El hotel a orillas del río, de Hong Sangsoo

MIENTRAS CAE LA NIEVE.

La inmensa capacidad creativa de Hong Sangsoo (Seúl, Corea del Sur, 1960) con más de la veintena de títulos en 22 años desde que dirigiese en 1996 su debut con El día que un cerdo cayó a la nieve, ya no asombra a nadie, convertida en una de sus señas de identidad como cineasta, emulando a otros colegas como Fassbinder, Woody Allen o Jess Franco, autores que han hecho de su inagotable producción una de las formas más definibles de su universo cinematográfico. Sangsoo se centra en conflictos emocionales, donde los relatos sentimentales serían uno de sus centros de observación, situados en la periferia de las ciudades o en pequeñas poblaciones, donde sus personajes, gentes dedicadas al cine o al arte, a partir de conversaciones cotidianas y triviales, esparcen sus rupturas emocionales y sus incapacidades para encontrar el amor y sobre todo, para mantenerlo. A través de una forma sencilla y ligera, en el que se cuela lo poético de modo suave y sin estridencias, donde los encuadres obedecen siempre al movimiento y al gesto de los personajes, incluso utilizando el zoom como recurso narrativo, en la que el autor surcoreano indaga en los males modernos de una sociedad cada vez más aislada, perdida y enferma.

En El hotel a las orillas del río, Sangsoo nos convoca en una pequeña ciudad, que apenas veremos, en el interior de un hotel cerca de un río, en mitad del invierno, donde somos testigos del frío que padecen sus personajes, implacable metáfora de los estados emocionales en los que se encuentran. Por un lado, tenemos a un viejo poeta que convoca a sus dos hijos, a los que hace tiempo que no ve,  para despedirse de ellos, ya que sueña con su muerte cercana. Por el otro, tenemos a una joven que pasa su luto junto a su amiga del alma, después de que su chico la abandonará. Dos relatos independientes, que llegarán a cruzarse en algún momento del metraje, componen un relato intimista, sincero y veraz sobre las formas de decir adiós cuando uno sabe que su tiempo ha llegado a su fin, y otra, que también necesita decir adiós y cerrar esa etapa de su vida, ese amor que no fue, para seguir adelante con su vida. Sangsoo mira su película de adentro hacia afuera, a través del interior del hotel, un espacio aislado en el que apenas se divisan los cinco personajes en liza y la recepcionista, personaje que hila los dos relatos y pone esos instantes cómicos en los que asalta a sus huéspedes para solicitarles un autógrafo.

Todo sucede en el salón y las habitaciones del hotel, exceptuando tres momentos de un paseo en la nieve, el trayecto hacia el restaurant y la comida en el restaurant. El cineasta surcoreano evidencia una pureza de estilo que encaja a la perfección con el tipo de historias que cuenta, con ese luminoso y triste blanco y negro, en que la luz natural se cuela invadiendo los espacios de la película, que acompaña aún más si cabe la situación emocional de los dos personajes protagonistas, almas en la nieve, a la deriva, situados en mitad de la nada, en un lugar que hiela el alma, los sentimientos y los sentidos, un espacio no lugar, blanco, sin tiempo ni ubicación, vacío y aislado, como si todo el mundo fuese acorde con lo que ellos sienten, esos sentimientos confusos, de pérdida, de dolor, de final del camino, de no hay nada más, de empezar de nuevo o acabar de una vez. La película se interroga constantemente lanzando ideas e hipótesis, interpelando directamente a los espectadores porque bajo ese manto blando y esas conversaciones sin más, existe un poco oscuro y sin fondo de bandazos emocionales donde los personajes se desplazan sin rumbo, sin voluntad, atados a sus emociones rotas, resquebrajadas y vacías.

Un plantel de intérpretes en estado de gracia donde destacan las presencias de Kim Minhee, musa del director, que vuelve a componer ese personaje ajado, roto  y fantasmal que se mueve por inercia, y cuando lo hace, porque la mayoría del tiempo está tumbado, dormido y sin fuerzas, roto en todos los sentidos, intentando avanzar y a cada paso que da parece dar dos para atrás, y Ki Joobong, ese poeta cansado y triste, que ya no escribe, que anda por un hotel vacío y perdido en el tiempo, invitado por un desconocido, alguien casual en un lugar en el que nada tiene que hacer, quizás sí, quizás tiene que despedirse de los suyos por eso los convoca, o quizás, siente que su vida ya alcanzado su tiempo, y ya nada más tiene que decir ni hacer. Sangsoo vuelve a alimentar nuestra alma con su cine sencillo y honesto, con su capacidad asombrosa e inagotable para seguir sumergiéndose en la psique humana y todas sus contradicciones y demás, a través de aquello más cotidiano y superficial, como compartir una comida, mientras sus personajes conversan de grafología, del tiempo pasado, de la amistad como pilar fundamental en las relaciones humanas, y sobre todo, la incapacidad emocional, como mencionaba Ingmar Bergman en su cine, mal de todos los tiempos, donde los seres humanos no somos capaces de encontrar aquello que nos hace estar bien, y cuando lo encontramos, somos incapaces de valorarlo, de expresarlo a los demás y compartir lo que sentimos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Deja un comentario