Amores brujos, de Lucía Álvarez

DUENDE Y FLAMENCO. 

“(…) Lo mismo er fuego fatuo, lo mismito es er queré. Le huyes y te persigue, le yamas y echa a corré. ¡Lo mismo que er fuego fatuo, lo mismito es er queré!”. 

Extracto de Canción del fuego, de María Lejárraga para El amor brujo, de Manuel de Falla (1915)

Uno de los más grandes cineastas de la historia como Carlos Saura (1932-2023), también ha sido un gran explorador del flamenco y su composición con las imágenes construidas. Ya lo hizo a primeros de los ochenta con Bodas de sangre, de Lorca, Carmen, de Bizet y El amor brujo, de María Lejárraga y música de Manuel de Falla. A principios de los noventa volvió a su imaginario de flamenco con  Sevillanas y Flamenco, a la que siguieron Iberia (2005), de Albéniz, Flamenco, flamenco (2010). Películas de gran virtuosidad artística y plástica con la complicidad del cinematógrafo Vittorio Storaro en las que la pasión, el fuego, el arte y el flamenco brillaban como nunca lo habían hecho en la gran pantalla. Unas películas que no sólo han quedado como registros y documentos de toda una gran generación de artistas del arte más puro, sino unas excelentes referencias para todo aquel que quiera materializar en imágenes la magia y el duende del flamenco.

A su directora Lucía Álvarez, que debuta en el largometraje, la conocíamos por su trayectoria como actriz en películas con Cuerda y García Sánchez, en series como Vivir sin permiso y Cuéntame cómo pasó, y en teatro, que reserva el papel de la citada Lejárraga, con la compañía de Jesús Barranco que hace lo propio con Falla. El guionista José Ramón Fernández con larga trayectoria en el teatro, con la colaboración del poeta Luis García Montero que presta su voz a Lorca. La película recupera la relación artística entre los mencionados María Lejárraga (1874-1974) y Manuel de Falla (1876-1946), dos figuras claves tanto en la literatura como la música en España, en su etapa más flamenca, y guiados por el genio de Saura/Storaro escenifican y musicalizan los cuadros flamencos  con la complicidad de grandes artistas como los músicos Rosa Torres-Pardo, Alexis Delgado, Cañizares, Constanza Lechner, los/as cantores/as Carmen París, Israel Fernández, Rocío Márquez, y los/as bailaores/as  Helena Martín, Patricia Guerrero, y el bailarín Sergio Bernal, y la presencia/homenaje del gran Antonio Gades, entre otros/as y rodada en lugares emblemáticos como el Museo del Prado, la mítica Residencia de estudiantes, el Teatro de la Zarzuela o el Ateneo de Madrid, que ayudan a sumergirnos en ese no tiempo, lleno de magia, ilusión, fascinación, fuego, arte, historia y flamenco. 

Una película de estas características debía de almacenar, además el más puro arte entre los artistas que nos emocionan con los textos de Lejárraga y la música de Falla, un trabajo exquisito de luz y sonido, obra del cinematógrafo Diego Trenas, del que conocemos su exquisito trabajo en Una noche con Adela, y en el documental Esa ambición desmedida, sobre la figura de C. Tangana. Su cinematografía es excelente, siendo uno de los alumnos más aventajados del gran Storaro, donde la luz y sus increíbles matices crean un espacio magnífico donde músicos, bailaores, textos y música de Falla se convierten en algo muy especial. El excelente montaje de Piotr Bodak, del que hemos visto su trabajo en la serie La reina del sur, consigue sumergirnos con lo más sencillo en la amalgama de sensaciones, pasiones y amor que desprende la película en sus maravillosos e intensos 81 minutos de metraje. El gran trabajo de arte de Ángel Amaro, con una larga trayectoria en cine y teatro, con una escenografía nada pomposa, sino con detalles que construye con gracia todo lo que transmiten las imágenes, la música y todo lo que envuelve a cada “Tableau Vivant” llenos de vida, de arte, de pasión, de misterio, de amor, desamor y todas las alegrías y tristezas y no sé qué de la condición humana.

Nos alegramos de una película como Amores brujos, de Lucía Álvarez, que se suma a otras como El amor y la muerte. Historia de Enrique Granados (2018), de Arantxa Aguirre, que contaba con la participación de la citada Torres-Pardo, A las mujeres de España. María Lejárraga (2022), de Laura Hojman, que se suman a la reivindicación de hablar de los grandes de nuestra cultura, acercándose con atención, interés y talento a sus obras, y por ende, a su legado que, en muchas ocasiones, no se reivindica lo suficiente y algunas han quedado demasiado olvidadas como Lejárraga, dando la importancia de su obra a su marido, cuando la autora era ella. En fin, una historia que hay que reescribir constantemente para contarla como toca, con toda la verdad posible. Ahora que hay una moda desmesurada de musicales, estaría bien que el personal, muy respetable, hiciese caso a los musicales que se hacían en este país que, por supuesto, nada tienen que envidiar a aquellos que viene del otro lado de los Pirineos que, serán más pomposos y más ruidosos, pero no son mejores que los de aquí, como estas fantasías flamencas en las que se enredan Lejárraga, Falla, Lorca y toda una generación de autores que vieron en lo más mundano, cotidiano, social y real, una forma de crear arte, desde lo más profundo hasta lo más imaginativo. Una delicia. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Una noche con Adela, de Hugo Ruiz

MIENTRAS MADRID DUERME.  

“En la venganza el más débil es siempre más feroz”.

Honoré de Balzac

Cada año en la gran cantidad de películas que llegan a las salas, aparecen ese tipo de películas, modestas en su producción y atrevidas en su forma y en lo que cuentan, que sorprenden a propios y extraños y convencen incluso a los más escépticos. Una noche con Adela es de esas películas, que los anglosajones llaman “sleeper”, refiriéndose a esa cinta que se convierte en un éxito cuando nadie la esperaba. Que una película como ésta se meta en un certamen como Tribeca Festival de New York es una hazaña extraordinaria, y además, resulta galardona con el premio de Mejor dirección novel es absolutamente sorprendente, porque no estamos ante una película debut, que cuenta una historia muy oscura y violenta, y además, lo hace a partir de una narración muy audaz y dificultosa, con ese plano secuencia que nos lleva de aquí para allá, siguiendo los pasos de una antiheroína como la mencionada Adela, una barrendera del turno de noche. Una mujer que esa noche llevará a cabo una venganza que lleva años ideando. Una venganza que le sanará algunas heridas o quizás no. 

Detrás de las cámaras tenemos a Hugo Ruiz (Zaragoza, 1974), que conocíamos por su cortometraje Taxi fuera de servicio (2011), en la que mezclaba el drama con la comedia en un taxi que acaba convirtiéndose en un lugar parecido como el famoso camarote de los hermanos Marx. El maño debuta en el largometraje con Una noche con Adela, una película nocturna, que se detiene en una sola noche, durante el turno de la citada, recorriendo las calles recogiendo la basura, es decir, todo aquello que los ciudadanos no quieren, tropezando con esas rapiñas de la noche como abusadores, ladrones y gentuza de la peor calaña. Cuando parece que el relato se encaminará hacia el thriller más oscuro y destroyer, la película girará a lo personal, pero de un modo más profundo y salvaje, porque Adela tiene algo oculto para esa noche, que es su noche. Un viaje muy íntimo hacia la oscuridad de la condición humana, que se rompe con ese revelador diálogo de la protagonista con la locutora de radio, que se interpreta así misma la propia Gemma Nierga, que recupera su “Hablar por hablar”, un programa nocturno en el que personas solitarias compartían sus problemas y eran aconsejados por los demás oyentes. Adela conduce su camión recogiendo la basura, que deviene la metáfora del relato, en un viaje hacia la psique y lo físico, porque la barrendera entra en una espiral de drogas, sexo y violencia muy bestia. 

Mención aparte tiene el grandísimo trabajo de cinematografía de Diego Trenas, que debuta en el largometraje, con un detallista y preciso ejercicio de estilo, en un abrumador y lleno de tensión con los 105 minutos de un magnífico plano secuencia que sigue a la protagonista por ese Madrid oscuro y periférico, repleto de almas zombies que deambulan por las calles negras y vacías de la gran ciudad. Salvando las distancias, por supuesto, estamos ante un relato que emula aquellos que hicieron grandes como Boorman, De Palma, Scorsese y Lumet en los setenta en Estados Unidos, sacando la pala y desenterrando la miseria moral y física de una sociedad violenta y deshumanizada, porque Una noche con Adela es sencilla y honesta, no va más allá de lo que su modestia le permite, no juega a la pretenciosidad de otras películas, sino que conoce sus limitaciones y juega con ellas, sacando lo mejor de cada situación y trazando una parte de la radiografía humana de las calles cuando se llenan de noche y aparecen las criaturas de la noche, en la que Adela no es una más, sino alguien herido, derrotado pero no vencido, porque esa noche será su noche, y no de la manera que la cantaba Raphael, sino todo lo contrario, porque esa noche Adela llevará a cabo su venganza, una justicia que lleva años pensando y manteniendo en secreto. 

He dejado para la parte final de este texto mi comentario sobre la interpretación de Laura Galán como la mencionada Adela. Una actriz que muchos de nosotros descubrimos primero en el corto y luego en el largometraje de Cerdita, de Carlota Pereda. Un thriller rural, que emulaba las películas setenteras de terror estadounidenses, donde la castellana demostraba sus buenas dotes compositivas para cambiar de alimaña a cazadora, en un inmenso trabajo que le valió muchos de los reconocimientos del año. Su Adela está en otro lado, aunque conecte con lo corporal y lo sensitivo, porque su barrendera nocturna es una mujer demasiado herida, que se ha hartado de tanta vileza y dolor, y se ha puesto manos a la obra, ejecutando la venganza contra aquellos que la hicieron así, o la convirtieron en una mujer que se destroza cada noche en un trabajo que no le satisface y lo llena de drogas, alcohol y sexo salvaje. Laura Galán vuelve a demostrar que es una actriz portentosa, capaz de meterse en cualquier piel y cuerpo, que transmite con esa mirada de rencor y rabia, que es todo un ejemplo que con trabajo y algo de suerte, se puede labrar una interesante carrera a pesar de los estereotipos que tanto abundan en esta sociedad. Me gustaría que Una noche con Adela  tuviera tiempo para labrarse un boca a boca entre el público, porque estamos ante una película que está bien contada, que tiene a una actriz que llena la pantalla, porque tiene carisma, porque transmite y es pura energía. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA