El inconveniente, de Bernabé Rico

LA EXTRAÑA PAREJA.

“La soledad es muy hermosa… cuando se tiene alguien a quien decírselo”.

Gustavo Adolfo Bécquer

Erase una vez… Una mujer llamada Sara, treintañera, profesional de éxito, seria y rigurosa, muy atractiva, y felizmente casada con Daniel. Un día, empujada por su ambición y su precio, adquiere una vivienda en una buena zona de Sevilla, un piso que solo tiene un inconveniente, será suyo cuando fallezca la propietaria, Lola, una septuagenaria muy suya, de vueltas de todo, que bebe, fuma y vive encerrada en su casa. Sara y Lola son dos mujeres sin nada en común, o quizás, si. La opera prima de Bernabé Rico (Sevilla, 1973), llega después de más de una década dedicado a la producción, tanto teatral como cinematográfica, y a la dirección de cortometrajes, con un relato íntimo y muy doméstico, lleno de honestidad, con la sensibilidad adecuada, sin caer en el sentimentalismo, ni nada que se le acerque, mostrándonos la relación de dos mujeres que de lo lejos que están una de la otra, se encuentren más cerca de que imaginan, parecen dos polos opuestos, pero su relación las acercará y las ayudará más de lo que creen, convirtiéndose en una especie de madre-hija o hermana mayor y pequeña.

El inconveniente  nace de la obra teatral 100m2, de Juan Carlos Rubio, un autor que lleva más de veinte años escribiendo para cine y teatro, además de dirigir para ambos medios. Una pieza teatral representado con éxito que vio la luz en el 2008, que Rico, con la ayuda del productor Olmo Figueredo, responsable de películas como Adiós o La trinchera infinita, entre otras, construyen una película de aquí y ahora, que tiene mucho que ver con la realidad social de muchas personas mayores, personas que viven solas en sus viviendas y encuentran en la venta del inmueble en vida, una forma de subsistencia. La película habla de aspectos sociales, pero desde una perspectiva Azcona-Berlanga, con ese característico humor negro, como evidencia el arranque, con ese tipo peculiar que interpreta magistralmente un grande como Carlos Areces, que podría ser un heredero de López Vázquez, una especie de mezcla entre el Quintanilla de Plácido, y el lameculos de Atraco a las tres, un personaje que irá entrando y saliendo de la película, poniendo esas notas de humor negro, esperpento y amargura que tanto casa con la historia.

El relato va mezclando con soltura y agilidad, la comedia negra que retrata una sociedad demasiado individualista, solitaria y amargada, con ese melodrama cercano en el que se va fundiendo una amistad entre dos mujeres que sin pretenderlo, van a ir encontrando un reflejo necesario que les ayudará muchísimo en sus vidas, llevándolas a enfrentarse con ellas mismas, y sobre todo, a mirarse en ese espejo de decisiones equivocadas o no, y saber recordarse, porque lo han olvidado, las cosas importantes de la vida, las que verdaderamente nos ayudan a crecer y vivir mejor. Una interesante y envolvente luz de Rita Noriega, que sabe transmitir toda esa penumbra del inicio para luego, ir entrando más luz, que explica con suavidad el proceso que están viviendo las dos protagonistas. El rítmico y exacto montaje que firma un experto como Nacho Ruiz Capillas (que ha trabajado con nombres tan ilustres de nuestro cine como Icíar Bollaín, Amenábar, Fernando León de Aranoa, entre muchos otros). Y si la historia funciona, llevándonos por muchos aspectos de la vida, con secuencias memorables como la que protagonizan el personaje de Mánver y José Sacristán, que explica tanto de la vida, de las decisiones que tomamos, y del pasado, que a veces, viene a reclamarnos aquello que no podemos olvidar.

Hay algo que no puede fallar en películas de esta naturaleza, basada en la relación de amistad y amor de dos mujeres demasiado solas, pero que se niegan a reconocerlo y sobre todo, reconocérselo, que es la elección y el trabajo interpretativo de su pareja protagonista. Una pareja que recuerda tanto a los Lemmon y Matthau de La extraña pareja, que también fue primero una obra teatral, con unas brillantes, conmovedoras, divertidas y sinceras protagonistas. Por un lado, Kiti Mánver, que después de medio siglo de carrera, no debería sorprender a nadie su inmensa capacidad para enfundarse en la piel de un personaje casi diez años mayor que ella, que lo envuelve de magia, ridiculez y extravagancia. Frente a ella, Juana Acosta, que se mantiene firme y defiende con elegancia y sobriedad una mujer que empieza a arriba, o al menos, eso se cree ella, y poco a poco, irá comprendiendo las cosas por las que vale la pena levantarse cada día, y sobre todo, a mirar a los demás sin altivez ni competitividad. Dos almas perdidas, lúcidas y patéticas, y quien no lo es, con demasiadas mochilas pesadas a sus espaldas, que sin comerlo ni beberlo, encontrarán al otro, a alguien con quien hablar, escuchar, reír, comprender, mirarse, celebrar, llorar, abrazarse, sentir y sobre todo, vivir. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA