La ternura, de Vicente Villanueva

AMORES Y DESACUERDOS. 

“La raíz de todas las pasiones es el amor. De él nace la tristeza, el gozo, la alegría y la desesperación”.

Lope de Vega (1562-1635)

La filmografía de Vicente Villanueva (Valencia, 1970), siempre se ha movido dentro de una comedia romántica al uso, películas-producto producidas para el gran público con el fin de romper taquillas. Unas más conseguidas que otras, entre las que destacan Toc Toc (2017), y Sevillanas de Brooklyn (2021), de los cinco largometrajes que ha dirigido. Con su sexo largometraje, La ternura, que adapta la pieza teatral homónima de Alfredo Sanzol, representada con grandísimo éxito, la carrera del director valenciano entra en otro campo. Un espacio donde la comedia sigue siendo el vehículo, pero deja el chiste fácil y el enredo convencional, para adentrarse en otras latitudes de comedia inteligente, es decir, una comedia que evoca a grandes nombres como los de Shakespeare, quedan evidentes sus resonancias a obras como La tempestad, Sueño de una noche de verano, y Mucho ruido y pocas nueces, entre otras, donde se introduce la fantasía con la magia de esa Reina Esmeralda que guarda mucho parecido a la Reina de Corazones de Alicia en el país de las maravillas, de Carroll, con ese aroma a aquel Hollywood clásico con aquellos queridos fantasmas de las películas de Lean, Clair y Mankiewicz, entre otros.

Estamos frente a una deliciosa y entretenidísima aventura amorosa donde hay cabida para todo tipo de elementos y situaciones como el drama, el slapstick, las aventuras con isla de volcán por medio, rica metáfora, los enredos, los inequívocos, la guerra de sexos, el travestismo, la identidad, el género, incluso, el terror y mucho más. Villanueva trata con mesura y gracia un texto potente e inteligente, llevándolo a un terreno alejado a lo convencional, mezclando texturas, fondos y argumento, que parecía que no iba a funcionar, pero todo lo contrario, porque consigue una historia llena de intensidad, ritmo y mucho amor, el de todo tipo, incluso el más inesperado y extraño. La ternura funciona como un excelente cruce entre la comedia-producto con algo más, con esa trama que nos divierte, pero no sólo eso, sino que nos hace reflexionar, sobre todo, en nosotros y cómo nos relacionamos en las relaciones personales. En definitiva, en lo mal que lo hacemos con los demás y con nosotros, en todas nuestras torpezas, vilezas y demás desastres, unas actitudes provocadas por el miedo constante y esa búsqueda incapaz e impaciente del amor, sea como sea, y al precio que sea, en fin, un desvarío y una tragedia, porque es el amor el que muere ante tanta idiotez y superficialidad. 

Una película con un gran esfuerzo de producción que les ha llevado a rodar en las Islas Canarias y la República Dominicana, que casan a la perfección en ese lugar en el que todo puede ocurrir, con ese volcán amenazante, esas flores difíciles de conseguir para fabricar pócimas que encanten a los demás… Con la gran cinematografía de Luis Ángel Pérez, del que le debemos su gran trabajo en El crack cero (2019), de Garcí, que empezó en los cortometrajes de Villanueva como La rubia de Pinos Puente (2009), y ha realizado con él la mencionada Sevillanas de Brooklyn y El Juego de las llaves. El estupendo montaje de José Manuel Jiménez, que ha trabajado en películas de Achero Mañas, Miguel Ángel Vivas, Isabel Ayguavives, entre otras. Y especialmente, la extraordinaria música de un grande como Fernando Velázquez, con más del centenar de títulos en su filmografía, al lado de Bayona, Guillermo del Toro, Wim Wenders, Koldo Serra, Oriol Paulo, y muchos más. Su trabajo en la composición es de una gran belleza con una música llena de matices, colores y apabullante que ayuda a crear esa madeja de sentimientos y emociones que hay en la película. 

