Entrevista a David Pantaleón

Entrevista a David Pantaleón, director de la película «Rendir los machos», en el marco de L’Alternativa. Festival de Cinema Independent de Barcelona, en el Teatre CCCB en Barcelona, el viernes 19 de noviembre de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a David Pantaleón, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y al equipo de comunicación de L’Alternativa, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Rendir los machos, de David Pantaleón

LA HERENCIA DE LOS CABRERA.

“El amor tiene un poderoso hermano, el odio. Procura no ofender al primero, porque el otro puede matarte”

F. Heumer

La acción arranca con la muerte de Guillermo Cabrera, el patriarca de Quesos Cabrera, la empresa más fructífera del norte de Fuerteventura. En su herencia, obliga a Alejandro y Julio, los dos hijos varones con los que no se habla, que cumplan su última voluntad si quieren heredar, ya que la empresa pertenece a Alicia, la hija predilecta del finado, que mantiene a raya las ambiciones contrarias de sus hermanos. El encargo consiste en atravesar toda la provincia hasta el otro extremo en el sur, con siete machos cabríos que serán entregados a su máximo rival en el negocio. El problema es que los dos hermanos se llevan a matar, como deja patente la estupenda secuencia que abre la película, con los dos batallando en la subasta para llevarse el mejor macho de la temporada.

El cineasta David Pantaleón (Valleseco, Gran Canaria, 1978), lleva desde el 2006 dirigiendo películas cortas y mediometrajes, tanto de ficción como documental, que pasan de la veintena, entre las que destacan Hibernando (2009), A lo oscuro más oscuro (2013), La pasión de judas (2014) y El becerro pintado (2017), que se han presentado en nombrados festivales como los de Rotterdam, Oberhausen, L’Alternativa, Málaga y Alcine, entre otros. Amén de participar como actor en películas tan prestigiosas como Blanco en blanco (2019), de Théo Court y la reciente Eles transportan a morte, de Helena girón y Samuel M. Delgado. Para su primer largometraje, el cineasta grancanario nos sitúa en un viaje por llanura desértica de Fuerteventura, a lomos de dos hermanos que no se hablan, y transportando siete machos, en un relato en el que apenas hay diálogos, solo el sonido físico, el del viento, sus gritos para mover el ganado y el ruido de los machos, y el otro sonido, el que no escuchamos pero sentimos, toda la atmósfera soterrada y densa que empuja a dos seres que deberán lidiar juntos una travesía que odian y no desean compartir, en una tensión constante que parece no tener fin.

Pantaleón recluta a cómplices de sus anteriores trabajos, como la cinematógrafa Cristina Noda, el montador Darío García (que ha trabajado en documental, la serie La peste y en la reciente Las gentiles, de Santi Amodeo, entre otras), el otro editor Himar Soto, que ya había trabajado con el director en el departamento de sonido de la película La pasión de Judas. Y luego, otros profesionales de renombre como el sonidista Joaquín Pachón, con nombres como los de Isaki Lacuesta, Carla Subirana y Eloy Enciso, entre otros, y el diseño de producción de Leonor Díaz, mano derecha de Chema García Ibarra. Con un guion de Amos Milbor y el propio director, el relato sigue a los dos hermanos Cabrera y los siete animales por el vasto terreno, pedregoso y hostil, con el aroma del mejor western crepuscular y fronterizo, en los que el espacio es una losa y una bestia para sus individuos, completamente engullidos por él, en una película donde el tiempo pesa y es denso, donde los días y las noches se van amontonando en los hermanos y ese entorno devastador y vacío, con pocos personajes a parte de ellos, casi espectrales, como fantasmas perdidos, sin rumbo ni identidad, y esas paradas inquietantes, con ese vendedor ambulante, o ese otro solitario cansado de las cabras y el queso, y ese otro, el negociante rival, con esa celebración tan kitsch y hortera, con esos momentazos con el fotógrafo.

La cámara de Pantaleón se muestra quieta y observadora, como una especie de testigo privilegiado que mira y filma, sin juzgar y mucho menos interfiriendo en sus individuos y sus existencias, con esos maravillosos cuadros que agranda el espacio y encierra a sus dos personajes y siete animales, moviéndolos como si estuvieran en un inquietante laberinto del que no encuentran la salida. Julio y Alejandro Cabrera son el sol y la noche, uno tranquilo y el otro, inquieto, uno, capaz de todo y el otro, expectante y esperando su momento. Dos caras de la misma moneda, o quizás, solo dos tipos engullidos por su herencia familiar y perdidos en sí mismos y su odio ancestral ante su padre y ante todo. Un reparto excepcional que consigue dar naturalidad y autenticidad a los personajes complejos, callados y observadores. Los hermanos Alejandro y Julio Rodríguez Rivero, hermanos del director, encabezan un reparto de pocos personajes, a los que los acompañan Lili Quintana como Alicia, la hermana de los Cabrera, una enemiga a su pesar, y José Mentado Rivero como el otro negociante.

Pantaleón ha construido su película a fuego lento, deteniéndose en sus personajes y sus complicadas relaciones con los otros y en su entorno, constatando con Rendir los machos todo lo que ha venido trabajando hace más de quince años, con historias que miran a los mitos, tradiciones y leyendas, ya sean inventadas o reales, o lo que sean, y las vuelve a mirar, profundizando en sus orígenes y las estrechas relaciones que tienen con las personas, y sobre todo, los contextos tanto físicos como emocionales de las gentes de las canarias, y lo hace con el rigor formal muy identificativo en sus anteriores trabajos, donde la cotidianidad siempre es un pretexto para mostrar una forma de vida atávica que perdura en un mundo que avanza deshumanizándolo todo, en ese constante enfrentamiento entre lo rural y lo moderno, y mostrar como perduran trabajos tradicionales como el pastoreo, donde se trasladan animales como los machos cabríos y las gentes se pelean por ser más que el otro, y sobre todo, por seguir una tradición que parece pertenecer a otro tiempo, a otro mundo y a otra realidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Solo, de Hugo Stuven

FRENTE A UNO MISMO.

“Lo que me salvó, lo que vine a descubrir, fue la aceptación”

El relato, basado en hechos reales, nos sitúa en Fuerteventura, en septiembre del año 2014,  en un paisaje natural y bellísimo, alejado del mundanal ruido. Una mañana, Álvaro, un surfista libre y sin ataduras, o así lo cree él, va detrás de su ola perfecta. Aunque, las cosas se tuercen y de qué manera, porque Álvaro tiene un accidente que lo lleva a precipitarse por un acantilado en una de las zonas más inaccesibles de la isla. Entonces, empiezan las 48 horas más angustiosas en la vida de Álvaro, cuando solo, y muy mal herido, con la cadera rota en tres partes y una gran herida abierta en la mano, tendrá que luchar contra sí mismo y una naturaleza hostil para seguir con su vida. La segunda película de Hugo Stuven (Madrid, 1978) se aleja en apariencia de su opera prima, Anomalous (2016) una suerte de thriller que mezclaba géneros que se adentraba en la mente de un esquizofrénico protagonizada por Lluís Homar. Ahora, el director madrileño vuelve a indagar en la soledad y sus consecuencias, aunque cambiando el escenario, el género y las circunstancias personales, porque la enfermedad ha dejado paso al accidente y a sus terribles secuelas.

Si bien la película se centra en el joven herido, tiene un primer tercio donde conocemos la identidad de Álvaro, su mundo, su naturaleza, inquietudes y amigos, en el que descubrimos a un tipo solitario, con su familia lejos, una relación sentimental frustrada, que le cuesta aceptar, y el sueño utópico de viajar por el mundo surfeando olas con su mejor amigo, Nelo, una especie de hermano mayor que parece tener otros planes más realistas. Álvaro es uno de esos tipos que quiere ser libre y además, mantener una relación, postura que le ha llevado a muchos conflictos en su vida, consigo mimso y con su entorno. Stuven se adentra en la mente del surfista, y para eso nos describe a un tipo que se pelea consigo mismo, en una batalla interna en el que lo quiero todo, porque en realidad, lo único que sabe es que no quiere estar solo. Alguien, muy sólo, que el accidente y sus horas de soledad e inquietud por su vida, le hará replantearse cosas sobre su existencia, y su camino vital, y aquellos que le importan. El director madrileño huye de toda épica y sentimentalismo (si exceptuamos algún subrayado demás) para contarnos un relato que navega entre momentos realistas y muy viscerales, con otras completamente oníricos, en el que hacemos este viaje introspectivo a la mente de alguien en una situación grave de peligro.

La cinta tampoco se deja llevar por el escenario paradisíaco de Fuerteventura, sino que nos cuenta su conflcito a través de los ojos de Álvaro, en una estructura casi en tiempo real, donde las horas y las dificultades van avanzando, y el rescate no llega, en una situación que lleva a su protagonista, a alguien siempre a merced de los demás, por ese miedo ancestral a sentirse solo, a sentirse desplazado por los demás, pero, que las circunstancias del accidente y su cuerpo malherido, con sus terribles alucinaciones, lo pondrán frente a sí mismo, sin más ayuda que su fortaleza, poniendo a prueba sus límites físicos y mentales, ante la adversidad de no tener ayuda de ningún tipo, de tener que salir a flote por sí mismo. Stuven coloca su cámara para que seamos testigos de la odisea personal de Álvaro, en el que vivirá de todo: dejar de luchar, sus enfrentamientos con las cigüeñas invasoras, la curación casera de sus heridas, o su lucha contra el frío nocturno o contra la marea que lo arrastra, su peculiar manera de moverse, en la que va arrastrándose por la playa, o su capacidad olvidada para enfrentarse al mayor de los peligros, a uno mismo, en la que sus emociones juegan un papel fundamente, ya que ellas le ayudarán a seguir luchando por su vida o dejarse llevar y acabar con ella.

Stuven cuenta con Alain Hernández para dar vida a su surfista accidentado, un actor de raza, de imponente físico, que aquí realiza una interpretación de gran altura, tanto física como mental, en uno de sus mejores trabajos, en este descenso a los infiernos a nivel físico y emocional, en esta especie de monólogo interior en el que la vida pende d eun hilo, de un suspiro, donde cada fracción de segundo te deja sin aire y te mueres, donde cada reacción es crucial, donde la vida, o lo que te queda de ella, pasa a ser, no la parte más importante de ti, sino la única, tu única piel. Bien acompañado por Aura Garrido, como ese amor-espejismo que parece real o no, como una de esas sirenas que parece al lado, e inmediatamente después, ha desaparecido. También, encontramos la enriquecedora presencia de Ben Temple, un neoyorquino instalado en Madrid hace casi dos décadas, como ese hermano-amigo de experiencia que se convierte en un reflejo transformador para Álvaro. Stuven ha logrado una película honesta y sencilla, con claras reminiscencias al Robinson Crusoe, de Dafoe, a ese náufrago que en soledad encontrará el verdadero sentido de su existencia, o la más reciente de 127 horas, de Danny Boyle, en la que daba buena cuenta de la odisea de un montañero atrapado en una roca, donde la aventura se torna cotidiana y minimalista, en que la premisa del hombre enfrentado a los elementos, es un extraordinario medio para hablarnos de las inquietudes humanas, de aquello que callamos pero que nos bulle como agua hirviendo en nuestro interior, aquello que cuando estamos solos, alejados de todos y todo, nos tropezamos con nuestra verdadera esencia, nada más que eso, lo que somos realmente.