Hija del volcán, de Jenifer de la Rosa

LA NIÑA PERDIDA DE ARMERO. 

“La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose”.

Julio Cortázar

La noche del 13 de noviembre de 1985, el volcán Nevado del Ruiz destruyó en su totalidad Armero, al norte de Colombia, dejando sepultados a casi 25000 habitantes, afectando también a los municipios de Chinchiná y Villamaría. Medio millar de niños y niñas quedaron huérfanos y muchos fueron adoptados por familias del país. Unos cuántos fueron robados y vendidos de forma clandestinamente mediante procesos irregulares que dejó un gran vacío de información. La cineasta Jenifer de la Rosa (Manizales, Colombia, 1985), nacida 7 días antes de la tragedia fue uno de los llamados “Niños perdidos de Armero”, que en su caso, con tan sólo años y medio acabó como adoptada por una familia de Valladolid. Tres décadas después se planta con una cámara y con la ayuda de la Fundación Armando Armero, que se dedica a buscar a los familiares de estos niños perdidos, emprende su particular búsqueda para encontrar a su madre y de esa forma esclarecer las circunstancias de su adopción envuelta en un halo de oscuridad y misterio. 

La directora construye un sencillo y honesto documento sobre la búsqueda de los orígenes y lo hace en un trabajo donde asistimos a sus investigaciones y pesquisas mediante visitas, llamadas de teléfono y un sinfín de conversaciones de aquí para allá, por una maraña de burocracia y diferentes organismos, ya sean oficiales y voluntarios que le ayudan a encontrar algún hilo del paradero de su madre. Sus primeras imágenes nos sitúan en la dantesca tragedia de Armero, con imágenes de archivo como la niña Omayra Sánchez que muy a su pesar, se convirtió en la imagen del desastre, cuando atrapada sin poder ser liberada y hundida en el agua, informaba del suceso y fue retransmitido a todo el mundo. Luego, seguimos los pasos de la directora que pregunta aquí y allá y se muestra con un arrojo y coraje y muy incansablemente en su búsqueda, ya no sólo de su madre desaparecida sino también de sus orígenes que son el mismo de muchos que se encuentran igual que ella. No estamos ante el documental sensiblero que trampea al espectador, todo lo contrario, aquí hay mucha verdad, mucho silencio y mucha oscuridad en tantas adopciones irregulares que se llevaron a cabo aprovechando el caos y la destrucción de la inmensa tragedia.  

La película cuida mucho el aspecto técnico, acercándonos sin trampa ni cartón, a las situaciones que va viviendo la directora, con una gran transparencia en lo que muestra y cómo lo hace en un gran trabajo de cinematografía de Andrés Campos, del que hemos visto recientemente Memorias de un cuerpo que arde, de la costarricense Antonella Sudasassi, así como la composición musical de Kenji Kishi Leopo, del que conocemos sus documentales con Samuel Kishi, Jorge Díaz Sánchez y Alan Simôes, que ayuda a la naturalidad con que se explica el vía crucis particular en el que se encuentra la directora, y el magnífico montaje del dúo Juan Barrero, cineasta del que vimos hace nada Almudena, de Azucena Rodríguez, y Carlos Cañas Carreira, fogueado en la serie La reina del sur, que en sus 109 minutos de metraje consigue atraparnos con sinceridad, aportando un aroma de thriller íntimo, político y de investigación, donde se habla de la búsqueda en un modo muy personal y nada impostado, transmitiendo mucha verdad y una cercanía que traspasa la pantalla, donde la “protagonista” se abre en canal en todos los sentidos, también hay crítica a la desidia y la torpeza política juntadas además con las continuas lagunas y trabas de tantos años pasados.

De la citada tragedia de Armero pueden ver el documental El valle sin sombras (2015), de Rubén Mendoza, un implacable retrato sobre las víctimas y los fantasmas que dejó la catástrofe. Esta película como Hija de un volcán, de la cineasta colombiana Jenifer de la Rosa podrían ser una buena muestra de cómo hablarnos de lo que queda después de tamaña tragedia, de todas las víctimas que deben seguir viviendo o al menos intentarlo, y sobre todo, honrar a todos lo que ya no están, y otros, como Jenifer seguir buscando a los suyos, sea como sea, para reencontrarse con su país de origen, con lo que fue, con los que siguen ahí, con los que encontrará y sobre todo, haciendo un viaje en el que se tropezará con ella misma, con los sueños imposibles y las quimeras soñadas que, quizás, pueden hacerse realidad. Si en Tierra (2022), un cortometraje de 15 minutos, donde la directora imaginaba como era Colombia, en su ópera prima, la cineasta no quiere imaginar ya su país, sino reencontrarse con él, y desenterrar su pasado y todo lo que hay en ese lugar, un espacio donde descubrirá su origen y por ende, las circunstancias que rodearon su adopción. No tiene una tarea sencilla pero quién dijo que las cosas que importan fueran fáciles. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA