EL DIRECTOR QUE ESCRIBÍA CON LA CÁMARA.
“El hombre había muerto, pero no el cineasta, porque sus películas, realizados con un cuidado extraordinario, una pasión exclusiva, una emotividad extrema enmascarada por una maestría técnica poco frecuente, no dejarían de circular, difundidas por todo el mundo, rivalizando con las producciones nuevas, desafiando el paso del tiempo, comprobando la imagen de Jean Cocteau cuando habla de Proust: “Su obra continuaba viviendo como los relojes de pulsera de los soldados muertos”.
François Truffaut
Permitidme que arranque este texto hablándoles de una experiencia personal relacionada con la naturaleza de la película. Corría el año 1997 y estudiaba guión. El primer día de clase, allá por el mes de octubre, la profesora nos pidió que leyéramos el libro El cine según Hitchcock, de François Truffaut. Mi ímpetu devorador cinéfilo ya me había llevado a conocer el cine de Hitchcock, no tanto el de Truffaut, que por aquel entonces solamente había visto Los 400 golpes y alguna más de las protagonizadas por Fanny Ardant. Al día siguiente, compré el libro y me sumergí en su lectura. Era la primera vez que me leía un libro sobre cine, así que devoré aquella lectura nerviosa e impaciente, deseoso de continuar empapándome de aquella conversación fascinante e hipnotizadora, un libro que no sólo hablaba de la construcción del universo de un gran creador cinematográfico, sino que se sumergía en sus emociones más profundas y revelaba una naturaleza maravillosa que trascendía aquellas páginas para convertirse en algo especial, no sólo en un libro sobre cine, sino en un libro sobre la vida, y los hechos que circunstancialmente nos llevan a tomar un camino u otro, tanto a un nivel personal como profesional. Desde aquella primera lectura, vinieron más y más, y el libro se ha convertido con el tiempo en un compañero especial y esencial en mi vida, y cada cierto tiempo, no mucho, vuelvo a dejarme llevar por esa maravillosa conversación entre dos cineastas apasionados por su trabajo que amaban con todas fuerzas el oficio de hacer cine.
A mediados de los años 50, los Godard, Chabrol, Rohmer, etc, desde la revista Chahiers du Cinema, dentro de su política del cine de autores, dedicaron diversos artículos ensalzando la figura del cineasta Alfred Hitchcock, como un grandísimo autor que poseía un magnífico universo cinematográfico, reivindicando una figura que en EE.UU. no era considerado como tal, sino todo lo contrario, sus películas eran tratadas como simples vehículos de entretenimiento que tenían como destino recaudar grandes sumas de dinero. Truffaut conoció a Hitchcock en 1954, pero no fue hasta abril de 1962 cuando le envío esta carta:
“Desde que soy director mi admiración hacia usted no ha disminuído un ápice; más bien al contrario, es cada vez mayor y ha cambiado de naturaleza. Hay muchos directores que aman el cine, pero lo que usted posee es un amor por el mismo celuloide y es de eso precisamente de lo que me gustaría hablarle. Desearía que me concediera una entrevista grabada que duraría unos ocho días, lo que ascendería a unas treinta horas de grabación. El objetivo sería destilar no una serie de artículos sino un libro completo que se publicaría simultáneamente en Nueva York y París, y probablemente después en todo el mundo.”
Hitchcock le respendió emocionado. Cuatro meses después, el 13 de agosto de 1962, el día que Hitchcock cumplía 63 años de edad y después de haber realizado 48 películas, en su despacho de los Estudios Universal, François Truffaut (un joven director de 30 años de edad, con tres películas realizadas y experiencia como critico durante más de 6 años) con la ayuda de Helen Scott, que actuará como intérprete, arrancó la conversación. Fueron 8 días intensos en un horario comprendido entre las 9 de la mañana hasta alas 6 de la tarde. El cineasta norteamericano Kent Jones (autor de libros sobre crítica, colaborador en la prestigiosa revista Film Comment, y socio de Scorsese en diversas películas documentales como Mi viaje a Italia o Una carta a Elia) se embarca en el proyecto de llevar a imágenes aquel encuentro entre Hitchcock y Truffaut. Le acompaña en el guion Serge Toubiana (ex director y redactor de Cahiers, director de la Cinémathèque francesa desde el 2003, y autor de la biografía de Truffaut, libro sobre Pialat y director de un documental sobre la figura del director francés). Dos hombres de cine experimentados para convertir en película todo el material que tenían: 500 preguntas registradas en 50 horas de grabación de la conversación, las páginas del libro, un buen puñado de fotografías, y los testimonios de cineastas de la talla de Scorsese, Fincher, Linklater, Assayas, Anderson, Gray, Desplechin, Kiyoshi Kurosawa, Peter Bogdanovich y Paul Schrader. El resultado es un fascinante documento sobre el cine y la construcción de las películas, un ensayo fílmico que va desgranando el inmenso trabajo autoral de Hitchcock, y las acertadas reflexiones de los directores contemporáneos que se emocionan relatando su indudable maestría para el cine, explicando con detalle algunas secuencias de sus películas, mientras se van alternando las imágenes.
Jones ha creado una película bellísima, un hermoso viaje a las inquietudes más profundas de un creador sin parangón en la historia del cine, un encuentro que revolucionó el cine y lo cambió para siempre, una lección de cine absorbente, de extaordinario valor cinematográfico, con el acompañamiento de una música que capta suavemente lo que se cuenta. Dos almas inquietas y profundas, amantes y apasionadas del cine mantienen una conversación fascinante llena de luz y sabiduría en el que desenmascaran todo el trabajo de Hitchcock, profundizando en los diversos apartados que son necesarios para elaborar una película. No se dejan nada, dialogan, intercambian opiniones, reflexionan, escarban y profundizan sobre la forma y el fondo cinematográfico sin descanso y con maravillosa entrega. Tiene el aroma de aquellas obras de investigación que tanto gustaban en los años 60 y 70. Un documento imprescindible sobre el amor al cine, y a la vida, sobre el hecho de hacer películas, y la pasión y el trabajo diario del cineasta y todo el equipo creador que le rodea. Cuando se publicó El cine según Hitchcock, en 1966, al que Truffaut bautizó como Hitchbook, su éxito fue inmediato, pronto se convirtió en un especie de biblia para todos los cineastas, un libro de consulta imprescindible para entender el cine, conmovió a todas aquellas personas que nos hemos ido acercando a lo largo de su medio siglo de existencia. La idea primigenia que tenía Truffaut de cambiar la idea que se tenía del cine de Hitchcock funcionó, aquellos detractores que tanto lo criticaban con dureza y sin razón, cambiaron su postura y empezaron a ver el cine de Alfred Hitchcock con otra mirada, más cercana a la realidad y no a los intereses y envidias personales.. La amistad de Hitchcock y Truffaut se mantuvo en el tiempo, hasta la muerte de Hitchcock en 1980, (Truffaut fallecería sólo cuatro años más tarde, con 52 años, víctima de un cáncer). Los dos cineastas se intercambiaban sus guiones, comentaban sus respectivos proyectos, y continuaron hablando de cine y de la vida, se hacían visitas a menudo. En 1979, cuando el American Film Institute homenajeó a Hitchcock, el director francés le dedicó estas palabras en directo ante millones de telespectadores:
“En América ustedes le respetan porque filma escenas de amor como si fueran asesinatos; nosotros le respetamos porque filma escenas de asesinato como si fueran escenas de amor.”