Entrevista a Jordi Torrent y Randy Simon

Entrevista a Jordi Torrent y Randy Simon, director y coproductor de la película «Third Week», en el marco de la Americana Film Festival, en el hall de los Cinemes Girona en Barcelona, el viernes 8 de marzo de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Jordy Torrent y Randy Simon, por su tiempo, sabiduría, generosidad, a mi amigo Juan Ignacio, por su gran labor de traducción, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Aaron Poon y Richard Vetere

Entrevista a Aaron Poon y Richard Vetere, intérpretes de la película «Third Week», de Jordi Torrent, en el marco de la Americana Film Festival, en el hall de los Cinemes Girona en Barcelona, el viernes 8 de marzo de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Aaron Poon y Richard Vetere, por su tiempo, sabiduría, generosidad, a mi amigo Juan Ignacio, que hizo una gran labor de traducción, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Third Week, de Jordi Torrent

ALVIN HA SALIDO DE LA CÁRCEL. 

“La vida no es sino una continúa sucesión de oportunidades para sobrevivir”.

Gabriel García Márquez 

La película se abre con un plano en Staten Island, en New York, al otro lado del río Hudson, donde se ven a lo lejos los rascacielos de Manhattan. Uno de esos lugares que los turistas no conocen, uno de esos lugares que, tiempo atrás, fue próspero, y ahora, se ha convertido en un espacio fantasmal, donde todavía resisten pequeños talleres como el que acoge a Alvin después de dos años de cárcel. Alvin quiere dejar atrás todo aquello, y volver a su vida, regresar al tipo que deseaba ir al Instituto de Arte para dibujar y frecuentar los lugares donde alguna vez estuvo bien. Alvin es un buen chico aunque tropezó y se dejó llevar con las personas que no debía haberse cruzado. Ahora, huye de ellos, quiere paz y tranquilidad en su nueva vida. Trabajar haciendo piezas, vivir junto a su abuela, aunque el pasado siempre se empeña en aparecer, en rendir cuentas, en estar presente y Alvin debe convivir con él, debe aceptarlo y sobre todo, seguir su camino cueste lo que cueste y vencer la estigmatización de algunos, aunque para ello deba enfrentarse a sus miedos e inseguridades. 

La cuarta película de Jordi Torrent (Sant Hilari Sacalm, Girona, 1955), después de L’est de la brúixola (2001), La redempció dels peixos (2013), e Invisible Heroes: African-Americans in the Spanish Civil War (2015), amén de trabajar en películas de Raúl Ruiz y en Mi vida sin mí (2003), de Isabel Coixet, se enmarca en el contenido social, el lado humano, y el interés por mostrar a los invisibles, a aquellos que el cine comercial no hace caso, a aquellos como nosotros, a las personas que sufren las mercantilizaciones de una no sociedad empeñada en enriquecerse y ocultar la miseria que provoca. Un tipo como Alvin podría estar en las películas citadas y viceversa, porque como los anteriores personajes de Torrent es alguien que quiere una vida mejor, que trabaja para tener aquella oportunidad de volver a empezar, no es sino la vida eso, como menciona García Márquez en la cita que encabeza este texto. Un marco en el que la historia, escrita por él propio director, se sitúa entre la clase trabajadora, la gran olvidada de mucho cine actual, entre lo que ocurre en esos día en que no aparentemente no pasa nada y en realidad, está ocurriendo la vida con sus cosas, una mirada que se concentra entre los pliegues de la intimidad, de la cercanía, de mostrar lo invisible de la condición humana, todos esos pequeños y cotidianos ratos que van conformando nuestras existencias, todos esos momentos que están ahí y que lo son todo. 

La estupenda y sobria cinematografía en blanco y negro tan bien elegida de James Callanan, que ha estado en los equipos de películas tan importantes como Mystic river, de Eastwood, o series como The Americans, con esa cercanía y limpieza visual, donde lo sucio y espectral del lugar deja paso a una especie de poética donde lo mundano se hace único, donde la miseria tanto física como moral funciona como espejo para descifrar el alma de los diferentes personajes, en especial, la de Alvin. La formidable música de Marc Durandeau se desmarca de la típica composición de acompañamiento para posicionarse en otra música, es decir, en una que vaya describiendo los continuos miedos del protagonista que no quiere volver al lado oscuro como antaño. Un conciso y pausado montaje de Ray Hubley, todo un veterano en la materia que ha estado en los equipos de películas como Kramer vs. Kramer, de Benton y directores como Brian de Palma, entre otros, donde la edición da ese ritmo sencillo y muy cercano que tanto necesita una película de estas características, alejándose de las estridencias y piruetas formales de ese cine muy vistoso pero muy vacío. 

Un personaje como Alvin, muy del western y del New Wave American, que habla poco y va de aquí para allá con paso firme y tranquilo, debía tener un rostro y un cuerpo de alguien que está dejando atrás mucha oscuridad y desea una vida tan diferente en el mismo lugar, un tipo como Aaron Poon, con una gran interpretación donde transmite toda esa desazón que arrastra, todos sus miedos en una mirada, en un gesto, en un silencio. Todo un gran acierto porque el bueno de Poon es el Alvin perfecto y mucho más, es la película y todo lo que no vemos. Le acompañan toda una retahíla de intérpretes que están en el mismo tono, el de transmitir un microcosmos donde aparecen reflejados toda la multiculturalidad y racialidad existente en un país como Estados Unidos. Encontramos a Lucinda Carr como la Grandma, un faro para Alvin, Richard Vetere es el jefe que le da la oportunidad del trabajo, y al otro lado, Ron Barba, el encargado con malas pulgas, Edu Díaz y Chang Liu son compañeros de trabajo, tan diferentes y tan ellos, Lashonda Corder y Taquan Percy Brown son otros aliados en la causa de Alvin, y Aiysha Flowers es una mujer del pasado que está presente e inquieta al protagonista. 

Una película como Third Week, de Jordi Torrent tiene el aroma del no western, el que hablaba de cosas de verdad y con verdad, o de ese cine independiente estadounidense que siempre se ha detenido en visibilizar a los invisibles, fijándose en todo ese cine neorrealista que marcó la mirada de lo social en el cine. No dejen pasar una película así, porque eso hará que podamos ver más relatos sobre el trabajo y los trabajadores, y que sean con esta mirada tan profunda, nada manierista y fingida, sino como lo hace la historia de Torrent, con intimidad, abriendo las puertas y mirando la cotidianidad, eso que vivimos cada día, lo que forma parte de nuestra vida y que refleje nuestros miedos e inseguridades. No podemos olvidar a Toni Espinosa de Toned Media que, a parte del gran trabajo que hace con la exhibición con los Cinemes Girona, también trabaja en el otro lado, el de la distribución y producción, que ya estuvo en la mencionada La redempció dels peixos, y The Golden Boat, y en Mia y Moi, y La última noche de Sandra M., entre otras. Háganme caso, o mejor, háganse caso y acudan a conocer Thrid Week porque descubrirán a Alvin y las vidas que empiezan de nuevo una y otra vez, y también, Staten Island que ni les sonará y eso que anda por New York, la ciudad tan famosa y visitada, aunque siempre se queda atrás esa parte al otro lado del río. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La noche de los reyes, de Philippe Lacôte

BIENVENIDOS A LA MACA.

“Si Dios dice que sí, nadie puede decir que no.”

El cine africano resulta casi invisible en nuestras pantallas, por eso el estreno de una película como La noche de los reyes, de Philippe Lacôte (Abiyán, Costa de Marfil, 1969), no es solo un hecho extraordinario, sino que es una oportunidad inmejorable, casi única, de ver una obra concebida en el continente africano, además, por sus singularidades tanto formales como narrativas, nos encontramos ante una obra de una belleza plástica y argumental, con esa estructura de muñecas rusas y fusionando realidad con ficción, la hacen muy interesante y espectacular. De Lacôte conocíamos la película Run (2014), el relato de la huida imposible de un joven que asesina al Primer Ministro de Costa de Marfil. En La noche de los reyes, vuelve a ponernos en la piel de un joven metido en un berenjenal de muy y señor mío, ya que entra en una de las cárceles más grandes de toda África occidental, situada en pleno bosque en Costa de Marfil. “La Maca” es un lugar inhóspito y salvaje que se rige por sus propias reglas, donde existe Barbanegra, el jefe de todos, en un reino donde hay príncipes y lacayos.

El director marfileño nos coloca en un día especial, el de la Luna Roja, donde Barbanegra, aquejado de una grave enfermedad respiratoria que le impide seguir ejerciendo sus funciones de liderazgo, debe acabar con su vida, y que el resto encuentre un sucesor. Antes, decide nombrar como “El Roman” al recién llegado. Un fabulador que deberá entretener al personal contando una historia. El joven trovador elige la historia de Zama King, un chico de 19 años gánster ídolo en la prisión, y lo mezcla con una historia de su país precolonial donde existen reyes y reinas, en el que se mezclan realidad social, política, cultura, luchas y anacronismos, donde los demás reclusos y oyentes van representándola a través de música, canto y baile. Lacôte parte de la tradición oral de su tierra, y del funcionamiento real de “La Maca”, para desarrollar una película absorbente, fascinante y con un ritmo febril, alucinante, donde nunca hay descanso, y todo se desarrolla a través de los diferentes tiempos que cohabitan en el film. Tenemos esa noche oscura e inquietante, donde el pasado va a dejar paso a otro tiempo, diferente y regido por otro jefe, y el tiempo de la narración del joven orador, en el que coexisten dos tiempos, el del delincuente Zama King, y el otro, el del pasado donde sin caer en ningún tipo de realismo se cuentan relatos donde la riqueza y los grandes espectáculos eran la nota predominante, con la referencia de Sherezade, la narradora principal de “Las mil y una noches”.

La magnífica parte técnica de la película, donde destaca la brutal cinematografía del canadiense Tobie Marier Robitaille, que sabe manejar las continuas corredizas y la luz negra que se apodera de esa noche larga e incierta que se espera en la cárcel. Y el no menos contundente y trabajadísimo montaje que firma la también canadiense Aube Foglia, componiendo un relato que aunque centrado en un par de personajes, es también un relato coral, donde intervienen un gran grupo de figurantes que son el núcleo de los reclusos de la prisión. La parte artística del conjunto es maravillosa, encabezada por el debutante Koné Bakary, dando vida al narrador que acepta con agrado su rol y hace lo imposible para gustar, aunque no resulte nada sencillo, transmitiendo una naturalidad que hiela la sangre, bien acompañada de una mirada llena de humanidad y contenida. Le acompañan Steve Tientcheu en el papel de Barbanegra (al que conocíamos de su rol en la imprescindible Los miserables, de Ladj Ly, de hace un par de temporadas), en un personaje que se va muriendo, que debe dejar espacio a otros, de un jefe que se despide de su vida y de La Maca.

Cabe destacar dos presencias magníficas en La noche de los reyes, la del veterano intérprete Rasmané Ouédraogo, toda una institución del cine africano, que ha trabajado con uno de los grandes nombres del cine africano como Idrissa Ouédraogo, y en La promesa, de los Dardenne. Y otra presencia, esta de uno de esos actores de raza y piel, capaz de metamorfosearse en cualquier individuo por muy raro y peculiar que parezca, y no es otro que Denis Lavant, con un personaje no muy extenso, pero muy interesante, el Silencioso, un personaje testigo que parece de otro mundo y el único blanco del lugar. El actor francés es un actor dotado de un cuerpo camaleónico, una mirada y una forma de interpretar única y llena de magnetismo y fabulación. Lacôte ha construido una película fascinante y muy física, llena de corporeidad y muy sonora, con una atmósfera asfixiante y liberadora, que consigue atraparnos con todas esas historias y relatos orales muy de la tradición africana, sumergiéndonos en un universo que mezcla con naturalidad y sabiduría la realidad más cercana de África, con sus desigualdades e injusticias, con ese mundo de ficción, de fábula, de mentira, donde todo es posible, donde todo puede ocurrir, donde todo se puede soñar, y llenar de ilusión y esperanza, en un lugar como una cárcel donde todo parece haberse detenido y donde todo tiene la apariencia de un reino en decadencia, a punto de desmoronarse, proponiendo como su única salvación la de imaginar otros mundos, otras realidades más bellas, llenas de color y de luz, muy diferente a la cotidiana de la cárcel. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA