Falling, de Viggo Mortensen

MI PADRE.

“No es la carne y la sangre, sino el corazón, lo que nos hace padres e hijos”.

Friedrich Schiller

Una persona tan inquieta como Viggo Mortensen (Watertown, Nueva York, EE.UU., 1958), que ha tocado la poesía, la fotografía y la pintura, y alberga, desde mediados de los ochenta, una gran carrera como intérprete, a las órdenes de grandes directores como Peter Weir, Jane  Campion,  Peter  Jackson,  David Oelhoffen,  Matt  Ross,  Lisandro Alonso  y David  Cronenberg, entre muchos otros de los más de sesenta títulos que ha interpretado, era cuestión de tiempo que se pusiera a dirigir. Ahora, esa inquebrantable inquietud y curiosidad le ha llevado a ponerse tras las cámaras dirigiendo su opera prima, Falling, en la que parte de recuerdos y experiencias personales, para construir un sólido y durísimo drama familiar, entre un padre Willis y su hijo, John. Dos personas opuestas, de ideologías en las antípodas, y de caracteres tan diferentes que cualquiera diría que son familia. Mortensen nos cuenta el relato en dos tiempos. En uno, asistimos a la infancia y adolescencia de John, junto a su padre y madre, Gwenn, y su hermana pequeña, Sarah, encerrados en el rancho, montando a caballo y yendo de caza. Un tiempo que nos sitúa en esos primeros veinte años de la vida de John. En el segundo tiempo, la película se sitúa en el año 2009, cuando Willis tiene 75 años y John, 50. Willis padece demencia y ya no puede vivir solo en el rancho, e insta a su hijo a que le ayuda a buscar casa en California.

El relato nos lleva por este viaje a las circunstancias y emociones entre un padre y un hijo, en una trama interesante donde iremos de un tiempo a otro, conociendo las vicisitudes familiares y personales que nos han llevado hasta la situación actual. Ahí vemos los primeros contrastes de la película, entre las zonas rurales y cerradas de la costa este, frente al progresismo de la zona del oeste. Entre un padre misógino, racista y malcarado, y un hijo, homosexual, liberal y sensible. Mortensen huye del arquetipo, se centra en las dificultades y tensiones que existen entre padre e hijo, en la complejidad de su relación, y en todo el bagaje emocional que los une, pero también, los aleja, repasando los momentos más cruciales en sus vidas, cuando la madre, cogió a sus hijos y abandona a Willis, las diferencias entre la novia de Willis y la convivencia de la madre, puro amor y bondad, como deja claro en varias secuencias, dotadas de una gran fuerza dramática, como la despedida cuando la madre se lleva a los dos hijos, dejando a Willis solo en la casa, o aquella, ya en la actualidad, en la comida familiar, donde vemos las múltiples diferencias que existen entre Willis, y el resto de la familia.

El director neoyorquino, que también firma el guión, compone una película profunda y bien narrada, llevándonos con interés y armonía por un tempo, que en ningún instante decae su interés y las diferentes tramas que van sumergiendo. La excelente cinematografía firmada por Marcel Zysking (habitual de Michael Winterbottom), hace que las imágenes, tanto actuales como pasadas, llenen de intensidad y majestuosidad la película, con esos tones oscuros y pálidos de la zona de la granja, y la luz brillante de la actualidad en casa de John y su pareja. O el pausado y conmovedor montaje que realiza Ronald Sanders (colaborador de Cronenberg), dotando a la narración de elegancia, fuerza y drama, sin caer en el sentimentalismo ni la exageración, todo el marco se muestra contenido y sobrio, sin alardes visuales ni argumentales, eso sí, la limpieza, inteligencia y fuerza visual está en cada momento, arropando con contundencia todo lo que sienten los personajes.

El veterano Lance Henriksen, que muchos recordarán por sus roles en Terminator y Aliens, da vida al rudo, desagradable y amargado Willis en su otoño particular, ese en el que está peleado con todos, y no es capaz de asumir sus errores y sobre todo, perdonarse y perdonar. Frente a él, un Viggo Mortensen, con su habitual fortaleza en la mirada y en el gesto, un actor capaz de meterse en la piel de esos personajes sensibles y de aspectos duros, aquí, haciendo de un tipo que tiene muchas cuentas pendientes con su padre, con ese hombre que no supo ser feliz, ni serlo con su familia. Laura Linney hace de Sarah de adulta, con una breve aparición, pero igual de contundente y llena de tensión. Sverrir Gudnason es Willis desde los 23 a los 43 años de edad, ese padre al que John admiraba, peor con el tiempo acabo odiando por su carácter egoísta y su actitud malvada, y Hannah Gross es Gwen, la madre, esa mujer que cuidó y amó a sus hijos, e intento darles una paz y armonía que el padre les negaba. Sin olvidarnos, de la breve presencia del director David Cronenberg, que interpreta a un doctor, íntimo amigo del director, desde que filmaron esas maravillas que son Una historia de violencia y Promesas del este. Mortensen se ha destapado como un director de mirada profunda y bella, capaz de conducirnos con fuerza y sobriedad por este drama de altos vuelos, que sigue la relación difícil entre un padre y su hijo, o lo que es lo mismo, entre alguien que no supo ser feliz, y un hijo, que hizo lo imposible para serlo, alejado del padre. JOSÉ ANTONIO PÉREZ GUEVARA

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