O futebol, de Sergio Oksman

O-Futebol(DES)ENCUENTRO CON EL PADRE

Después de 20 años sin verse, Sergio y su padre Simao vuelven a encontrarse en Brasil. Deciden que el año siguiente, el 2014, pasarán juntos el mes del Mundial viendo los partidos. Con esta aparente sencillez argumental, el director Sergio Oksman (1970, Sao Paulo, Brasil) periodista de oficio y cineasta de vocación, se traslada desde Madrid, donde reside, hasta la ciudad de su infancia, Sao Paulo, para estar un mes junto a su padre viendo futbol, como hacían antes. El leve prólogo con el que arranca la película, con esa imagen en el estadio Pacaembú, donde juega el Palmeiras, en el que padre e hijo miran de frente a la cámara, y empieza a llover, resume las ambiciones formales y artísticas de la propuesta de Oksman, que ya había dejado destellos de buen cine en sus anteriores trabajos tanto para televisión y cine, como Goodbye, América (2007), donde hacía un retrato del actor Al Lewis, conocido por ser el abuelo de la popular serie La familia Monster, en los cortos de Notes on the Other, realizado dos años después, en el que retrataba a uno de los dobles del escritor Ernest Hemingway, hacía una interesante reflexión sobre la identidad y ser otro, y en Una historia para los Modlin (2012), una excelente pieza de 26 minutos premiado en multitud de festivales, donde a través del descubrimiento de unas fotografías, fabulaba la biografía de una peculiar y extraña familia.

Ahora, nos llega esta película, a medio camino entre el documental, la ficción y el ensayo sociológico, en la que Oksman, vuelve a trabajar con su fiel amigo y colaborador Carlos Muguiro, como en sus anteriores trabajos, en labores de dirección, guión y montaje. O Futebol, traducida como El fútbol, es una pieza de orfebrería, honesta y sencilla, tallada a mano, como hacían antaño los artesanos, mantiene el mismo espíritu que recorría la película Avanti Popolo (2012), de Michael Wharmann, también filmada en Brasil, en la que también se explicaba el reencuentro entre un padre y un hijo, pero a diferencia de ésta, donde el fútbol es el elemento estructural, en aquella era el cine. Oksman filma con delicadeza, esos tiempos muertos o quietos, donde las conversaciones no fluyen y se imponen los silencios, en los que asistimos sentados en el asiento trasero del automóvil, que recorre las calles, que no parecen vivir la pasión del mundial, mientras somos testigos de las conversaciones sobre fútbol de padre e hijo, del mundial del 54, donde Alemania ganó a la Hungría de Puskas, el Brasil del 74, aquel Palmeiras del 79 que ganó al Corinthians con dos goles de Jorge Mendonça, que acabó sus días abandonado por sus hijos, o el árbitro que dirigió la final del mundial del 54, y otros momentos, donde Simao, sentado tras su mesa de trabajo, mira hacia otro lado, o en el bar, mientras escuchamos los partidos de fútbol, que siempre estarán presentes en la película, pero en off (en el estadio que vemos a lo lejos, o en las televisiones, y en las radios, de fondo), están ahí, como nos van anunciando, sobreimpresionados en la pantalla, a medida que avanza la película, aunque no son protagonistas, lo fueron antes, ahora ya no.

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Oksman ha realizado una bellísima película de detalles, de instantes ausentes y miradas perdidas, en la que un padre, – erudito del fútbol, que se acuerda de anécdotas que costaría encontrar-, explica su matrimonio y lo que hizo después de separarse, donde vivió, un padre con problemas de salud, un hombre cansado, en el que el fútbol ya no le emociona como antes, donde la copa del mundo se vive de lejos, sin inmiscuirse, casi sin querer, perdió la importancia que tuvo, no cómo se vivía antes, todo pasó. Un padre que vaticina el ganador del mundial, donde Brasil, sin el espíritu de antes, no le augura una gran actuación. Y en el otro lado, un hijo que lo escucha y lo filma, que teje con delicadeza y ternura los encuadres de su película, construidos sobre la desnudez y la distancia de sus personajes, donde aparte de filmar este encuentro con su padre, de tiempos vacíos, de inquietudes e incertidumbres, donde las cosas ocurren de otra manera, también se erige como un retrato humano y sincero del Brasil actual y sus gentes, de cómo viven la pasión del fútbol y su día a día, y los filma de lejos, observándolos como un forastero, contrastando las imágenes íntimas con su padre y el fervor de la hinchada tras los goles de su selección. Un mundo en el que se mezclan la vida y los sueños y las ilusiones, donde Oksman asiste con su cámara a este retrato sobre la intimidad, sobre la mirada hacía un padre y la relación que tuvieron y tienen, y sobre el tiempo que todo lo consume y lo cambia.

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