué, no, enamorarse. Quizás es mucho pedir, pero viendo sus biografías, era lo que desearíamos cualquiera de nosotros. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Las películas de fuera que me emocionaron en el 2014

El año cinematográfico del 2014 ha bajado el telón. 365 días de cine han dado mucho y muy bueno, películas para todos los gustos y deferencias, cine que se abre en este mundo cada más contaminado por la televisión más casposa y artificial, la publicidad esteticista y burda, y las plataformas de internet ilegales que ofrecen cine gratuito. Con todos estos elementos ir al cine a ver cine, se ha convertido en un acto reivindicativo, y más si cuando se hace esa actividad, se elige una película que además de entretener, te abra la mente, te ofrezca nuevas miradas, y sea un cine que alimente el debate y sea una herramienta de conocimiento y reflexión. Como hice el año pasado por estas fechas, aquí os dejo la lista de 13 títulos que he confeccionado de las películas de fuera que me han conmovido y entusiasmado, no están todas, por supuesto, faltaría más, pero las que están, si que son obras que pertenecen a ese cine que habla de todo lo que he explicado. (El orden seguido ha sido el orden de visión por mi parte)

1.- NYMPHOMANIAC, de Lars Von Trier

L’enfant terrible por excelencia del mundo cinematográfico atacaba de nuevo con una película de más de 4 horas de duración -estrenada en dos partes, como ocurrió con Kill Bill (2003-4) de Tarantino- donde contaba la historia de Joe, -una Charlotte Gainsbourg pletórica y admirable- desde que descubre el sexo en la adolescencia hasta la edad adulta, un cuarto de siglo donde su terrorífica adicción al sexo la obligaba a sumergirse en su propio descenso a los infiernos practicando todo tipo de actividades sexuales habidas y por haber. Trier manejaba muchos elementos:  filosofía, terror, social, relaciones humanas, familia, sexo explícito… y toda clase de situaciones que nos enfrentaban a los más terribles miedos humanos de los que nos podíamos escapar. Una cinta oscura, a veces siniestra, y brutal en todos los sentidos.

2.- A PROPÓSITO DE LLEWYN DAVIS, de Ethan y Joel Coen

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3.- HER, de Spike Jonze

La cinta de Jonza nos traslaba en futuro no muy cercano, que casi lo podíamos acariciar con las manos, donde un joven Theodore, -grandísima composición de Joaquin Phoenix- que se gana la vida escribiendo cartas para los que no tienen tiempo ni ideas, entretiene su soledad, en su piso de aires sintéticos,  colgado de internet buscando sistemas virtuales que le transporten a otras realidades. En uno de esos viajes por la red, encuentra un aplicación y comienza a hablar con un sistema operativo de compañía,  Samantha (donde escuchamos la voz de Scarlett Johanson). Jonze crea una atmósfera sin vida, donde todo el mundo anda conectado y perdido en los mundos virtuales que les ofrecen un mundo imaginario para satisfacer todas sus soledades y miserias. Un mundo irreal donde las relaciones humanas han desaparecido y el contacto físico se ha convertido en reliquia del pasado.

4.- EL VIENTO SE LEVANTA, de Hayao Miyazaki

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5.- LA IMAGEN PERDIDA, de Rithy Pahn

Pahn es un cineasta de la memoria, buena parte de su cinematografía se centra en la terrible dictadura que asoló su país, Camboya, durante los años 1975 y 1979, por parte de los Jemeres Rojos, y su sistema fascista, terrorífico y asesino que llevó a la muerte un tercio de la población. Siguiendo la línea de S-21: La máquina de matar de los Jemeres Rojos (2003), vuelve al lugar de la tragedia, pero esta vez lo hace de una manera singular e muy imaginativa. La falta de imágenes de los campos de trabajo forzados, le hace inventarse un mundo de figuras de barro que recrean aquellos trágicos lugares perdidos en la selva. La película es brutal y aplastante, su sencillez formal y su sabiduría dramática agarran al espectador dejándolo sin aliento y descompuesto. Una obra contundente, desgarradora y brutal de uno de los directores más interesados en desenterrar los lugares vacíos de la memoria.

 6.- STRAY DOGS, de Tsai Ming Liang

El cine del taiwanés está estructurado a través de mecanismos que viajan a contracorriente del mundo veloz, caótico y desenfrenado en el que nos movemos. Su cine es todo lo contrario, sus planos secuencia larguísimos, su modo de observación y contemplación de la sociedad que le rodea, su mirada onírica, y a veces malsana y su peculiar manera de observar a sus personajes, le han convertido en uno de los directores contemporáneos más estimulantes e interesantes. Aquí nos retrata una familia que componen la pareja y sus dos hijos que viven, o tendríamos que decir, sobreviven en un edificio ruinoso sin más ilusiones o esperanzas que las que les depara el día a día. El plano final con el que cierra su película, (de 20 minutos de duración, donde encuadra a sus dos protagonistas) se convierte así en el mejor ejemplo donde se apoya su admirable radicalismo cinematográfico.

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7.- SÓLO LOS AMANTES SOBREVIVEN, de Jim Jarmusch

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8.- OMAR, de Hany Abu-Assad

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9.- BOYHOOD, de Richard Linklater

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10.- WINTER SLEEP, de Nuri Bilge Ceylan

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11.- DOS DÍAS, UNA NOCHE, de Jean-Pierre y Luc Dardenne

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12.- PERDIDA, de David Fincher

La cinta de Fincher arranca una mañana en uno de esos lugares residenciales donde todo parece ir bien. La desaparición de una joven esposa que ha triunfado en su profesión como escritora de libros para niños hace destapar un mundo de apariencias, en el que todos mienten y viven una vida falsa y sin sentido. La película es un cruce entre el cine noir más clásico, y la crítica brutal a unos medios de comunicación más dados a lo cirquense que a su profesión de descubrir la verdad y contarla, donde el marido y su familia y amigos se lanzan a buscar a la desaparecida, cuando a mitad de la trama, el director nos desvela la verdad, y la cinta se adentra en un mundo sucio y mugriento de mentiras, complejos, miedos y frustraciones que llevan a unos personajes a engañarse a sí mismos en pos de sus objetivos inhumanos y terribles. Unos Ben Afleck y Rosemunde Pike realmente brillantes en sus respectivas composiciones.

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13.- JAUJA, de Lisandro Alonso

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Jauja, de Lisandro Alonso

jauja-posterPoema sobre el vacío

Lisandro Alonso (Buenos Aires, 1975) se ha pasado 6 años sin dirigir un largometraje, después de Liverpool, si exceptuamos su trabajo en las Correspondencias para el CCCB (2011) que mantuvo con Albert Serra, una pequeña pieza de 23 minutos rodada en la Pampa donde recuperaba a Misael, el personaje de La libertad (2001), su opera prima. Tiempo suficiente para pensar en cómo afrontar su nueva película. Jauja, es una obra radical e hipnótica, que si bien sigue el mismo discurso que Alonso ha investigado en sus anteriores obras, aquí da un paso más, o podríamos decir, llega al final de su camino, y no sólo con la película, sino también con su faceta como director de cine. En su última obra, también reconocemos sus constantes tanto temáticas como formales: hombres errantes en busca de alguien o algo –que Alonso utiliza como mera excusa argumental-, un paisaje exterior e interior que aplasta y devora al personaje de forma brutal, la relación de los personajes con objetos reveladores, los planos fijos y mantenidos de extensa duración que provocan el desconcierto en el espectador, su rodaje en 35mm, y sobre todo, una investigación constante de las propias formas del lenguaje cinematográfico que le han llevado en cada película a reinventarse como creador adoptando nuevas fórmulas y caminos. En su quinto título, nos sitúa en la Patagonia en 1882, durante una de las campañas del ejército argentino en busca de Jauja, ese lugar mítico donde reina la abundancia y la felicidad. Les ayuda Dinesen, un capitán danés ingeniero, -magistral la composición de Viggo Mortensen- al que le acompaña su hija, Ingebor. Una noche, Ingebor se fuga con uno de los soldados, y su padre sale tras ella adentrándose en territorio enemigo. Alonso arranca su película cercando a sus personajes en un tiempo de espera, -recuerdan el ejército de El desierto de los tártaros (1976), de Zurlini- entre diálogos, tareas y baños, recordando al oficial Zuluaga que ha desaparecido (como el coronel Kurtz de Apocaypse Now), encuadrados en el formato 1:1, la total ausencia de la mise en scène, y la ruptura entre el tiempo y el espacio temporal, tres cuestiones en las que Alonso da un paso más en relación a sus anteriores trabajos. En el instante en que Dinesen se apodera de la película, el director argentino empieza su viaje, un trayecto en el que se inspira de muchas fuentes del western: desde Ford, -donde La legión invencible (1949), tendría un papel destacado-, el metafísico de Hellman, o el crepuscular de Peckinpah, donde la hermosísima y penetrante luz de Timo Salminen –habitual colaborador de Kaurismäki-, juega un gran papel dotando a la textura del filme un sabor clásico y moderno a la vez, en que el formato cuadrado afianza una imagen que conmueve e inquieta. Alonso sigue a su criatura desde la distancia, abriendo el plano, observando como el desierto lo va devorando lentamente, como su difícil tránsito por las rocas y las hierbas lo van derrotando y consumiéndolo a la nada –la secuencia nocturna donde el capitán se recuesta mirando el firmamento estrellado, resulta de una emoción sobrecogedora-. En ese momento, el espacio físico y emocional se apropian de la película transportándonos hacía otro lugar, y revelando la cinta hacía una experiencia poética y existencial, donde ya nada existe y somos invadidos por sensaciones, y estímulos de todo tipo. La secuencia de la cueva, -que podría haber firmado Lynch-, navega entre el sueño y el lirismo- podría resumir todo el trayecto de la película, donde también podríamos encontrar elementos del cine de Herzog. El cineasta bonaerense nos conduce hacía otra dimensión, quizás hasta la tierra de Jauja, un lugar que sólo existe entre lo físico y lo emocional, donde el pasado se ha borrado y el futuro no existe, un espacio espiritual y mágico que habita en algún lugar profundo de nuestro ser.