La semilla de la higuera sagrada, de Mohammad Rasoulof

EL ESTADO Y LA FAMILIA. 

“El ciclo de la vida del ficus religiosa es inusual. Sus semillas caen sobre otros árboles dentro de las heces de los pájaros. Las raíces aéreas brotan y crecen hasta el suelo. Después, las ramas abrazan al árbol huésped y lo estrangulan. Por último, la higuera sagrada se sostiene por sí sola”. 

En La vida de los demás (2020), el cineasta Mohammad Rasoulof (Shiraz, Irán, 1972), trazaba un intenso y profundo alegato sobre la moral, a partir de unas personas que se enfrentaban a sus convicciones, envueltos en aceptar una ley injusta y miserable que les obliga a cumplir con la pena de muerte. En La semilla de la higuera sagrada, y siguiendo la estela de su anteriores trabajos, sigue dándole vueltas a las leyes y su cumplimiento, pero en este caso, compone un cuento de terror en toda regla, porque todo ocurre en el interior de las cuatro paredes de la familia de Iman, recién nombrado juez instructor en Teherán, la capital iraní, en el otoño de 2022 en mitad de las protestas feministas que hizo tambalear el régimen de los ayatolás, en respuesta de la muerte de Masha Jina Amini, una joven de la minoría kurda, mientras estaba detenida. La esposa y madre, Najmeh, y las dos hijas jóvenes Rezvan y Sana.  

Como sucedía en La vida de los demás, el conflicto es extremadamente sencillo y directo, y el relato viaja por diferentes y complejos estados emocionales en un magnífico retrato de personajes. La película pasa de la euforia por el nombramiento de Iman, por los cambios de domicilio y por ende, de estatus social, y el misterio que encierra su trabajo para el resto de su familia. Luego, viene la muerte de la mencionada mujer de la minoría kurda, y el estallido de protestas callejeras de mujeres desafiando al régimen quitándose los velos y celebrando la libertad. Hechos que van alejando a la familia, porque las dos hijas ven mediante internet todo lo que acontece. Otro hecho, que no desvelaré por respeto a los espectadores que no hayan visto la película, crea un cisma insostenible en el hogar que desencadenará un atisbo insalvable entre hijos y padres. Un cine muy bien contado, declaradamente psicológico y un magistral estudio de personajes, y sobre todo, las afectaciones de cumplir con la ley, como ocurría con la película mencionada, y lo que desemboca en el ámbito familiar. El director iraní no se anda por las ramas, construye un cine muy transparente en sus contenidos, generando un cuento sobre la moral que nos agarra desde sus primeras imágenes y no nos suelta hasta la resolución, como si se tratase de una película de terror al uso, como he comentado, con sus mismas texturas y formas, indagando en lo íntimo a partir de lo que va ocurriendo entre los diferentes componentes de esta familia. 

Rasoulof construye una cuidada e intensa cinematografía a través del extraordinario trabajo de Pooyan Aghababayi, que viene del mundo del cortometraje, donde cada encuadre y plano está muy pensado y crea un off brutal, porque los ecos de la calle inundan cada habitación y sobre todo, cada pensamiento de los personajes. Un intenso y agobiante thriller psicológico que tiene mucho de los Polanski, Zulawski, Skolimowski, Kieslowski, y compañía, donde la política, lo social y lo más oscuro del alma humana se convertían en materia diseccionante. El estupendo trabajo de montaje de un grande como Andrew Bird, habitual del cine de Fatih Azkin, amén de otras brillantes cineastas como Julie Deslpy y Miranda July, entre otros, donde los 168 minutos de metraje, que podrían asustar a muchos espectadores, se convierte en una duración adecuada y nada pesada, porque el proceso de los acontecimientos y cómo se va ennegreciendo ese hogar necesitaba observar con tiempo y sin prisas. La magnífica música de Karzan Mahmood, que se ha fogueado mucho tiempo en series de televisión, es un elemento esencial en la historia, porque nos ayuda a crear esa tensión in crescendo en la que está instalada la película, sin ser intervencionista ni molesta, sino todo lo contrario. 

En el apartado artístico nos rendimos por lo bien que interpretan los cuatro principales personajes, como sucede en el cine iraní, donde tienen la capacidad que olvidemos a los intérpretes y nos centramos solamente en la composición y actuación. Tenemos a Missagh Zareh como Iman, que ya había trabajado con Rasoulof en Un hombre íntegro (2017), donde un tipo se enfrentaba a su empresa muy dada a la corrupción, siendo ese hombre que es sometido por el estado por el bien de la seguridad nacional, creando una especie de funcionario sin moral ni ética, dispuesto a todo por mantener su empleo y prosperar siendo el ejecutor del terror estatal. Soheila Golestani hace de Najmeh, la esposa comprometida y ciega que está con y por su marido, aunque las cosas se pueden torcer y nada se ve de la misma manera. Las hijas son Setareh Maleki como Sana y Mahsa Rostami como Rezvan, dos jóvenes contrariadas por las protestas que están sucediendo de las mujeres y por contra, una televisión estatal que miente descabelladamente, y un padre que no suelta prenda de su trabajo y su cometido. Unas ideas que chocan con las de su padre y reclaman más justicia e igualdad y humanidad, situación que irá descomponiendo la aparente tranquilidad que parecía que existía. 

Si les hizo reflexionar y todavía recuerdan una película como La vida de los demás, sobre cómo las fauces del estado va contaminando a los ciudadanos y sobre todo, convirtiéndolos en meros títeres que ejecutan sus leyes terroríficas e injustas. Si fue así, deberían darle una oportunidad a La semilla de la higuera sagrada, un revelador y contundente título, la nueva obra de Mohammad Rasoulof, que vuelve a contarnos la peripecia de un hombre que parece íntegro pero que será absorbido por esa gran maquinaria de injusticias y negocio que se han convertido muchos gobiernos del planeta, donde sólo buscan sus beneficios e imponer unas leyes que benefician a los de siempre que sirven para pisotear a los de siempre, también, sea como sea. Estamos ante una buena historia, dividida en tres partes bien diferenciadas, en un gran guion del propio director, donde nos hace reflexionar, emocionarnos y sobre todo, ver cómo la política no va de cuatro leyes, sino también de las diferencias que se generan en una familia cuando el padre es uno de ellos y opta por mirar a otro lado, mientras sus hijas, llenas de rabia por lo sucedido, no se detienen y buscan su rebelión y su lucha, aunque sea en las cuatro paredes de su casa y contra su padre. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA