Primero fue Canciones del segundo piso (2000), donde se planteaba el tema de milenarismo, luego llegó La comedia de la vida (2007), que representaba un atrevido recorrido hacía los sueños, ahora nos llega Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia, título cervantino y quilométrico que cierra la trilogía Viva, y además, nos devuelve a la palestra el genio y la sabiduría del inclasificable Roy Andersson. El cineasta sueco, nacido en Gotemburgo en 1943, posee una filmografía brevísima, a parte de los ya mentados, encontramos su debut en 1970 con Una historia de amor sueca, y Giliap, de 1975, rotundo fracaso que le llevó a estar un cuarto de siglo alejado del largometraje, encontrando ubicación en el mundo de la publicidad, donde ha cosechado numerosos galardones.
Su nuevo título, que se alzó con toda justicia y por unanimidad con el León de Oro de Venecia en la última edición, vuelve a plantearse las mismas inquietudes de las predecesoras: lo banal y esencial, lo trágico y cómico de las absurdas y cotidianas existencias humanas, todas ellas con la paloma del título como testigo omnipresente de las vidas de esos humanos, impregnando a las situaciones de una mirada etérea en algunas ocasiones, y en otra sarcástica y crítica. Andersson arranca su relato a modo de preludio, con “Tres encuentros con la muerte”, donde nos sitúa en tres instantes, donde se produce la muerte por parada cardíaca de un señor mientras intenta abrir una botella, y su mujer sigue en la cocina sin percatarse de lo ocurrido, en otra, una madre moribunda en el hospital se aferra endiabladamente a su bolso lleno de joyas, cuando sus tres hijos intentan arrebatárselo, y finalmente, un hombre que ha fallecido mientras elegía su comida, y la camarera ofrece su almuerzo gratis a los demás clientes. El realizador sueco nos sumerge en ese mundo compuesto de una estética abstracta, con esa luz neutra que invade el plano, y esos rostros blanquecinos e impertérritos, en la que asistimos a 39 escenas diferentes, 39 cuadros, planos secuencia que suelen cerrarse con la proclama insistente y repetitiva por parte de los personajes de la frase: Me alegro de que estés bien. Escenas donde suena una música de cuerda que actúa como leit motiv a lo largo del metraje, en la que Andersson clava la cámara, efectuando un excelente manejo de la profundidad de campo, el fuera de campo y los espacios, imprimiendo a cada situación una historia en sí misma independiente, pero estructurada dentro de la película. Se detiene en las existencias de Sam y Jonathan, que vertebran el relato, dos vendedores de artículos de fiesta, que se pelean constantemente, y que moran en un albergue. A partir de estos dos seres tristes y frustrados, Andersson compone una radiografía del mundo moderno, a través de una fusión de diferentes géneros, que van desde la comedia surrealista, el musical, lo social, y lo histórico, repasando las estructuras caducas y viles que sostienen las sociedades actuales, creando unas secuencias como si se tratasen de recuerdos o ensoñaciones. Personajes vulnerables y sensibles, que anhelan algo que ni saben ni conocen, como la profesora de flamenco que no se muestra ningún tipo de pudor en mostrar su deseo, o las protagonizadas por el rey Carlos XII (1697-1718), donde se le caricaturiza, se le dota de un sexo distraído y además se le introduce en la más absoluta de las trivialidades, y demás seres que pululan por esta magnífica obra.
Andersson recurre a referentes de toda naturaleza, desde los grabados pictóricos de Brueghel el viejo, donde su obra “Cazadores en la nieve”, sería una fuente de inspiración inagotable, el Quijote de Cervantes, o “Esperando a Godot”, de Beckett, y sus criaturas estarían cerca del hidalgo caballero y Sancho Panza, los individuos que retrata Stenbeck en su “De ratones y hombres”, en el cine de Bresson o Buñuel (al que homenajea en la secuencia del bar con el rey, cuando escuchamos el célebre twist de Ashley Beamunt, “Shimmy Doll”, que cerraba Viridiana), y en los dúos cómicos del Hollywood clásico como Laurel y Hardy, o lo que es lo mismo, el Gordo y el Flaco, sin olvidarnos de Buster Keaton, Chaplin, Tati…Cine de gran altura, de encomiable factura y diseño, que maneja la tragicomedia, Lebenlust (ganas de vivir), y un respeto fundamental por el ser humano, donde en la sociedad vive sin ningún tipo de resistencia, y muy a nuestro pesar, sufriendo la humillación del opresor frente al oprimido, la triste y anodina existencia del señor de negro perdido que, sobrevive a trompicones, a bandazos, y sin ningún tipo de esperanza ni ilusión ante una prosperidad igual de triste, oscura y desoladora.
Hola Jorge ,acabo de leer la descripción que haces de la película y me ha encantado ,apenas entiendo de cine (ya me gustaría) parece que la hubieras rodado tu ,tal y como la describes. Leo tus comentarios no todos porque escribes muy extenso y me falta tiempo.Un abrazo
Hola! Me llamo Jose. Muchas gracias por el comentario. Me alegro mucho que te haya gustado. Todo el mérito es de las películas que están realizadas por gente con muchísimo talento. Un abrazo.
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