La chica desconocida, de Jean-Pierre y Luc Dardenne

UN CADÁVER EN LA CONCIENCIA.

“Filmamos lo que no se suele ver, lo que no se quiere ver”

Jena-Pierre y Luc Dardenne

Nos encontramos en la periferia de un barrio cualquiera de Lieja. Allí, en ese lugar alejado de todo y de todos, junto a la autopista atestada de automóviles que van a toda velocidad, ajeno al mundo, se instala la consulta de medicina general regentada por la joven doctora Jenny Davin. Una noche, una hora después de que finalicen las consultas, alguien llama al timbre. Tanto, Jenny como su ayudante, no abren la puerta. Días después, la policía se presenta en la consulta y preguntan por una víctima que quizás pasó por allí. Consultan las grabaciones de la cámara de seguridad, y encuentran a una adolescente negra llamando a la consulta sin respuesta. La policía informa a Jenny que la han encontrado asesinada cerca del río.

La décima película de Jean-Pierre (1951) y Luc Dardenne (1954), ambos nacidos en Lejia (Bélgica) arranca como si fuese una cinta de misterio, un thriller en toda regla con cadáver incluido, con la investigación que emprende la doctora angustiada por el sentimiento de culpabilidad que le mata la conciencia. Aunque podríamos estar ante una película que mantiene esas características del género, pero la cosa no va por ahí, los hermanos Dardenne, máximos exponentes del cine social y conciencia moral desde que debutasen, primero haciendo documentales y después, desde el prisma de la ficción, aunque no será hasta su tercer trabajo que, tanto la crítica como la industria, se rendirían a su talento cinematográfico, nos referimos a La promesa (1996) en la que Igor, un adolescente que tiene como padre a un traficante de inmigrantes, se debatía entre el amor paternal y su moral humanista, una película que mantiene ciertos paralelismos con La chica desconocida, donde los Dardenne vuelven al tema de la inmigración (tristemente más vivo que nunca, con el drama de los refugiados) en la que su protagonista se enfrenta a su conciencia y al entorno insolidario en el que se mueve, tema que también tocaron en El silencio de Lorna (2008) donde una joven albanesa mantenía un matrimonio de conveniencia para lograr la documentación.

Con Rosetta (1999) lograrán el reconocimiento mundial, con Palma de Oro de Cannes incluida, en la que contaban con extrema dureza la sordidez y las extremas condiciones de vida de una adolescente con madre alcohólica. Volverán a triunfar en Cannes con El niño (2005) en la que un joven ladronzuelo y su novia tienen un hijo y eso les llevará, sobre todo a ella, a plantearse su vida con alguien así. Entre medias, realizaron El hijo (2002), durísimo retrato de los niños conflictivos enfrentados a un hombre de pasado tortuoso que les ayuda en su rehabilitación. Con El niño de la bicicleta (2011) volvían a los niños abandonados por sus padres que, afortunadamente, encontraba consuelo en los brazos de una peluquera comprometida. En Dos días, una noche (2014), con Marion Cotillard, seguían los pasos de una despedida que necesitaba los votos de sus compañeros para ser readmitida a cambio de perder una paga extra.

Los Dardenne sitúan sus películas en los suburbios de Lieja, bajo una forma naturalista, casi documental, generalmente siguen a adolescentes o jóvenes, tanto niños como niñas, todavía ingenuos e inocentes, en situaciones de riesgo de exclusión, y enfrentados a un sistema que los aparta, manteniéndolos desplazados, sin herramientas válidas para construirse un porvenir. Individuos que se mueven en los márgenes de la sociedad y dada su situación,  trasgreden la ley a menudo, seres que encuentran acostumbran a encontrarse con el rechazo de los demás, aunque logran encontrar algún resquicio de luz que los empuja inevitablemente hacia algún lugar en el que pueden encontrarse mejor. Un cine de calado moral, comprometido, hijo de su tiempo, valiente, social, alejado de cualquier discurso ideológico o manierista que, investiga y desmenuza la idea de Europa, un continente que vende humanismo y solidaridad, pero de puertas hacia afuera, en el fondo, en sus entrañas, en su más ferviente cotidianidad, ha devenido un continente individualizado, materialista y egocéntrico.

En La chica desconocida nos hablan del sentimiento de culpa y el dolor que produce dejar una muerte más sin nadie que la acoja, una adolescente negra, inmigrante y pobre, dedicada a la prostitución ha muerto y parece que a nadie le importe, pero Jenny que atiende diariamente a esos excluidos de la sociedad, a los que no llegan a final de mes, los que no tienen recursos económicos ni de ningún tipo, y el estado, además de negárselos, los excluye de forma miserable del sistema. Jenny se adentra en la investigación de la niña, quiere saber, conocer quién era, metiéndose donde no la llaman, pero siguiendo en sus trece, preguntando a los individuos a los que se encuentra y recabando información para averiguar su identidad. Los Dardenne construyen una película sobre la moral de cada uno de nosotros, nos interpelan directamente, nos impiden mirar hacia otro lado, nos muestran las complejas relaciones humanas que abundan en su cine, seres huidizos, con miedo que, intentando sobrevivir a duras penas, acaban metidos en líos con la justicia.

Los Dardenne recogen el espíritu del neorrealismo, los Rosellini, De Sica, y demás, que ponían el foco de la acción en la deprimente realidad de la Italia de posguerra, de la miseria, tanto moral como física, que se había instalado en una población derrotada y pobre, y sus deudores como Karostami, Kaurismaki… La inclusión de la joven intérprete Adèle Haenel (con su ingenuidad e inocencia, muy diferente a su rol en Les Combattants) recogiendo el aroma de otras heroínas dardennianas como Rosetta, Sonia, Lorna, Samantha o Sandra, todas ellas mujeres que siguen en pie a pesar de todas las heridas que arrastran, y la inclusión de los Olivier gourmet y Jérémie Renier, dos de los actores fetiche del universo de los Dardenne. El cine de los cineastas belgas rescata a una sociedad invisible, ese mundo de los nadies, de aquellos que desaparecen de un día para otro y nadie pregunta, de aquellos que existen y no se ven, de los que se resisten a morir.