Otro de los grandes aciertos de la película es su reparto. Un elenco que brilla con intensidad y funciona a las mil maravillas, porque junta a dos titanes como Emma Suárez como la Reina Madre, un personaje que no está muy lejos en su vis cómica de Diana, la condesa de Belflor en la maravillosa El perro del hortelano (1996), de Pilar Miró, basada en una pieza del mencionado Lope de Vega, del que La ternura también se nutre con esa intensa mezcla de comedia y drama amoroso que funciona con brío y gran elocuencia, con ese verso que se integra con naturalidad en la cotidianidad de la isla, de estas seis almas en busca del amor o de sí mismos, y sobre todo, de ese lugar en el mundo que todos nos encantaría encontrar. Le acompaña un partenaire magnífico, un Gonzalo de Castro como Leñador Marrón,  en su salsa, ya sea como padre o como enemigo de las mujeres, cuánta perorata sale de sus labios cuando habla de las féminas, todo un caso. Sus hijos son Fernando Guallar como el Leñador Verdemar, el mayor, el que sigue a pies juntillas las proclamas y deseos paternos, aunque no los crea. Y el pequeño, el Leñador Azulcielo en la piel de un desatado y estupendo Carlos Cuevas, el ignorante y engañado. Al otro lado, o quizás sea mejor decir, al lado o encima o debajo de ellos, las hijas de la Reina, que escapan de un destino odiado y acaban en la isla, que vaya isla para acabar. Tenemos a Alexandra Jiménez como la Princesa Rubí, una actriz que se desenvuelve muy bien en la comedia, y en los enredos y mentiras, y junto a ella, Anna Moliner, la pequeña Princesa Salmón, una actriz que baila y canta, como deja bien claro en el maravilloso número musical en el que se lucen en la playa la Reina y sus hijas, ahí es nada. 

Seis personas en busca del amor o en enamorarse, que no es lo mismo, aunque lo parezca. Seis náufragos perdidos por convicción que aún se perderán mucho más cuando sepan que no están solos, porque la compañía los desbarata y de qué manera. Seis personajes no en busca de autor, como mencionaba Pirandello, sino en busca de una salida a sus desgracias, aunque quizás, y todavía no lo saben, con este encuentro fortuito, porque ellos huyen a la isla para olvidar a las mujeres, y ellas, huyen por el mismo problema, pero con hombres. Un encuentro desafortunado que tendrá de todo, con el amor de por medio, un amor de verdad, un amor inesperado que nos revuelve y de qué manera y aún más, no sabemos el porqué, esa racionalidad que siempre nos aleja de la emoción y el sentimiento que vivimos. Quizás estamos ante la mejor película de Vicente Villanueva, juzguen ustedes, al que suscribe le ha interesado y gustado mucho, porque se deja de lo esperado y nos habla de esas torpezas, miedos y tonterías que hacemos cuando nos enamoramos o cuando creemos que hemos encontrado a alguien que sí. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Lío en Broadway, de Peter Bogdanovich

LIOENBROADWAY_POSTER1-e1435582680900NUECES A LAS ARDILLAS

Después del crack del 29, en EE.UU. surgieron las screwball comedy, comedias que mediante talento e ingenio burlaban el recién aparecido Código Hays, que se dedicaba a censurar el contenido de las películas. Sus argumentos solían girar en torno a personajes femeninos de fuerte carácter y liberales que se relacionaban con el protagonista que acababa en noviazgo y posterior boda, tenían diálogos rápidos, situaciones ridículas, y una clara vocación de evadir al espectador.  Sus guionistas fueron Dudley Nichols, Ben Hecht y Billy Wilder, entre otros, que escribieron películas para directores de la talla como Frank Capra en Sucedió una noche (1934), Gregory La Cava en Al servicio de las damas (1936), Howard Hawks en La fiera de mi niña (1938), Ernest Lubitsch en El bazar de las sorpresas (1940), Leo McCarey en Mi mujer favorita  (1940) o George Cukor en Historias de Filadelfia (1940), entre muchos otros…

Toda la esencia y el aroma de aquella época irrepetible ha sido recogida por el cineasta, crítico, historiador Peter Bogdanovich (Kingston, New York, 1939) en su última película, no obstante siempre ha sido uno de los grandes defensores de la época clásica de Hollywood. Desde que debutase en 1968 de la mano de Roger Corman en Targets, Bogdanovich ha tenido una carrera llena de obstáculos, si bien es cierto que sus primeros años fueron realmente brillantes, en 1971 con The last picture show, alcanza un gran éxito, que repetirá al año siguiente con ¿Qué me pasa, doctor?, donde homenajeaba a La fiera de mi niña, en 1973, realiza Luna de papel, que cosechó buenas críticas y el favor del público. Después llega un período en que su carrera se entronca y sus películas son vapuleadas. Cogerá un poco de aire con la deliciosa comedia  Todos rieron (1981), pero a partir de ese instante, ya serán contadas las ocasiones donde su cine alcance la excelencia de sus primeros años de carrera. En 1990, Texasville, una secuela de The last picture show, logrará buenos resultados. Bogdanovich llevaba 13 años sin dirigir, si exceptuamos la dirección de un capítulo para la serie Los soprano, donde además actuaba, y una tv movie sobre Natalie Wood. Ahora se enfrenta a una película que nació en 1979, mientras rodaba en Singapur, tuvo que contratar a dos prostitutas que le produjeron tal lástima porque las jóvenes se apenaban por la vida que llevaban, y Bogdanovich les dio dinero para que cambiasen de vida. Pensó en dirigir la película pero John Ritter, su actor escogido para el protagonista, murió súbitamente y dejó aparcado el proyecto.

 Ahora recupera una historia, financiada por dos de los directores más interesantes del cine estadounidense, Wes Anderson y Noah Baumbach, y nos presenta a Isabella, una joven prostituta que pasa una noche con un director teatral que le da un cheque de 30000 dólares para que cambie de vida. Hasta ahí el cuento de cenicienta parece encajar bien, pero todo se desmorona cuando la joven se presenta a un casting del director teatral, en una obra que trabaja su mujer, otro actor que fue amante de su mujer, y el dramaturgo que se enamora de la actriz en ciernes, además este último tiene una ex que es psiquiatra y está loquísima que además ha tratado a la actriz, y también a un abuelo salido que está obsesionado con Isabella, inlcuso aparece un detective, que es padre del dramaturgo. Presentado los actores de la farsa, tanto dentro como fuera del escenario, la trama no tiene más que empezar. Bogdanovich hace un ejercicio profundo de nostalgia y recupera el espíritu de las screwball comedy con todos sus ingredientes, no falta de nada, enredos, vodevil, situaciones rocambolescas, persecuciones, amor, mucho amor y pasión, más pasión, y personajes perdidos y alocados, al borde de una neurosis o un ataque de ansiedad. También hay espacio para la comedia sofisticada y el romance, sin olvidarse del cine de Woody Allen. Unos intérpretes encabezados por Owen Wilson y la británica Imogen Poots (magnífica como la heroína llena de energía que arrasará con todo) llenan la pantalla con un derroche de comicidad brutal. El título original ya deja claro los objetivos de la película: She’s funny that way, que sería, “Ella es divertida de esa manera”. Diversión de la buena, carcajadas por doquier, cachondeo puro y duro, disfrute con la pantomima de la vida, directores y actores del teatro, y no sólo del que se finge por dinero, sino del que se practica constantemente en la vida de cada día. Atención al toque final, que bien podría haber firmado el mismísimo Lubitsch, donde se nos desvela el origen de las nueces de las ardillas de Central Park, de la mano de uno de los directores más populares y brillantes de ahora.