Los intocables de Carles Cases, de Matías Boero Lutz

EL MÚSICO QUE ACARICIA EL ALMA. 

“El arte es una forma de escapar de la realidad y explorar nuevos mundos”. 

Ennio Morricone 

Recuerdo que la primera vez que escuché una composición de Cases fue en la película El perquè del tot plegat (1995), de Ventura Pons, cuando la vi en el cine. Era el tema «Voluntat», que durante mucho tiempo tarareaba sin parar. Hay muchas formas de encarar el retrato a través de una película. Podemos hacerlo  de muchas formas, texturas y elementos, aunque también enfocarlo a través de la tendencia general a la hora de encarar un proyecto de estas características, cuando los creadores suelen optar por filmar algunos conciertos en vivo, tirar de un archivo rico, mediante imágenes y documentación, para contextualizar su obra y sus orígenes, recoger testimonios de los más allegados y los compañeros de fatigas que ofrecen una visión diferente y peculiar y dan voz al retratado en cuestión. Seguramente estarán pensando en muchos de esos reportajes televisivos hechos para homenajear al personaje en cuestión y sobre todo, rellenar la parrilla. En contadas ocasiones, el esquema citado parece revolverse a su destino convencional, y sin conocer los motivos, la obra en cuestión emerge en otra cosa, en una película que huye del formato convencional de televisión, para adentrarse en un territorio mucho más íntimo, profundo y revelador. 

Sin pecar de entusiasmo excesivo, la película Los intocables de Carles Cases es una de esas obras que, a pesar de su formato lineal y esperado, se erige como una película especial, el retratado lo es y mucho, porque es un tipo que transmite su humildad, su humanidad y su forma de hacer música y menearse en un mundo tan lleno de egos y conflictos. El director Matías Boero Lutz, que ya se había fogueado en varios cortometrajes, amén de en ramas como la distribución y exhibición, y en equipos de producción como Los fantasmas de Goya, de Milos Forman. Un trotamundos en el cine que debuta con una película sobre el músico citado, un Carles Cases (Sallent de Llobregat, 1958), con una impresionante trayectoria junto al músico Lluís Llach durante ocho años como teclista, y más de 80 películas en un período de 25 año de trayectoria componiendo para cineastas de la talla de Ventura Pons, Gonzalo Suárez, Antoni Verdaguer, Jaime Chávarri, etc…, que muchos de ellos ofrecen su testimonio a la película, así como el citado Llach, a parte de infinidad de composiciones de autores clásicos o más modernos como Ennio Morricone (1928-2020), con el que colaboró con el escritor cinematográfico Àlex Gorina.

Conocemos a un tipo muy especial y espiritual, que aprendió la música mientras tocaba, sin casi formación musical, con un aura muy hacia dentro, de recogimiento, con alma monacal sin  ser creyente, sino uno de esos seres que cuando componen o tocan se elevan y son todo para la música, porque sin ella no son nada. La película se repasa su trayectoria haciendo saltos del presente al pasado y viceversa, viajando a todos esos lugares e instantes, desde lo más cercanos como los más lejanos, en una película de corte convencional, pero rica en detalles, matices y profundidad, porque estamos frente a un Cases que tiene un carácter muy propio, de vida muy rica y sencilla, y a la vez, un loco del piano y de su música, un tipo rara avis en un mundo más empobrecido espiritualmente que se ha narcotizado a base de materialismo estúpido y banal. Alguien como Carles Cases es de esas personas de las que se aprende muchísimo, aunque no tengan ánimo de enseñar nada y mucho menos de demostrar cualquier cosa, basta con escucharles que no es poco, y también observarlos, porque sin hablar ya dicen y enseñan mucho, porque no lo pretenden y lo consiguen. 

No todo en la película son “flors i violes”, sino que también hay espacio para la oscuridad y la tristeza: los encontronazos con directores, que alguno le llevó a su ostracismo, sus adiciones que casi lo retiran de la vida y la música, y la parte de paro forzado cuando nadie lo llamaba y los conflictos interiores le consumieron, y otros menesteres. Los espectadores vamos descubriendo con la pausa y el reposo que impone una película que no tiene prisa, yéndose a los 101 minutos de metraje, porque no sólo retrata a su personaje, sino que también quiere escucharlo y descubrirlo, para muchos que lo conocían de pasada y aquí lo verán en todo su mundo y sus mundos, que no son pocos ni nada convencionales. Un título que es toda una declaración de intenciones por donde irá la película, y lo que quiere transmitir a su público, que es recogerse en sus imágenes, escuchar la música de Cases y sentirla o no, aunque creemos que es casi imposible no emocionarse con una música y un músico que no sólo ama lo que hace, sino que se esfuerza con tesón, sacrificio y paciencia para llegar a lo más profundo del alma. 

Una película que no está muy lejos de otras como el documental Canto cósmico. Niño de Elche (2021), de Leire Apellaniz y Marc Sempere Moya, sobre el iconoclasta y revolucionario músico flamenco y lo que haga falta, y la más reciente La estrella azul, de Javier Macipe, ficción sobre el músico zaragozano desaparecido Mauricio Aznar. Tres claros ejemplos de acercamiento a músicos nada convencionales, revolucionarios en su tiempo y de cualquier tiempo, que sienten el arte y la música a través de todo lo que le rodea, explorando infinidad de músicas, de espacios, de terrenos, de texturas y de lenguajes y de innumerables propuestas y diálogos. Son humanistas de la vida, de los sentimientos y de todas aquellas cosas que a la mayoría se les ha olvidado, o lo que es peor, que ni tan siquiera saben que existen, y se pierden en lo inmediato, en el placer efímero, olvidando que el placer y el deseo no nacen de lo físico sino de los espiritual, y la música es un buen aliado para dejarse llevar, para adentrarse en otros espacios que no vemos a simple vista, que debemos pararnos y descubrirlos y emocionarnos con ellos, y con todo eso que la música transmite y no son de este mundo ni de ningún mundo que sepamos racionalmente, son otros mundos invisibles que están en este y sólo con la música podemos sentir y transportarnos a otros lugares de nuestro interior. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Desenterrando Sad Hill, de Guillermo de Oliveira

EL SUEÑO DE UN PUÑADO DE CINÉFILOS.  

«El cine te da la oportunidad de estar en lugares imposibles. Eso es el cine, estar en un sitio donde jamás podrías estar en la vida real. Y de pronto, descubrir que eso existe, que eso forma parte de un terreno extraño y hacer esa especie de arqueología, de juego arqueológico, de encontrarlo. A mí me resulta fascinante, no me extraña que la gente vaya a desenterrar el cementerio de Sad Hill. O sea, es algo que me gustaría a mí también hacer, no. Parece como de pronto que nuestros sueños son reales y eso es una sensación fantástica».

Álex de la Iglesia

Quizás muchos no lo llegarán a entender, pero aquellos que amamos el cine, que no sentimos fuertemente atraídos por alguna película, por aquellas escenas que nos atraparon, sus diálogos y sus personajes, nos hemos dejado llevar por la experiencia mística de reconocer algún lugar real de alguna película,  y sentir ese momento mágico cuando caminando nos hemos topado con ese lugar ya mítico en nuestras vidas, y hemos descubierto un escenario real donde se llevó a cabo algún rodaje, rescatando del olvido aquella imagen de la película, depositada en nuestra memoria cinéfila, y la hemos comparado con el escenario real, en una simbiosis perfecta entre nuestros sueños y la realidad que estábamos observando.

Algo así parecido sintieron un grupo de amigos cuando en octubre de 2015 acudieron a Santo domingo de Silos, en Burgos, más conocida por los cinéfilos como la localización real del cementerio de Sad Hill, lugar mítico cinéfilo de la secuencia final de la película El bueno, el feo y el malo, de Sergio Leone. Ese grupo de “chalaos” de la película emprendieron hacer realidad un sueño, desenterrar el cementerio sepultado por una amalgama de yerbajos y volver a darle vida 49 años después, y convertirlo de esa manera, en un lugar de peregrinaje para todos aquellos que quieran verlo en realidad, algo así como un lugar sagrado para todos los amantes de la película. La película Desenterrando Sad Hill, de Guillermo de Oliveira (Vigo, 1986) recoge todo ese proceso y habla con sus artífices, también dando voz a fans de la película de la talla de los cineastas Joe Dante y Álex de la Iglesia, o músicos como James Hetfield (vocalista de Metallica) y cómo no, algunos de los miembros del equipo de la mítica película como Clint Eastwood, Ennio Morricone, el mítico músico de los spaghetti western y de tantas obras, Eugenio Salvati, montador, Sergio Salvati, asistente de cámara, Carlo Leva, ayudante de arte, y otros expertos de la película como Sir Christopher Frayling, biógrafo de Sergio Leone.

La cinta viaja en el tiempo y nos explica algunos pormenores de la película, la última de la trilogía del dólar, rodada en 1966, en aquella España franquista gris y tradicional, después de Por un puñado de dólares (1964) y La muerte tenía un precio (1965), y las localizaciones que albergó aquel rodaje, desde la fuerte personalidad de Leone, los soldados de mili, más de un millar, que participaron de extras y ayudaron a la construcción de los decorados, desde el campo de concentración, el puente que estallará y el mítico de cementerio (que alberga 20 minutos de la película), recogiendo diferentes sucesos, anécdotas, testimonios de algunos de aquellos soldados, fotografías del rodaje, y demás documentación. No es sólo una película que habla sobre cine, sino también de la materialización de los sueños, de la memoria cinéfila y sobre todo, de la pasión de legiones de espectadores hacia el cine y alguna película en concreto, el cine como espacio de los sueños, como lo llamaban en la época clásica de Hollywood, aquella “Fábrica de sueños”, pero aquí, el sueño ha construido su propio camino real, resucitando del olvido un espacio real, algo tangible, un lugar sagrado, un lugar que pisaron Leone, Clint Eastwood, Eli Wallach o Lee Van Cleef, entre tantos nombres míticos de la película.

De Oliveira ha realizado su particular y sincero homenaje al cine, documentando a todos aquellos hombres y mujeres que siguen soñando la película una vez que está ha terminado de proyectarse, contándonos a través de pedazos de vida que forman parte de la reconstrucción del cementerio, de la experiencia de todos aquellos venidos de tantos sitios, incluso de Francia, con pala y azada al hombro, para trabajar quitando tierra, hierbas y maleza para devolver al lugar el espacio mítico y sagrado que tenía en la película, para resucitarlo, darle vida otra vez, con ese duelo final que ya forma parte, no sólo de la historia del cine, sino de tantos espectadores que la siguen recordando y explicando, porque lo que nos viene a decir la película que el cine y la vigencia de su memoria esta en mano de los espectadores, esos cinéfilos que aprovechan su tiempo para localizar y reconstruir el cementerio de Sad Hill, porque, al fin y al cabo, los sueños son más sueños cuando se convierten en realidad, cuando la película se convierte no sólo en un pedazo de historia desenterrada, sino en un lugar sagrado, donde todos y cada uno de sus admiradores, pueden encontrarse y sentir todo aquel aroma que sintieron el equipo de la película cuando pisaron aquel lugar, en el que el Tuco corría desesperado encontrar la tumba de Arch Stanton que guardaba el tesoro, o pisaban el empedrado mientras sonaban la maravillosa melodía de la mítica The Ecstasy of Gold.


<p><a href=»https://vimeo.com/290700694″>TRAILER DESENTERRANDO SAD HILL</a> from <a href=»https://vimeo.com/dypcomunicacion»>DYP COMUNICACION</a> on <a href=»https://vimeo.com»>Vimeo</a>.</p>