África 815, de Pilar Monsell

815EL PARAÍSO SOÑADO

“El mar, como el desierto, también tiene sus espejismos”

Se inicia la película ante la perspectiva de un mar en calma envuelto en  el amanecer. En ese instante, irrumpe la voz de la directora Pilar Monsell (Córdoba, 1979), que le pregunta a su padre, Manuel, que le cuente un sueño que ha tenido. Este breve y hermosísimo preludio encierra la verdadera síntesis del film, la búsqueda incesante de ese amor romántico, de la ilusión perdida, de esa belleza propia de la juventud, de un tiempo vivido y soñado… Se cerrará la película, en el mismo escenario, ahora al atardecer, y con ese mar envolviendo a Manuel y Pilar, de espaldas a nosotros, mientras hablan entre susurros de sus cosas. Monsell hace su puesta de largo en el largometraje, donde hace las funciones también de guionista, fotógrafa y montadora, después de varias piezas interesantes, con una película breve, sólo 66 minutos de metraje, y relata la visita/encuentro con su padre. Nos acoge entre las cuatro paredes de una vivienda situada en un pueblecito de la costa de Málaga. Allí, en ese lugar, nos sumerge en la memoria paterna a través de su archivo fotográfico, sus libros de memorias, imágenes en Super 8 filmadas durante sus viajes y las conversaciones que mantiene con su padre.

La vida de Manuel arranca en 1964, en la colonia española del Sáhara, en el Aaiún, donde realiza el servicio militar, allí, conoce la vida campestre, rodeado de jóvenes bellos y hermosos, después de años de represión en la península, su condición de homosexual se desata y disfruta libremente de sus coqueteos y escarceos sexuales. Un tiempo que ingresará en su memoria y permanecerá en ella para siempre, un tiempo al que querrá infructuosamente volver, sentir de nuevo esa libertad, esos amores y esa sensación de vitalidad arrolladora. La realizadora cordobesa va introduciendo su voz que va leyendo partes de las memorias: la vida militar, el matrimonio, al que llama, “Un proyecto ilusionante, pero poco realista”, sus tres hijos, y tras el divorcio, la vuelta a la región del Magreb para seguir en la búsqueda de ese amor romántico, de esa idea libre y hermosa del amor que nace de la pureza y la inocencia, sin intereses económicos y demás. Monsell ha hecho una película sencilla, hermosísima y de impecable dureza, donde no hay espacio para los juicios ni los reproches, sino de una mirada serena que acepta y entiende la vida de su padre, donde se reflexiona sobre la explotación sexual y de recursos humanos de la colonia marroquí, y también de la inmensa dificultad de amar sin condiciones y libremente.

Una obra que guarda algunos puntos y reflexiones con la excelente Cuchillo de palo (2010), de Renate Costa, y también con aquellas películas clásicas de aventuras, donde aquellos hombres aventureros se quedaban hipnotizados por gentes y lugares exóticos, sin olvidarnos de los bellos y hermosos jóvenes que jalonan el cine de Pasolini. Una cinta honesta y desagarradora, que en su humildad genera su discurso, que engancha de manera sutil y acogedora, que no se detiene sólo en la memoria personal de su progenitor, sino también en la memoria de un país, de otro tiempo, de ese tiempo mítico, en esa aventura por ser uno mismo, y en seguir fiel a los sentimientos propios sin querer ser lo que uno no es, en enfrentarse a uno, en soñar en imposibles, aunque sepamos que quizás no se producirán, pero seguir en ese camino y aceptar nuestra propia naturaleza, en aceptarnos como somos, a pesar que fracasemos, porque quizás vivir sea eso, seguir intentándolo y seguir fracasando.      

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