MUJERES DE ARMAS TOMAR.
Un binladen son 500 euros. 70 son los binladens, es decir, 35000 euros son los que necesita Raquel ya, dinero que le ayudará a recuperar a su hija, ahora de acogida con otra familia. Su último recurso es pedir un préstamo bancario, cuando el acuerdo está cerrado y todo está a punto, un par de atracadores irrumpen en la sucursal y todo cambia. Lo que era una salida para Raquel se convierte en un túnel oscuro en el que todo se torna imprevisible y complejo. El tercer largo de Koldo Serra (Bilbao, 1975) se enmarca en el thriller, género en el que el realizador bilbaíno se siente muy cómodo, no olvidemos que su debut con Bosque de sombras (2006) se arraigaba en un áspero y crudísimo drama rural lleno de violencia con ecos de Peckinpah y el Furtivos, de Borau. En su siguiente trabajo, Gernika (2016) enmarcado en el trágico suceso de la Guerra Civil, también había aroma de thriller romántico con espías en un ambiente de desolación y desesperanza. Ahora, en su película más urbana y realista, que podría estar ambientada en las noticias de sucesos actuales nos habla de Raquel, estupenda Emma Suárez, con una racha de excelentes películas que le ha llevado a trabajar con Pedro Almodóvar en Julieta y con Isa Campo e Isaki Lacuesta en La próxima piel, en una especie de trilogía no consciente sobre la maternidad y sus consecuencias.
Raquel es una mujer sola y desesperada, sin salida, una mujer en una encrucijada en la que le va la vida, es un sí o sí, no hay marcha atrás, a pesar del entuerto en el banco con los atracadores, tiene que salir con sus 70 binladens como sea. Frente a ella, los atracadores, Lola, imprevisible y psicópata con más tiros pegados que nadie y desquiciada (con la brillante interpretación de Nathalie Poza, con ese ojo blanco y esa chulería y mala leche) a su lado, el Jonan (magnífico Hugo Silva, en una caracterización brutal como yonqui, en la que está afeado, chupado y malcarado, tipos sin suerte y batalladores de la vida, que recuerda a sus roles en Dioses y perros o Las brujas de Zugarramurdi) y por si eso no fuera poco, Raquel tiene la policía fuera, el jefe del dispositivo académico y racional (genial Dani Pérez-Prada, en un rol muy diferente al del guardia civil con acento yanqui que hacía en la reciente Tiempo después) con Bárbara Goenaga como su ayudante perspicaz y fiel (que repite con Serra después de Gernika) y Kandido Uranga (que vuelve con Serra después de la experiencia de Bosque de sombras) interpretando a ese policía de toda la vida con métodos muy distintos a los nuevos jefes.
Serra ha tejido un sobrio y magnífico thriller actual y realista, con ese tono tan característico que lo acerca al policíaco norteamericano de los setenta que cineastas tan grandes como Lumet, Pakula, Boorman o Siegel hicieron tan excelso, bien mezclado con el cine quinqui ochentero de gente como Saura, De la Iglesia y demás, con esos personajes de atracadores, y más aún, cierto thriller surgido en los noventa que se mira en el setentero al estilo de Sospechosos habituales, de Bryan Singer o los policíacos de Tarantino con Jackie Brown o Kill Bill, en el que este tipo de heroínas fuertes y valientes se parecen al ímpetu tanto de Raquel como de Lola. Una localización en una ciudad como Bilbao, tan industrial y sombría, arrecia en ese tono opresivo y angustioso que recorre toda la película, con esos planos generales bien mezclados con ese aire asfixiante que se respira en el interior de la sucursal, muy setentera, con esos tonos cálidos y a la vez, con esa luz mortecina y pálida.
Una luz sombría, de día nublado que amenaza lluvia, obra de Unax Mendia, colaborador de Serra, con ese ambiente realista y muy urbano, nos somete a una película de una sola jornada, de unas cuantas horas, en que las horas pesan cada vez más. Un buen equipo técnico encabezado por la música de Fernando Velázquez, que cuenta sin estridencias, el sobrio y contenido montaje de Josu Martínez, explicando con detalle todos los puntos de vista, tanto de los de dentro como los de fuera, y un trabajo interesante de arte, obra de Mónica Ausín, todos ellos colaboradores en el trabajo de Serra. Serra construye un brillante y audaz juego de espejos, de reflejos, de dobles, en el que todo se refleja y se convierte en un antagonista, con esa Raquel, convertida en la mirada y alma mater de la película, desde el interior, donde encontramos a Raquel y sus otras yo, la propia Raquel enfrentada a Lola, Lola y Jonan, y los de fuera, los jóvenes jefes de policía salidos de la universidad con nuevos métodos de actuación enfrentados a la vieja guardia, con otras maneras de hacer, más a las “bravas”, y si aún no es suficiente, las relaciones que se establecen entre Raquel y los polis, en ese juego maravilloso de capas, insinuaciones, caleidoscopios varios, en el que el espectador deberá dilucidar qué diantres está ocurriendo, conociendo de primera mano todo lo que está pasando al instante.
El cineasta vasco nos lleva en volandas de un lugar a otro, sin soltarse en ningún momento, tejiendo minuciosamente, como solo los grandes narradores saben hacer, todo el entramado de la película, a través de detalles, con esas miradas de Raquel, o esos encuadres enclavados de ventanas y marcos de cada personaje, llenos de múltiples capas, en el que nunca sabremos que esconden y qué pretenden, tanto Raquel, los atracadores como los rehenes, en una trama que recorre cada espacio, yendo del banco a la calle y viceversa, manteniéndonos en tensión constante, sabiendo cómo manejar los puntos de vista de sus personajes en una narración magnífica, in crescendo, en el que de forma reposada se van entretejiendo las relaciones y los mensajes ocultos, en que cada personaje nos lleva a su terreno sigilosamente, ocultándonos su verdadero objetivo y sus intenciones, tantos unos como otros, en un brillante thriller con sorprendentes giros de guión en una trama de gran ritmo y excelente, que no sólo hará las delicias de los amantes del género en su más primigenia esencia, sino a todos aquellos que devoran los relatos femeninos de carácter, realistas, violencia física como emocional, sociales y sobre todo, humanistas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA