El reflejo de Sibyl, de Justine Triet

AL OTRO LADO DEL ESPEJO.

“La mayoría de las personas son otras: sus pensamientos, las opiniones de otros; su vida, una imitación; sus pasiones, una cita”.

Oscar Wilde

El concepto del doble ya estaba presente en los dos primeros largos de Justine Triet (Bécamp, Francia, 1978) tanto en La batalla de Solférino (2013) como en Los casos de Victoria (2016) conocíamos a dos mujeres, una reportera de televisión y una abogada penalista, respectivamente, que se las veían y deseaban para conseguir el equilibrio entre vida profesional y personal, arrastrando todos los conflictos emocionales que sufrían por ello. En El reflejo de Sibyl, Triet vuelve a plantear el mismo conflicto, pero esta vez va mucho más allá, convirtiendo a su protagonista, la Sibyl del título, en una mujer que después de siete años alejada de la escritura, su verdadera pasión, tiempo en el que se ha dedicado a trabajar como psicoterapeuta, decide dejar a sus pacientes y volver a escribir. Pero, una llamada desesperada de Margot, una actriz en plena crisis de identidad personal, le obligará a tratarla, más aún cuando la crisis de Margot servirá a Sibyl a utilizarla como elemento de ficción en la novela que escribe, situación que provocará un cisma interior en Sibyl, ya que le resucitará fantasmas del pasado que creía enterrados.

La directora francesa sitúa su película en el marco de un drama personal, intenso y muy volátil, con continuas ideas y venidas de los personajes en cuestión, y sobre todo, del tiempo, tres tiempos mezclados, en el que nos someteremos al pasado de Sibyl, en forma de flashbacks, y al presente, el que viven los personajes de forma personal, y la que viven en la filmación de la película, y la narración ficticia de la novela. Y también, cambiaremos de paisaje, lo iniciaremos en la urbanidad y el caos de París, con esa irrealidad de las habitaciones y consultas, y nos iremos al aire libre, más concretamente a la isla de Estrómboli, famosa por la película de Rossellini, espacio del rodaje, de sol, mar y aire, con ese volcán presidiéndola, y símbolo de todas las pasiones que se desatarán en la isla. La dualidad ya comentada, cine dentro del cine, y conflictos intensos sobre la maternidad, el pasado, la vida presente, las contradicciones, la apropiación de los hechos y personas, el tema del vampirismo que ya se trataba en memorables cintas como Persona, de Bergman, con la isla como centro de la acción, o en Otra mujer, de Woody Allen, donde una escritora utilizaba las sesiones de psicoanálisis, que escuchaba accidentalmente a través de una pared, para convertirlas en ficción.

En ciertos momentos, el drama personal y de identidad de la película, coquetea con elementos del thriller psicológico, donde las dos mujeres se confunden, se mezclan y no sabemos hasta qué punto quién está ayudando a quién, en un juego sutil y desenfrenado del doble, como sucedía en A través del espejo, de Robert Siodmak, donde un investigador debía encontrar a la asesina en dos hermanas gemelas idénticas, en un juego devorador y profundamente mental. La película se sigue con atención y asombro, porque no hay quién la detenga, todo se va enturbiando y cada vez se va complicando mucho más, en este peculiar descenso a los infiernos interpretado por dos mujeres que se reflejan en un mismo espejo que alimenta el pasado, la identidad, la perversidad, la maternidad, el amor y las decisiones que tomamos y tomaremos, moviéndose a través de un hilo muy fino del que pende nuestra frágil existencia, en el que las dos personalidades femeninas se irán apropiándose una de otra según les vaya conviniendo, a veces de manera consciente y otras no, quizás el exceso de información lastra un poco la intensidad en algunos tramos de la película.

La película brilla gracias a una trama íntima y sincera y sobre todo, a la grandísima dirección de actores con un reparto que raya a una gran altura bien encabezado por la admirable Virginie Efira, que ya protagonizó Los casos de Victoria, siendo esa Sibyl, desatada y lanzada al vacío, en pos de la ficción, en un rol de vampira emocional y de ficción que utilizará y también será usada, abriendo esa caja de Pandora, a la que deberá enfrentarse y restablecerse, o al menos intentarlo. A su lado, una convincente y sensual Adèle Exarchopoulos, en el papel de Margot, esa actriz desesperada, embarazada de un hombre que está con otra mujer, hecha un mar de dudas y de conflictos personales y profesionales, quizás más firme de lo que aparenta, pero también superada por las circunstancias, y esa tercera mujer, Mika que da vida una natural y estupenda Sandra Hüller, algo así como una especie de vértice en este triángulo sentimental que se va desarrollando, una directora enamorada y también frustrada personalmente, que hará lo impensable para salvar su película y su amor a pesar de todo. En el otro lado, los hombres, Gabriel, que interpreta Niles Schneider, pertenece a ese pasado turbulento del que no puede escapar Sibyl, e Igor, que hace Gaspar Ulliel, el presente volcánico de todas las mujeres, bello e endiablado por partes iguales, convirtiéndose en el centro de todas las miradas en este fascinante y perverso drama sentimental y psicológico que nos conduce por las contradicciones y oscuridades del alma humana, llevándonos a lomos de un caballo desbocado por una amalgama laberíntica de pasiones, miedos e inseguridades en el que los personajes van experimentando alegrías y dolores a partes iguales, y mezclados. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA