Tierra baja, de Miguel Santesmases

RECUERDO QUE TE HABÍA OLVIDADO.  

“Yo nunca te olvidé. No me olvides tú a mi”. 

Los primeros instantes de Tierra baja, de Miguel Santesmases (Madrid, 1961), están concebidos para situarnos en el contexto de su protagonista, Carmen, una mujer que ha huido de Madrid, agobiada por un trabajo, el de guionista, que no la llenaba, o quizás, huyó por otras razón. Todavía no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que ella se ha recluido en el mas de su familia, ubicado en uno de sus pueblos de la provincia de Teruel, en el Bajo Aragón. Un lugar apartado de todos y todo, exceptuando algún encuentro fortuito con sus allegados: Damián, el hombre que le ayuda al mantenimiento, María Rosa, una prima, que le insta a volver a escribir. Entre quehaceres cotidianos y ratos de mirar y otros, en una búsqueda profesional, porque los olivos, antaño muy productivos, ahora no hay negocio. Así encontramos al comienzo del relato a Carmen, que no sabe por dónde tirar, más en un tiempo de espera a su pesar. Un día recibe una postal de un tal Eduardo, un hombre que en el pasado significó algo para ella. Un algo que todavía no sabemos. En poco tiempo, la película se presenta llena de incógnitas, secretos que se irán desvelando o no. 

Del cineasta madrileño que tuvo su momento en la industria con La fuente amarilla (1999), Amor, curiosidad, prozak y dudas (2001), y Días azules (20016), escritas junto a Antón y Martín Casariego, y Lucía Etxebarría, que se movían entre el thriller y el drama sobre jóvenes. En 2016 hace Madrid, Avobe The Moon, cine de guerrilla que construye una comedia romántica nada convencional. Ahora nos llega Tierra baja, que coescribe junto a Ángeles González-Sinde, amén de dirigir tres largos, ha escrito para cineastas tan importantes como Ricardo Franco, Manuel Gutiérrez Aragón y Gerardo Herrero, entre otros. Mantiene el mismo espíritu que la anterior, donde un buen guion y estupendos intérpretes hacen el resto. Aquí se añade el impresionante paisaje que escenifica la realidad interior de la protagonista y las consecuencias de lo que se llama como la España vaciada, donde las formas de trabajo mutan y los jóvenes huyen a las grandes urbes. La historia se mueve por varias travesías. Por un lado, tenemos a la mujer que vuelve a su pueblo con la idea de instalarse, están las nuevas formas de subsistencia ante los cambios en la agricultura, bien condimentado con el drama personal, lo romántico como leit motiv, pero muy alejado de los estándares convencionales, y por último, la ficción como espacio para imaginar la realidad o simplemente, como un lugar para refugiarse para abordar las dificultades de lo que se llama realidad. 

Tiene la película de Santesmases esa atmósfera ligera y transparente de las películas de Alexander Payne, pero muy profundas en sus planteamientos emocionales, donde convergen unos personajes con ideas que chocan con los demás, pero firmes en sus decisiones quijotescas. Una película cuidada en el aspecto técnico con una cinematografía que firma Alberto Pareja, del que hemos visto la semana pasada Miocardio, de José Manuel Carrasco, y ya estaba en la citada Madrid, Avobe The Moon, en el que prima la luz natural y captar la grandiosidad del paisaje pero sin embellecerlo. La música de Alejandro Román, habitual del cineasta balear Toni Bestard, y películas como Estándar y La pasajera, consigue con un pocos temas sumergirnos en una historia muy sutil y con pocos personajes, que atrapa con muy poco. El montaje que firman Germán Roda, autor de una extensa filmografía de documentales como Marcelino, el mejor payaso del mundo y Vila y sus dobles, y el propio director, maneja con soltura y ritmo los 96 minutos de un metraje que se ve con interés y no recurre a los lugares comunes, sino que al igual que la película sobre Madrid que hemos mencionado, busca en el paisaje y su forma de encuadrarlo una mirada más personal e íntima. 

Una película como esta tan llena de matices, detalles y mucha alma necesitaba una actriz tan extraordinaria como Aitana Sánchez-Gijón, que se guarda mucho sus sentimientos y cómo los expresa cuando es totalmente imprescindible. Una intérprete con sus miradas y sutilezas alimenta de misterio y belleza un personaje como Carmen, tan cercana como esquiva, tan seria como vulnerable, que parece una versión femenina de Crusoe en su pequeña isla, unos días a la deriva y otros, no se sabe dónde y por qué. A su lado, otro tótem como Pere Arquillué, una bestia en el teatro que no se prodiga tanto en el cine como me gustaría. Su personaje Eduardo Llanos es un productor de cine algo cansado y desencantado de su oficio, o quizás, por eso, llega al reino desterrado de Carmen en busca de engancharse a la vida, o al menos, reencontrar algo que recordó que había perdido. La presencia de Itziar Miranda, un personaje clave en la trama y ahí lo dejamos. Los autóctonos como Javier Gúzman que hace de Damián, el chico para todo, Lydia Vera es María Rosa la prima que está y Sonia Bel Faci como Cristina, la otra amiga que lleva el bar, y otras almas del pueblo, dan la profundidad necesaria para no quedarse sólo en la anécdota. 

Me ha convencido la propuesta de Tierra baja, de Miguel Santesmases, por su sencillez y honestidad, por contarnos una película que habla sobre el cine o sobre los que hacen el cine, sobre los oscuros y difíciles mecanismos de la creación y la tortura y complejidad de un oficio tan enriquecedor como masoquista, que mencionaba Truman Capote, como el de la escritura, y en este caso, el de guionista. Su absorbente naturalidad y calidez que desprende la hace tan cercana que los espectadores nos vemos moviéndonos como un personaje más, donde se juega mucho en los límites de lo que entendemos como realidad y ficción. Una película que invita a aventurarnos en los espacios de la creación y la fabulación, tan necesarios en un planeta cada vez más superficial e inmediato, que olvida muy a menudo la calma y la serenidad para adentrarse en esos otros aspectos de nuestro interior, escarbando en nuestras emociones, en nuestros miedos, en los que nos hace fuertes y vulnerables, en lo que somos realmente cuando se acaba el ruido. Tierra baja es una película sobre el hecho de escucharse, rodeado de silencio, de paz y tranquilidad, espacios tan importantes para la existencia, huyendo del ruido ensordecedor de las grandes ciudades, lugares destinados para la prisa y el estrés. Quédense un rato en las imágenes que propone Santesmases y comprobarán que necesitan otra vida y porque no, algo de ficción nunca está de más. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Marcelino, el mejor payaso del mundo, de Germán Roda

HABÍA UNA VEZ… EL PAYASO MARCELINO.

“Hacer el payaso es simplemente una manera divertida de ser serio”

Jango Edwards

Una fría noche de noviembre de 1927, en una habitación del Hotel Mansfield, de Nueva York, se quitó la vida Marcelino Orbés. Tenía 54 años de edad, y durante los años de 1900 a 1914, había sido el payaso más famoso del mundo. Aunque la prensa se hizo eco de la noticia, y Chaplin envío la corona de flores más hermosa, el tiempo enterró su memoria y jamás se supo de su existencia. A principios de los noventa, la figura de Marcelino volvió del olvido, a través del propio Chaplin que lo citaba en sus memorias. En el 2007, Buster Keaton hacía lo propio en las suyas, y sobre todo, la publicación del libro Marcelino. El mejor payaso del mundo, de Mariano García Cantarero, que ayudó a rescatar su memoria y a dotarle el lugar que se merece en el universo del clown, el circo y el espectáculo. El director Germán Roda (Granada, 1975), conoció la feliz y triste historia de Marcelino y encontró un material ideal para construir una película en torno a su figura. Roda ya había dado muestras de su interés por las biografías de artistas desconocidos, el mundo del espectáculo o rescatar lugares o personajes de la historia como hizo en Improvisando (2009), sobre la comedia dell’arte, o en Pomarón y el cine amateur (2010), en Juego de espías (Canfranc-Zaragoza-San Sebastián) (2013), Goya Siglo XXI (2018) o en Los años del humo (2018), en la que investiga el incendio del Hotel Corona de Aragón de 1979 que provocó 80 fallecidos y cientos de heridos.

En Marcelino, el mejor payaso del mundo, construye un relato apoyándose no solo en un homenaje a la figura del payaso Marcelino, sino también, a la figura del payaso, a través de un docudrama, en el que el cómico Pepe Viyuela adopta el rol de Marcelino e interpreta las etapas de su vida, sus espectáculos, sus amores, un gag de la película que hizo, otro de un combate de boxeo, muy parecido al que vimos en Luces de la ciudad, de Chaplin, recorriendo la vida y milagros de Marcelino, desde sus inicios en España allá por 1873, sus primeros pasos en el mundo de la acrobacia con la familia “Los Martini”, su grandísimo éxito en Londres y su posterior desembarco en Nueva York, convirtiéndose en una gran estrella que llenaba un teatro de 5000 butacas, sus amores frustrados con la inglesa Louisa Johnson y la estadounidense Ada Holt, la llegada del cine que acabó con sus años de gloria y su ruina como payaso, y finalmente, solo y abandonado, decidió acabar con su vida.

En la película, otros payasos nos reivindican la figura de Marcelino y el oficio del payaso, escuchamos los testimonios de Mariano García Cantarero y otros, historiadores que nos hablan de la inteligencia y el dominio del escenario de Marcelino por los diferentes teatros en los que actuó. La película no esconde su sencillez, su propuesta es clara y honesta, quiere y consigue reivindicar la figura de Marcelino, rescatándolo del olvido y colocándolo en el lugar que la historia le negó, contribuyendo a su grandiosidad como payaso y su incontestable influencia de su legado en figuras tan grandes como Charles Chaplin y Buster Keaton. La obra de Roda, que coescribe con Miguel Ángel Lamata, bucea tanto en sus éxitos como en sus fracasos, su idea del payaso artesanal en que su escenario ideal era un teatro, su rechazo al cine, sus frustrados amores, sus desventuras y malas inversiones que lo llevaron a la ruina, la desolación y la desaparición, y todo lo cuenta con una extrema sinceridad y sobriedad, dejando espacio para que el espectador reflexione y se divierta con Marcelino, y conozca a una de las grandes estrellas del mundo del clown y del espectáculo.

La enigmática y natural luz del cinematógrafo Daniel Vergara, creando esas secuencias maravillosas de cine mudo, o la lúgubre y desoladora habitación de hotel con la que empieza y finaliza la película, o el dinámico montaje del propio Roda, hacen de la película una hermosísima fábula sobre el humanismo de un ser maravilloso y artista con todas sus consecuencias, que ideó una nueva forma de hacer reír o simplemente, de reírse de todo y todos, con esa mirada triste, la nariz roja (pionero en ese aspecto), esa ropa usada de vagabundo, y ese gesto y movimiento de torpeza, inutilidad y talento que derrocha cada vez que deleitaba a su público, recorremos su auge y caída, o mejor dicho, recorremos las vidas de tantos payasos tristes que conocieron el éxito en su oficio y la derrota en su vida personal, porque como decía el poeta: “Todos acabamos fracasando en nuestras propias vidas, porque no hay máscara que nos salve”. Solo nos queda decir que, gracias a Marcelino por su legado y su memoria, ahora ya siempre junto a nosotros. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA