ANIMALES SALVAJES.
“Cielo y Tierra no tienen sentimientos:
tratan todas las cosas como perros de paja. El Sabio no tiene sentimientos: trata a toda su gente como perros de paja”
Tao Te Ching. Lao Tse
Un taxista silencioso conduce por una ciudad cualquiera por la noche, sube a un ejecutivo que dejará en un hotel, mientras que el taxista seguirá conduciendo sin rumbo aparente. En el hotel, el ejecutivo conocerá a Alex, una mujer solitaria y muy atractiva. Aunque todo parece obedecer a una convencionalidad aparentes, a partir de ese instante, la vida de Alex entrará muy a su pesar, en una tremenda espiral de violencia sin sentido donde una serie de personajes, a cuál más rudo y salvaje, se interpondrán en su camino, y donde Alex tendrá que sacar fuerzas de su interior para sobrevivir. La puesta de largo de Andrés Goteira (Meira, Lugo, 1983) es un thriller angustioso y febril, con una personalidad propia que agarra al espectador y no lo suelta en ningún instante, ya desde su título que deja las cosas claras por donde nos llevará su trama, ya que proviene de la fusión anglosajona entre dogs (perros) y hogs (cerdos) que nos viene a decir ese lado animal de los seres humanos, entre la fiereza y la sumisión, entre amos y esclavos, entre los poderosos y los desfavorecidos.
La apuesta de Goteira, tanto por su forma y contenido, podría parecernos a primera instancia, un refrito de grandes títulos de los setenta estadounidenses, pero lo que hace el cineasta lucense es agarrar los referentes para llevarlos hacia otro lugar, hacia su propio terreno, consiguiendo una trama, en la que apenas hay diálogos, y apoyándose en las sutiles y sobrias interpretaciones de su elenco, y construyendo unos espacios cinematográficos con un carácter diferente y sucio, que nos atrapa dejándonos sin aliento. La trama está contada a través de tres relatos, que unos dejarán paso a otro, en el que encontramos dos espacios, lo urbano y lo rural, pero sin grandes diferencias en la miseria humana, entre los perversos y las víctimas de esa perversión, en la que todos se mueven bajo instintos animales, donde no existe empatía, sino seres movidos por su sed sexual o violenta, sin tiempo para la reflexión o el pensamiento. Aquí, todos se mueven por aquello que sienten, por aquello oscuro y profundo de su ser, dando rienda suelta a aquello oculto y cruel, utilizando la violencia si es necesario, mostrando las diversas capas del carácter y conducta humanos.
Pero, Goteira aún retuerce más su espacio y su trama, dando paso al público, a nosotros, a esa cuarta pared que hablan en el teatro, mostrándonos al respetable, a los que se sientan cómodamente para presenciar el espectáculo, envueltos en la penumbra, casi en la invisibilidad, sin individualizarlos, creando una masa que vive grupalmente, y permanece inerte en sus asientos de manera colectiva, a los que intervienen o no en lo que están viendo, a ese grupo de espectadores que el cineasta gallego muestra como pasivo, sumiso y sin intervención alguno, sólo agradecido por el show, dejándose llevar como un espectador privilegiado, sin ningún tipo de intervención o protesta, ante tanta crueldad y violencia desatada, dispositivo que nos trae a la memoria el inicio de Opening Night, de Cassavetes, cuando nos mostraba la acción del teatro desde la mirada del público, para luego pasar a ese interior de lo que no ve el espectador, en el mismo juego de espejos vampírico que ocurría también en el comienzo de Holy Motors, de Carax, en que un público dormido o muerto era testigo de aquello que íbamos a presenciar.
Goteira nos envuelve en una atmósfera fascinante, con esa luz tenebrosa y asfixiante de Lucía C. Pan, tanto la urbana, con esa no realidad de la noche como aliada para los sedientos de sangre, y lo rural, con esas carreteras solitarias rodeadas de montañas, y esas gasolineras, donde todo lo perverso puede estallar en cualquier instante, o el espléndido trabajo de arte de Noelia Vilaboa, con esas casas lúgubres y casi abandonadas, donde hay pieles secándose, perros enfermos, hombres rudos y callados con la escopeta siempre a punto, donde reina el silencio, sólo roto por los graznidos de algún cuervo, sin olvidarnos de esa música rasgada e inquietante que acompaña de forma oscura todo lo que vamos viendo. El excelente reparto de la película que consigue incomodarnos, gracias a unas interpretaciones sencillas y muy sobrias, sin ningún aspaviento, ni nada que le parezca, bien sujetos a ese ambiente malsano y cruel que necesita la película, interpretando a almas solitarias y perversas, con los inmensos y sobrios Antonio Durán “Morris” y Miguel de Lira, muy bien acompañados por Carlos Blanco, y los sorprendentes María Costas, Iván Marcos y Suso López (uno de los productores, que además se reserva un breve papel) y la maravillosa Melania Cruz, que consigue transmitir tanto la dulzura y la rabia.
Goteira ha construido una magnífica e impactante película que se sumerge en la oscuridad de los humanos, en el que ha conseguido un excelente y crudísimo retrato sobre los males del ser humano, esa animalidad y violencia que anida en nuestro interior, que sale en el momento inesperado y haciendo daño aquel o aquella que se cruza en nuestro camino, consiguiendo transmitir esa maldad intrínseca y ese ambiente sucio y maloliente que nos rodea, sin olvidarse de sus referentes, como Peckinpah, Hellman o los tratamientos sobre la violencia de thrillers rurales como Defensa, de Boorman, o Furtivos, de Borau, y el cine de terror malsano y sucio de La matanza de Texas o Las colinas tienen ojos, donde la tranquilidad y la paz de la naturaleza no siempre son sinónimos de buena virtud y benevolencia, sino todo lo contrario, donde las peores pesadillas pueden hacerse realidad y no tener fin. Y añadiendo a los espectadores, la sumisión y complicidad de toda esa violencia y crueldad que anida en nuestra sociedad, con ese grado de manipulación en el que vivimos diariamente, en un mundo perverso completamente deshumanizado, donde unos y otros, amos o esclavos según la circunstancia, nos movemos como alimañas hambrientas a la espera de atacar o ser atacadas.