La vida sense la Sara Amat, de Laura Jou

EL VERANO QUE LO CAMBIÓ TODO.

“Tenía tantas ganas de vivir que le costaba conformarse con el reflejo de esas vidas ajenas”

(De Ana Karenina, de León Tolstói)

Erase una vez…en un pueblo entre montañas a principios de los ochenta, durante una noche de verano, cuando unos chavales y chavalas juegan al escondite a la luz de la luna, unos lo hacen a desgana, quizás ya van teniendo esa edad de hacer otras cosas que perder el tiempo en jugar a juegos de niños. Una de esas niñas, Sara, desaparece sin dejar rastro, todo el pueblo se echa a las calles y al monte a buscarla sin resultado. Pep, un chaval de la ciudad que pasa los últimos de verano junto a su abuela, descubre que Sara, la niña de la está profundamente enamorado, se ha ocultado en su habitación. Sin tiempo a reaccionar Sara le pide que la deje quedarse. La directora Laura Jou empezó como actriz para luego dedicarse en cuerpo y alma a ser coach de intérpretes infantiles con nombres tan importantes como Agustí Villaronga o J. A. Bayona, amén de dirigir un precioso corto No me quites (2012) en la que planteaba una historia de amor fou, además de llevar desde el 2011 preparando a actores ya actrices a través de su estudio de interpretación. Un largo camino que abre una nueva etapa con su puesta de largo con un relato iniciático y sentimental sobre el despertar a la edad adulta de un chaval de 13 años durante el final de un verano ambientado en aquellos años 80.

Un cuento sobre la vida y su lado menos amable, que adapta la novela homónima de Pep Puig en un guión firmado por Coral Cruz (colaboradora estrecha de Villaronga, Fernando Franco o Carlos Marques-Marcet) en una historia que se deja de sentimientos vacuos y giros inverosímiles de guión para centrarse en la relación íntima y profunda que se va fraguando entre el citado Pep y la escabullida Sara, situada durante muchos minutos de metraje en la habitación del chaval, convertida en una especie de habitáculo secreto donde los dos chicos pueden ser quiénes desean, ocultos de la mirada de los adultos. Jou centra la fuerza del relato y su conflicto en la interpretación de los jóvenes actores, Biel Rossell dando vida al tímido Pep y Maria Morera a la decidida Sara, debutantes en estas lides, en la que la experiencia de la directora se convierte en fundamental, apoyada en el trabajo del coach Isaac Alcalde (que se ocupa también del breve papel de alcalde, importante en la trama) para conseguir esa naturalidad y veracidad maravillosas que consigue de su jovencísimo reparto, que comparten las edades de sus personajes, bien secundados por los otros intérpretes adolescentes, que destilan esa autenticidad crucial para el desarrollo de una historia contada con esa mirada en los albores de la adolescencia, cuando todavía todo es posible, cuando empezamos de verdad a vivir, cuando descubrimos el universo que nos rodea.

La película plantea un relato de despertar a la vida, de mirarse a ese espejo (ojeto significativo en la película que nos explica mucho de lo que sienten sus personajes) y encontrarse diferente, no como todos los días, en el que descubrimos quiénes somos interiormente, como le ocurre a Sara, una niña complicada, como la definirá su madre, alguien que se asfixia en ese pueblo perdido, alguien que quiere huir, escapar de ese entorno familiar triste e infeliz, que lee libros como Ana Karenina, de Tolstói, en que la desdichada heroína rusa tiene mucho que ver con el conflicto que atraviesa Sara, sentirse diferente y vacía en un entorno difícil, de pura apariencia, y my falso. Y se encuentra o acude al encuentro de Pep, un chaval que no es del pueblo, que está de paso, alguien que puede ayudarla, alguien que, hechizado por la energía y la valentía de Sara la seguirá a pies juntillas.

La mágica y evocadora luz de Gris Jordana (habitual de los cortometrajes de Clara Roquet y de trabajos tan estimulantes como Pozoamargo, de Enrique Rivero) convierte la película en esa atmósfera especial e íntima que tanto pide esta historia de adolescentes, de juegos en mitad de la noche, de esos primeros morreos jugando a “Verdad, consecuencia o beso”, los primeros pitillos, los chapuzones en la piscina de cloro, las bromas y burlas de los demás, las tertulias nocturnas de las abuelas, los primeros amores, las primeras eyaculaciones o los primeros escarceos sexuales. La obra nos invita a descubrir un universo estival lleno de vida, de dolor y pérdida, un mundo que la película capta con tranquilidad, naturalidad y cercanía, sin forzar ni aparentar, solo filmándolo y llenándolo de vida y personajes, como ese momento impresionante cuando Pep descubre la habitación de Sara, con ese cuadro en mitad del plano en que la ilustración sale queriendo libertad, vivir, sentir otro aroma, muy lejos de allí, objeto metafórico convertido en el reflejo que siente Sara.

Algunos pensarán en películas que abordan con sensibilidad y profundidad la vida y el amor en el paso de la infancia a la edad adulta como en Una historia de amor sueca, de Roy Andersson o Mes petites amoureuses, de Jean Eustache, o inlcuso, la más reciente Tú y Yo, la despedida de Bernardo Bertolucci, cintas que nos situaban en ese universo pre adolescente, de esas primeras soledades, de esos descubrimientos que producen alegría y dolor, de ser y sentirse adultos, de las primeras mentiras, secretos y ocultaciones, de darse cuenta que la vida no era como nos la habían contado, que había más, y había que descubrirlo, experimentarlo, sentirlo, porque las mejores cosas de la infancia y la adolescencia pasan en verano, en esos veranos recordados, soñados y sobre todo, vividos, porque para Pep, Sara y los demás, ese verano será diferente, será único, se almacenará en el archivo de sus recuerdos, en esas emociones que siempre guardamos y nunca compartimos, ese verano, el verano de las primeras veces, el verano que lo cambiará todo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

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