Kékszakállú, de Gastón Solnicki

LOS ESPACIOS INCIERTOS.

La película se abre con unos niños lanzándose a una piscina desde un trampolín de piedra, el movimiento es constante, mientras unos se lanzan, otros salen de la piscina y vuelven a subir los escalones para continuar con su actividad repetitiva, como si se tratase de una mecanización rutinaria que no tiene fin. Se puede apreciar un cartel que reza la siguiente frase: “Los hijos son responsabilidad de los padres”, premisa en la cual pivota todo el entramado, tanto formal como argumental del filme. El director Gastón Solnicki (Buenos Aires, Argentina, 1978) después de dos largos documentales, como Süden (2008) centrado en la figura del compositor Maurice Kagel (1931-2008) y Papirosen (2011) donde daba buena cuenta de su propia familia en la segunda mitad del siglo XX, y la dirección de uno de los episodios de la película colectiva Sucesos invertidos (2014), en el que se abordaba la importancia del archivo como patrimonio fílmico y humanista. Ahora, en su tercer largometraje, se inspira en la única ópera de Béla Bartok, El castillo de Barba Azul, y denomina a su película Kékszakállú (en húngaro: Barba Azul) para retratar a un grupo de adolescentes en un tiempo bisagra, ese tiempo incierto entre la infancia y la vida adulta, en el que estos chicos provenientes de clases acomodadas se sienten desprotegidos, llenos de incertidumbres y perdidos, que los lleva a angustiarse porque desconocen qué hacer, estudiar o qué camino emprender en sus vidas, unas vidas que hasta ahora se han movido en espacios de confort y una aparente tranquilidad en los que no les faltaba de nada.

Solnicki nos conduce por espacios lujosos y de veraneo que, en principio son construidos y diseñados para el ocio y el placer, pero en la película actúan de otra forma, causando incomodidad, extrañeza y terror, donde todo parece obedecer a una automatización de los deseos, sueños y demás. Los cinematógrafos Diego Poleri (autor de Las acacias o Encarnación, entre muchas otras) y Fernando Lockett (habitual del director Matías Piñeiro) son los encargados de impregnar la película de esa extrañeza continua, a través de planos fijos, colores pálidos, neutros, sin vida, y encuadres largos, en los que los espacios se convierten en personajes que parecen engullir e invisibilizar a los personajes, que en su mayoría son mujeres, chicas jóvenes que se mueven o simplemente existen en espacios, tanto domésticos, hoteles, piscinas o industriales, en los que no sienten cómodos y mucho menos tranquilos, atrapados en esas incertidumbres propios de una edad en la que deben decidir por sí mismos la vida que quieren o simplemente encontrar su espacio.

Solnicki filma  una tragicomedia  breve (apenas 72 minutos) interesante y reflexiva, en espacios desde la distancia, provocando la mirada voyeur de los espectadores, que son interpelados, no sólo para mirar las vacías existencias de los personajes, sino también, para ser retratados en esos espejos deformantes en los que verse reflejado y trazar esa línea invisible de empatía extraña y rara que se establece entre lo que estamos viendo y las vidas de los personajes, acompañados por la música de Bartok en algunos tramos, y sin subrayar con muchos diálogos su idea, situándonos en una incomodidad permanente, penetrando por unos paisajes que nunca veremos en su totalidad, sólo por partes, fragmentados, como los momentos vitales que atraviesan las chicas de la película, en una especie de rompecabezas que en cierta manera se recompondrá descubriéndonos unos espacios que aunque sigan pareciendo extraños adquieren algo de significado y claridad para las intenciones de los personajes.

El cineasta argentino se mueve casi en la abstracción, como ocurría en el cine de Antonioni, una de las fuentes de inspiración de la película, donde los personajes se movían casi por inercia en espacios que les eran vacíos, inhumanos y oscuros, a partir de una cotidianidad que aplasta y duele, en unas chicas que acaban pareciendo espectros de ellas mismas o de sus propias vidas, en unos planos que filman sus cuerpos, recortando sus figuras que en ocasiones parecen como estatuas o piedras inmóviles en suspenso, en el que todo ese ambiente parece llenarles de dudas, conflictos e incertidumbres. El buen trabajo de las actrices que manejan con soltura y convicción unos personajes que se mueven dentro de un extraño estatismo y oscuridad personal que, no acaban de encontrar en los espacios esa comodidad que antes si tenían, o simplemente antes, bajo la protección paternal ni se percataban de esa aura que les protegía, ahora, deberán emprender su camino y encontrar esos espacios vitales que todo ser humano necesita para conocerse a sí mismo y sentirse cómodo en su devenir vital

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