LA VIDA EN UNA BOBINA.
“La libertad existe tan sólo en la tierra de los sueños”.
Friedrich Schiller
Desde Regreso a casa (2014), las tres siguientes películas de Zhang Yimou (Xi’An, China, 1950), eran cintas épicas y llenas de acción sobre acontecimientos históricos relevantes de la historia de China, en la que destacaba Sombra (2018), que retrataba las cruentas guerras de clanes en la China medieval, estilizadísima y con una cinematografía espectacular en tonos grisáceos. Con Un segundo, el director chino nos devuelve a la etapa de la Revolución cultural (1966-1978), en la que trabajó como operador textil durante una década, a la que ya ha dedicado algunas de sus historias. En ¡Vivir! (1994), ya tocaba el tema en una película que abordaba cuarenta años de historia política de su país, la citada Regreso a casa, sobre la vuelta al hogar de un disidente después de años encarcelado. En Amor bajo el espino blanco (2010), una sensible historia de amor de una colegiala ingenua que, junto a su familia, ha sido trasladada para su “reeducación”.
En su nueva película, Yimou nos sitúa en el noroeste del país, en una zona muy desértica y hostil, en que un fugitivo huye de su “reeducación” después de atacar a un guardia, porque tiene el propósito de ver la película “Hijos heroicos”, ya que en su noticiario aparece su joven hija, a la que lleva años sin ver. Aunque todo se tuerce, cuando una joven roba la bobina porque quiere hacer una lámpara con el celuloide para que su hermano pequeño pueda estudiar. El cineasta chino vuelve al tono y marco de películas como Happy Times (2000) y La búsqueda (2005), en la que vuelve a contar con Zhou Jingzhi, guionista de la última, para construir un retrato sobre dos desplazados, dos outsiders de aquella China desigual. Dos solitarios que tienen un objetivo que los hace tropezar, en una historia sobre dos individuos que verán que sus diferencias no lo son tanto, y a medida que avanza su relato, se darán cuenta que los dos desean lo mismo, un poco de aliento y la mirada del otro. A través de una grandísima cinematografía que firma Zhao Xiaoding, el fotógrafo de referencia para Yimou, construye una película muy física, muy seca y muy pedregosa, en su primera parte, y más cálida y cooperante, en su segundo tramo. Un ágil y rítmico montaje que hace Du Yuan, viejo conocido de Yimou, así como Tao Jing en sonido, y el arte de Lin Chaoxiang, que ha trabajado con cineastas tan importantes como Lu Chan y Hu Mei.
Yimou ha construido una película humanista y sincera, donde conviven de forma natural el drama íntimo, la comedia burlesca, la road movie, y sobre todo, un grandísimo trabajo de recreación histórica muy alejada de las grandes urbes, centrada en el rural, en esos pequeños pueblos donde cansados de trabajar de sol a sol, tenían en el cine su mayor distracción y su vida. Porque Yimou nos habla de cine, de aquello grandioso que conseguía el cine en el siglo pasado, juntar a decenas de espectadores, reunidos todos en comunión viendo una película, disfrutando de esa compañía, que en muchos casos ya ha desaparecido. El cineasta chino elabora un cuidadísimo y particular homenaje al oficio al que ha dedicado casi 40 títulos como director, y lo hace desde el backstage, desde toda esa maquinaria imaginativa que desarrolla el personaje llamado el Sr. Películas, para limpiar la película que ha sido accidentalmente arrastrada por el desierto. La durísima realidad social de la película deja paso a otra realidad, donde la fraternidad de todos ayuda a limpiar la película, donde la mirada de Yimou nos sumerge en otro mundo, en un universo poético, muy personal y profundo, donde las mujeres del cine, cobran todo el protagonismo, las personas que cuidaban con mimo el celuloide de las películas.
Muchos admirarán los grandes y crudísimos dramas rurales y personales de la primera etapa del cine de Yimou, aquella que comprende la iniciada con Sorgo Rojo (1988), y va hasta la mencionada ¡Vivir!. Otros, posiblemente, se quedarán con sus películas más épicas e historicistas que arrancó con Hero (2002), cintas popularísimas como La casa de las dagas voladoras (2004) y La maldición de la flor dorada (2006), aupadas por el boom del género Wuxia. Y solo algunos, admirarán el talento de Yimou para atreverse con todo tipo de marcos y géneros, desde el cine más personal que lo hizo mundialmente conocido y respetado en los festivales más prestigiosos, a las películas de género, donde tanto en unas como en otras, siempre se caracterizaba por ese especial cuidado de la planificación formal, la sofisticación técnica, y la exquisita composición de sus intérpretes, para contarnos su mirada profunda y muy personal sobre la China rural, los cambios de su país del nuevo siglo, con la mirada puesta en el pasado en el convulso siglo XX.
En Un segundo destaca enormemente la naturalidad y la sobriedad con la que actúan los intérpretes, encabezados por Yi Zhang, visto en películas de grandes autores chinos como Chen Kaige, Jia Zhangke y Feng Xiaogang, entre otros, que da vida al fugitivo, alguien en continua huida con un único deseo, ver a su hija, aunque sea solo un segundo en un trozo de película, porque para él, es breve instante, lo es todo, ese segundo es su razón de existir y hará todo lo impensable para poder verlo. Acompañado por la joven Haocun Liu como su “adversaria”, una desamparada chica que, solo tiene a su hermano pequeño en un entorno muy hostil, donde se vive con muy poco y todo cuesta la vida entera, encontrará en el fugitivo una especie de tutor, a alguien a quién mirar, sentirse protegida y aprender. Y finalmente, Fan Wei, que empezó como cómico y luego ha trabajado con los citados Lu Chan y Fen Xiaogang, es el Sr. Películas, ese proyeccionista-héroe para todos los del pueblo que acuden al cine a olvidarse de sus tristes vidas y soñar con otros mundos y otras vidas, tan diferentes a las suyas. Una especie de mago, dirigente y su gran amor por el cine y todo lo que engloba.
Un segundo tiene ese aroma de la magia que desprendía en Ana e Isabel, las niñas de El espíritu de la colmena (1973), de Víctor Erice, cuando miraban asombradas el monstruo de Frankenstein en la pantalla, el mismo efecto hipnotizador también se producía con la película Cinema Paradiso (1988), de Tornatore, donde el cine es mucho más que una experiencia de ver una película rodeado de gente, es un retrato sobre un tiempo, sobre una forma de vivir, y sobre todo, es un homenaje a todas esas personas invisibles y trabajadoras del cine que transportaban el cine de pueblo a pueblo. Yimou ha conseguido un sensible y conmovedor retrato humano y fraternal sobre dos seres olvidados y escondidos a su pesar, que siempre andan ocultándose de los demás, erigiéndose como el reflejo de todo lo que nos ha ido contando en su cine Yimou, interesándose por las diferencias entre unos y otros, y encontrando la manera de romperlas y acercarse al otro, quizás sea esa la única forma de soportar tanta realidad, como también lo es ver películas, y soñar por capturar un segundo, como explica el film, un segundo que para la vida del protagonista lo es todo, un segundo nada más, que bien puede ser la vida entera. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA