LA TIERRA Y EL FUEGO.
“La Tierra no nos pertenece, nosotros pertenecemos a la Tierra”.
Proverbio indígena
Desde el primer encuadre, con ese paisaje en llamas, igual de bello como aterrador, El rugir de las llamas (en el original, Only on Earth), de Robin Petré (Dinamarca 1985), deja clara sus intenciones, la de hablarnos con honestidad y profundidad de de una forma de vida rural, tan ancestral y en consonancia con la naturaleza, que va desapareciendo para dar lugar a una invasión de lo natural en favor a la codicia económica que está desintegrando los bosques y las zonas de pasto en objetos que expulsan lo rural y sus animales y sus gentes. La película nos sitúa en los ambientes rurales del sur de Galicia, una zona sensible en la proliferación de los incendios, y nos habla desde lo más íntimo y transparente para sumergirnos en una realidad, la de un verano que sufre los efectos de las altísimas temperaturas y la devastación de los incendios cada vez más virulentos y catastróficos que, como indica uno de los protagonistas, San, un bombero especializado en análisis de incendios, unos incendios que ya no suenan, sino que rugen como un monstruo con sed de sangre y destrucción.

De Petré conocíamos sus documentales Pulse (2016), cortometraje de 25 minutos que nos mostraba la realidad de una granja de ciervos, y From the Wild Sea (2021), su ópera prima que nos sumergía en las relaciones humanas y los animales salvajes de las profundidades del océano. Con El rugir de las llamas se traslada a la tierra, donde humanos y caballos han convivido desde tiempos inmemoriales. Una compañía que ayudaba a que los bosques se mantengan secos de arbustos y demás matojos y así mantener un equilibrio importante que controlaba mejor los fuegos. La película se mueve entre lo bello y natural y lo triste y desolador, entre las relaciones de hombres y caballos, una actividad que está desapareciendo y dejando los bosques vacíos. La directora danesa invita a reposar, mirar y reflexionar situando su cámara y dando tiempo en una realidad que muestra la naturaleza, y sobre todo, los efectos de la mano humana que, por un lado, vive en entornos rurales y con animales, y por el otro, usa la naturaleza para sus beneficios económicos sin importarle sus devastadores efectos de esa forma de uso tan feroz. No es una película de buenos ni malos, ni mucho menos, la propuesta huye de ese maniqueísmo, porque muestra y no juzga, sí hay denuncia, pero sin señalar a nadie, sino colocando el encuadre en un entorno muy invadido que olvida su idiosincrasia, que recuerda a otras miradas “gallegas” a su rural como las de Xacio Baño, Oliver Laxe, Jaione Camborda y Lois Patiño, entre otros.

La película tiene una grandiosa factura técnica, en la que los elementos visuales y sonoros son capitales para capturar ya adentrarse en cada uno de los detalles y miradas que existen, por eso la cineasta danesa se ha acompañado de algunos de sus técnicos cómplices que ya le acompañaron en From the Wild Sea, como al cinematógrafo María Goya Barquet, en la que cada plano emana lo visual y lo sonoro, penetrando en ese paisaje tan bello como triste, tan maravilloso como duro, tan todo y nada. El gran diseño de sonido de un grande como Thomas Perez-Pape, con más de 60 títulos en su filmografía, donde cada forma, cada textura y cada gesto se introduce en nuestro interior creando un magnífico campo donde todo se escucha de verdad y se desliza en las imágenes. La montadora Charlotte Munch Bengtsen, que estuvo en la extraordinaria The Act of Killing, construye en sus intensos y reposados 93 minutos de metraje un bello retrato donde coexisten todos los conflictos y alegrías del territorio. La música de Roger Goula, un fichaje fantástico, que se muta con las imágenes y sonidos, formando una nueva lectura en la que humanos, bestias y naturaleza cohabitan a pesar de sus alejados intereses.

Como toda buena película, del género que sea, debe tener un gran reparto y esta lo tiene. Tenemos al citado San, un especialista en el tema de los incendios, que escuchamos sus reflexiones, planes y demás frente al fuego, tan bello como destructor. Pedro, un chaval de 10 años, que vive con caballos, de los que sabe todo, y sobre todo, sueña con ser algún día un vaquero como los que le precedieron de su familia, que pone esas notas de humor. Cristina, agricultora y bombera, sabe muy bien los colores de su tierra, y conoce de primera mano lo difícil que es tratar con la tierra y sacar provecho, y cómo no, lo frágil de esa existencia porque el fuego puede acabar con todo en un abrir y cerrar de ojos. Y finalmente, Eva, veterinaria y jinete, que conoce las prioridades de la zona y sus habitantes, en contra de esas empresas invisibles que lo inundan todo. Cuatro miradas que se complementan y a la vez, son muy diferentes, que ayudan a mostrar las peculiaridades y texturas del entorno, un paisaje que sufre y está perdiéndose, quizás esos cuatro y los más que allí habitan serán los últimos náufragos de un tiempo que se va, o quizás, se convierten en los verdaderos humanos que resisten en su tierra y sobre todo, la protegen de tantas amenazas, ya sean malhechores de lo material, visitantes-domingueros que ensucian y no respetan, y cómo no, los incendios que es la terrible consecuencia de tantos desmanes. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
