Great Absence, de Kei Chika-Ura

LA MEMORIA DE MI PADRE. 

“Después de deambular por tu ciudad natal todo el día sin ninguna esperanza de encontrarte, el joven solo podía mirar el mar, y sintió que… la vista que tenía delante era como tú”. 

La película se abre con un prólogo muy significativo. Vemos al protagonista, Takashi, un actor ensayando una obra de Ionesco. La ficción nos introduce en la historia, una ficción que vertebra la frágil memoria de Yohji, el padre de Takeshi, con el que ha tenido una nula relación cuando 20 años atrás se divorció de su madre. Transcurrido ese tiempo, Takeshi visita a su padre que ahora vive con Naomi, donde el abismo que les separa es muy evidente. Son dos extraños, la misma sensación cuando una llamada de teléfono informa al joven actor de la enfermedad de su padre, ahora volverá con la compañía de su mujer. La ficción sirve para llenar tantos espacios vacíos de la memoria de Yohji, y Takeshi, por su cuenta, investigará la verdad de toda esa “mentira”, averiguando lo ocurrido durante todos esos años de ausencia y sin saber la vida de su padre y su entorno, en un deambular entre pasado y presente en el que sabiamente se instala el relato.

El director Kei Chika-Ura (Japón, 1977), que ya había debutado en el largometraje con Complicity (2018), en la que seguía la vida de un trabajador chino en Japón comprando una identidad para mejorar las condiciones de su vida. En cierta forma, su segundo largo también habla de identidad, de inventarse una cuando la memoria falla, a partir de un guion que firman Keita Kumano y el propio director, que tiene cierto aroma del magnífico cómic El almanaque de mi padre, de Jiro Taniguchi, porque también habla de la relación de un hijo con su padre que hace años que no ve, y la reconstrucción de su vida en su ausencia. La historia se mueve entre el pasado y el presente, pero de forma sutil sin esas transiciones tan efectistas, sino con elegancia y sensibilidad, con ese tempo japonés, donde no hay enfatizaciones ni nada que se le parezca, con ese ritmo muy pausado en que la cámara apenas se mueve o permanece quieta, atenta y observando en silencio el no movimiento de los respectivos personajes y sus diálogos tranquilos y en calma, como si estuvieran susurrando. La memoria sirve como contrapunto en la relación de padre e hijo, en la no relación de tantos años alejados, y ahora, en este tiempo presente, el hijo tiene la necesidad de saber para quedarse tranquilo. 

La elegante y sofisticada cinematografía que firma un grande como Yutaka Yamasaki, habitual de inmejorables cineastas como Hirokazu Koreeda y Naomi Kawase, basada en la ejemplaridad del encuadre y una luz tenue, que parece acariciar cada rostro y cuerpo y cada espacio que vemos en la película, donde la cámara en 35 mm parece estar y no estar, con esa habilidad de mostrar situándose en una invisibilidad extraña, como si no estuviera. Un prodigio de la luz y el plano. Bien acompañada por la excelente composición del músico Koji Itoyama, que tenía un reto duro por delante, porque no debía acompañar demasiado tantas miradas, gestos y silencios que hay entre los personajes. El montaje que firma el director, seduce con lo mínimo, en una película de 133 minutos que, algunos espectadores les resultará difícil de seguir, porque el conflicto es mínimo, casi inexistente, porque la película se detiene en contarnos esos interiores ocultos de los personajes, y cómo gestionan el deterioro mental del padre y esa otra vida pasada y las circunstancias que la produjeron. En Drive My Car, de Ryûsuke Hamaguchi, en que la película guarda similitudes, también proponía un viaje emocional al pasado, las emociones y la identidad. 

El cuarteto protagonista compone unos personajes nada sencillos, llenos de complejidad, con demasiadas heridas emocionales todavía sin curar. Tenemos a Takeshi, el hijo ausente de vuelta, que interpreta Mirai Moriyama, que le hemos visto en alguna de Naomi Kawase, que hilvana toda la historia con sus idas y venidas y su profunda investigación del pasado para entender, bien acompañado por Yoko Maki que hace de su mujer, que tiene en su haber películas con Shimizu, Koreeda y Miike, Hideko Hara es Naomi, la segunda mujer de Yohji, una mujer muy humana y silenciosa, que también tiene muchas respuestas para Takeshi, y finalmente, la presencia de Tatsuya Fuji en el papel de Yohji, un legendario intérprete japonés con más de 60 películas en más de 60 años de carrera, siendo el inolvidable protagonista de El imperio de los sentidos (1976) y El imperio de la pasión (1978), ambas de Nagisa Ôshima, amén de otras producciones, siendo el anciano profesor jubilado que ya no tiene memoria y se va inventando ficciones para todavía pertenecer a su mundo, que ya no es este. Quizás Great Absence no es una película fácil, pero si tienen la paciencia necesaria la podrán ver sin desinterés, porque explica emociones y conflictos sobre relaciones paternofiliales en un contexto como los problemas de memoria y lo más interesante, cómo gestionarlos de manera tranquila y en compañía y mucha comprensión. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA