Antes era divertido, de Ally Pankiw

LA FRACTURA DE SAM.

“El trauma afecta a las relaciones, ya que cambia la forma en que percibimos el amor, la confianza y la seguridad”.

Judith Herman 

Hemos visto muchas películas que abordan con inteligencia y profundidad los efectos de los traumas. En Antes era divertido (“I Used to Be Funny”, en el original), también habla de trauma, el de una joven, Sam Cowell, que intenta hacerse un hueco en el difícil mundo de los comediantes stand-up y a la vez, trabaja como niñera de Brooke Renner, una niña de 12 años con problemas de conducta que tiene a su madre enferma y vive con su padre policía. Lo importante de la película es cómo aborda el trauma, alejándose completamente del género negro en el que tantas historias se posicionan. Aquí no hay nada de eso, porque el relato se centra en Sam, en su presente triste, estático y doloroso, y en el pasado, donde asistimos a la reconstrucción de los hechos que llevaron al abuso sexual que le propició el mencionado trauma, todo contado con el tono y la intimidad de una mujer atrapada en su trauma que no ve una salida a su problema. 

La directora Ally Pankiw (Toronto, Canadá, 1986), que ha dirigido la serie Feelgood (2020), y el capítulo Black Mirror: Joan es horrible (2023), hace su puesta de largo con una película que recoge la atmósfera del mejor cine indie estadounidense, el que han practicado películas como Las vírgenes suicidas (1999), de Sofia Coppola, Lady Bird (2017), de Greta Gerwig y Kajillionaire (2020), de Miranda July, entre otras. cine dirigido por mujeres para públicos que les gusten los retratos críticos, con la textura de una comedia dramática, en la que se abordan temas complejos como el amor, los traumas y la insatisfacción crónica de una población cada vez más ausente e invisible ante la velocidad de una sociedad vacía y mercantilizada. Antes era divertido aúna con acierto y sabiduría el drama con la comedia, no de un modo convencional, sino desde la complejidad de la historia que nos cuenta, mezclándolas e incluso, en muchos instantes, no sabiendo descifrar el tono que usa la directora, lo que la hace muchísimo más cercana y profunda que otras películas que vayan por otros derroteros. Uno de sus logros, tiene muchos más, es hablar de un tema durísimo sin caer en caminos trillados ni en estúpidas complacencias, aquí es todo lo contrario, y se agradece y mucho. 

Si la historia funciona bien, la estupenda cinematografía de Nina Djacic, que también debuta en el largometraje, es realmente asombrosa, creando una atmósfera donde la agitada cámara nos cuenta el pasado, para pausarla para contar el presente, generando esa dualidad del relato, así como de las distintas fases del trauma que sufre la citada protagonista, acompañado de un interesante trabajo de esa luz cercana y de interiores, casi siempre mortecina, que ayuda sin exagerar a adentrarse en los diferentes monstruos de Sam. La música de Ames Bessada ayuda a crear ese tono de pausa y tristeza que tiene toda la película, con esos toques de blues. Así como el acertado montaje de Curt Lobb, habitual del director Matt Johnson, donde no enfatiza para nada la historia, y va cimentando un relato muy complejo y nada convencional en sus 106 minutos de metraje. La ciudad de Toronto es otro de los grandes personajes de la película, con esos lugares como la casa que comparte la protagonista, la casa de los Renner y demás, porque nos recuerda a la misma inquietante calma y neutra que tenía la Sacramento de la mencionada Lady Bird, encontrando esos lugares ausentes que tienen todas las grandes cities. 

Otro de los grandes logros de la película, ya he mencionado que tiene muchos, es la magnífica interpretación de Rachel Sennott, que cada vez nos encanta más, haciendo una Sam Cowell maravillosa, mostrando toda la carga emocional y cercana que transmite un personaje divididos en dos. En el pasado es toda valentía y estupenda, y en el presente, es como un fantasma que arrastra sus penas, eso sí, con toda la dignidad y entereza que puede. Le acompañan Olga Petsa como la rebelde y escurridiza Brooke Renner, Sabrina Jalees y Caleb Hearon son sus compañeros de piso y en el stand-up, Ennis Esmer es su novio y finalmente, Jason Jones es Cameron, el papá de Brooke. Si les gustan las historias contadas desde la emoción, Antes era divertido, de Nina Djacic, les gustará mucho, además tiene el sello de la distribuidora Surtsey Films, que en sus años de trayectoria siempre les ha acompañado un amor al cine que aborda desde la complejidad temas nada sencillos. Además, es una película que les hará reflexionar intensamente sobre los temas del trauma y las infinitas formas de gestionarlo y sobre todo, es un gran toque de atención a cómo nos comportamos cuando lidiamos con estos temas, ya sean propios o de nuestro entorno. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

21 paraíso, de Néstor Ruiz Medina

LAS FRACTURAS DEL AMOR. 

“El verdadero paraíso no está en el cielo, sino en la boca de la mujer amada”.

Frase de “Señorita de Maupin” (1836), de Théophile Gautier.  

Recuerdan a Natalia y Carlos, los jóvenes protagonistas de Hermosa juventud (2014), de Jaime Rosales, que encontraban en el porno amateur una salida económica a su existencia precaria. Los tiempos han cambiado pero las formas siguen estando ahí, porque Julia y Mateo viven del porno amateur a través de la web Onlyfans, en la que venden su intimidad a base de sexo. Los jóvenes del sexo protagonizan 21 paraíso, la ópera prima de Néstor Ruiz Medina (Madrid, 1988), que se ha fogueado en unos 15 cortometrajes, en una película que explica una especie de paraíso en el que tanto Julia y Mateo han encontrado su vida a través del porno amateur que practican en una estupenda casa anclada en un entorno rural magnífico, donde la vida y su felicidad se dan la mano y en la que sus momentos de intimidad han calado en la web y sus días son pura armonía. Una armonía que veremos resquebrajarse a modo de 21 instantes-episódicos en planos secuencia que vienen anunciados por pequeñas ideas en forma de frases cortas, en las que somos testigos de cómo ese paraíso tiene sus zonas oscuras y de tristeza. 

El director madrileño se deja de un relato rocambolesco y de giros inverosímiles, sino todo lo contrario, porque se apoya en un guion construido con sus dos intérpretes, basados en muchas improvisaciones y en ir encontrando su historia y la forma de contarse, donde la cinematografía de Marino Pardo, al que conocíamos por su trabajo en el cortometraje Polvo somos (2020), de Estíbaliz Urresola, la directora de la reciente  20000 especies de abejas, que recurre al celuloide en 16mm y el marco en 4:3 para sumergirnos en las cuatro paredes y el entorno de ese lugar, la provincia gaditana, un espacio donde la luz se impone en un principio, y a modo de crepúsculo vamos asistiendo a la ruptura de la armonía que hablábamos al inicio del texto, pero casi a cámara lenta, centrándonos en los detalles y las diferentes secuencias en la que todo ese lugar aparentemente perfecto, empieza a agrietarse, no nos explican porque, casi siempre nadie sabe porque suceden, sólo sabe que surgen de la nada, del interior de una mujer como Julia. La película en un preciso trabajo de montaje que firma el propio Ruiz Medina, que en sus 98 minutos de metraje, refleja el deterioro de ese amor, o quizás podríamos decir, de eso que tenían, y las consecuencias de esa distancia, de esa falta de comunicación que les afecta y sobre todo, de la nueva realidad a la que deben enfrentarse que les empuja a buscar un modo de vida diferente, con mucho menos dinero y más real. 

Una cámara que los traspasa, que se convierte en uno más, en ese invitado incómodo que da testimonio y forma a su relación o lo que queda de ella, y a ellos mismos. Aunque una película de estas características, donde prevalece la intimidad en un entorno muy cercano, con pocos espacios, tanto interiores como exteriores, debía tener una pareja de protagonistas que transmitieran todo esa fractura que se produce entre ellos, y el director lo consigue con el intenso y excelente dúo que forman la debutante María Lázaro y Fernando Barona que hemos visto en series y en la mencionada Hermosa juventud, dando vida a Julia y Mateo, o lo que es lo mismo, a estos Eva y Adán expulsados de su paraíso particular, y no por un motivo con explicación, sino con uno de verdad, el que siente Julia, ese abismo de la identidad, cuando no sabemos qué queremos y lo único que tenemos claro es que no deseamos seguir haciendo lo que hacíamos, no sabemos porqué, sólo que estamos en ese proceso de descubrirnos y sincerarnos con nosotros mismos y con los demás, y seguir caminando para encontrarnos y encontrar lo que queremos hacer a partir de ahora. 

La película 21 paraíso es un buen ejemplo para una primera película, porque está filmada sin pretensiones, no empleando caminos difíciles de manejar, y sacando el máximo rendimiento a los recursos que tienen más al alcance, eso sí, sin construir una película a gusto de todos, sino con un relato, que gustará más o menos, pero con la idea de contarlo con acierto, detalle y complejidad, porque lo que vemos y lo que va sucediendo, no es baladí, porque pasamos del paraíso particular de Julia y Mateo a una especie de infierno contado en segundos, donde cada mirada y gesto está lleno de desánimo, distancia y perplejidad, porque es una cinta que habla mucho de estos tiempos donde parecemos que lo tenemos todo y en realidad, no tenemos nada, nos faltan muchas cosas, muchas emocionales, que repararía tanto vacío, tristeza y desorientación. Julia y Mateo son un reflejo de esa juventud, que ya no es tan joven, que han pasado de los treinta, y siguen un poco varados, esperando que esa idea del porno amateur dure eternamente, pero lo que no saben es que la vida está sujeta a los cambios constantes, esos que van sucediendo mientras tú haces otros planes, que citaba Lennon, porque si de algo habría que esperar de la existencia es que siempre nos sorprende, siempre nos dejará de vuelta y media, y sobre todo, siempre, por muy mal que estemos, encontramos una salida para tanto desaliento y vacío interior. No estemos temerosos de ser expulsados del «paraíso» y centremos en quiénes somos y qué queremos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA