En el sótano, de Ulrich Seidl

bigtmp_31103LA HOGUERA DE LAS MISERIAS.

El enfermizo imaginario austríaco (recordamos los casos de la última década, el de Josep Fritzl, que secuestró y violó a su hija durante 24 años, o el de Natascha Kampusch, que fue secuestrada y violada durante 8 años por un psicópata, todos ocurridos en los sótanos de las casas) ha sido explorado de forma crítica y profunda, tanto por la literatura, de la mano de los novelistas Elfriede Jelinek y Thomas Bernhard, y por el cine, por la mirada del director Michael Haneke. El universo cotidiano, siniestro y delirante del cineasta Ulrich Seidl (1952, Viena) también ha profundizado en ese mundo oculto, en ese espacio doméstico fuera del alcance público, ese lugar donde las partes más oscuras de la condición humana se materializan y dejan paso a la imaginación más retorcida y depravada.

Desde que debutase, el cine de Seidl se ha sumergido, tanto en el terreno de la ficción como el documental, en estos lugares y oscuros de la naturaleza humana, recordamos sus célebres documentos sobre el cariño enfermizo hacía las mascotas en Animal Love (1996), o la mirada crítica y superficial del mundo de las modelos en Models (1999), así como en la estupidez y paradoja de una Europa a la deriva y sin moral que retrataba en Import/Export (2007), donde unos inmigrantes cambiaban sus países de origen, Ucrania y Austria, para seguir soportando unas vidas miserables, o su penúltimo trabajo hasta la fecha, la trilogía Paraíso, compuesta por Amor, Fe y Esperanza, donde a través del retrato de tres mujeres de la misma familia que viajaban escapando de su soledad, pero se daban de bruces con la triste realidad, una, viajaba inocentemente a Kenia en busca del amor romántico, otra, abraza de forma aterradora la evangelización, y la última, una adolescente que se trasladaba a un campamento con la idea de adelgazar.

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En su último trabajo, el realizador austríaco centra su mirada en los sótanos de las casas, de esa clase media acomodada, y nos muestra de forma honesta y directa que ocurre en esos espacios. Tenemos a nazis nostálgicos que tocan en una banda y se emborrachan, a señoras que guardan celosamente bebés de látex que cuidan y miman como si se trataran de sus hijos, a enfermos de las armas que además son cantantes frustrados de ópera, a obsesionados con el ejercicio físico, a cazadores que exhiben sus presas disecadas con orgullo, a los que se excitan sólo con prostitutas practicando juegos sexuales de dominación o sadomasoquistas que tienen todo un espacio dedicado a dar rienda suelta a sus deseos sexuales más profundos y reprimidos. Seidl retrata todo ese universo de forma onírica, casi banal, donde lo grotesco y el delirio se apoderan de la imagen, pero en otros momentos, las situaciones extremas nos llevan a reflexionar sobre la banalidad, la hipocresía, la soledad inmensa del mundo moderno, la crudeza y lo terrorífico de los escenarios (algunos decorados de forma kitsch) y la realidad de la represión moral y sexual en la sociedad en qué vivimos. Seidl lo filma de forma muy estilizada, desde el interior de estos espacios, exceptuando algún que otro exterior, su mise en escène está compuesta a través de cuadros, planos frontales o compuestos desde ángulos, estáticos, donde sus personajes son coreografiados de forma antinatural, sólo con música diegética, marca muy personal de su cinematografía, donde los personajes, solos o en compañía miran a cámara en silencio durante un rato, y en otros, explican sus deseos y cómo los practican, observándonos o siendo observados, forma que nos recuerda a la utilizada por el cineasta Roy Andersson, otro director que explora las miserias ocultas de los seres humanos. Seidl sazona su obra de un humor críptico, da risa del daño que hace, no juzga a sus criaturas, simple y llanamente las muestra, cómo las observa él, con esa mirada ácida y retorcida, en sus espacios de confort, en esos lugares donde son ellos mismos, alejados de ese mundo hipócrita, materialista y deshumanizado.

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