La tragedia de Peterloo, de Mike Leigh

EL PUEBLO EN PIE.  

«No existe tiranía peor que la ejercida a la sombra de las leyes y con apariencias de justicia».

Montesquieu (1689-1755)

La primera imagen de la película define de forma contundente y ejemplar la deriva de aquellos tiempos convulsos del primer tercio del siglo XIX en Inglaterra, cuando en mitad de un campo de la batalla final de Waterloo, que derrotó a la Francia de Napoleón Bonaparte, que estuvo en guerra en Europa durante 20 años, vemos a un jovencísimo soldado completamente perdido y desorientado, abrumado por todo lo que está viviendo, rodeado de un sinfín de cadáveres y destrucción. Esta imagen dantesca nos llevará a la secuencia que cerrará la película, otra batalla cruel y sinsentido, pero en otras circunstancias completamente diferentes. «La batalla de Peterloo», que muchos cronistas de la época definieron como “La masacre de Peterloo”, donde las autoridades británicas arremetieron con contundencia y violencia una protesta pacífica de más de 60000 trabajadores que reivindicaban mejores sociales y económicas. El saldo de la violencia es definitorio ya que hubieron 15 muertos y más de 600 heridos, familias enteras, mujeres, hijos, y transeúntes de cada rincón de Manchester se congregaron en St. Peter’s Field para protestar contra la tiranía de un gobierno despiadado y dictatorial.

El nuevo trabajo de Mike Leigh (Welwyn Hatfield, Inglaterra, 1943) aborda aquellos acontecimientos que significaron un antes y después en las políticas inglesas y desembocaron en una serie de mejoras sociales para los trabajadores, y lo hace desde todos los ángulos posibles, tanto de las condiciones de vida de los obreros, que se hacinaban en las fábricas de algodón con interminables jornadas de durísimo trabajo, las casuchas miserables que compartían familias numerosas, y todo el ambiente de tantos barrios donde se acumulaba la miseria, la suciedad y desprendían un aroma turbio y amargo, filmando de manera sincera e íntima aquellas reuniones de los trabajadores y sus líderes para encontrar formas de protesta y organizarse, pero también, observa al gobierno, a los terratenientes y nobleza, sus estrategias y deshumanización, así como ese rey bufonesco y glotón (que recuerda al Rey Herodes de Jesucristo Superstar), peor no realiza una película plana y manierista, sino todo lo contrario, nos explica con detenimiento y actitud crítica las diferentes distensiones y conflictos que subyacen tanto en el mundo de los pobres como los de arriba, las maneras que tanto unos y otros, desde posiciones radicales y más amables, discuten, se pelean y se enemistan en la forma de afrontar su lucha unos, y otros, en su forma de contenerla y proteger sus intereses y privilegios.

La mirada de Leigh es la de un observador astuto y paciente que ha crecido junto a esa clase miserable y esa otra, más pudiente, y los conflictos que han derivado en esa Inglaterra nacida después de la Guerra,  indagando de manera crítica y en ocasiones, esperanzadora, sumergiéndose en los problemas de los citados, a través de la familia como centro de todo eje social, desde aquella primera película Bleak moments (1972) y los más de 20 títulos restantes que abarcan su filmografía, explorando también esa clase media británica surgida después de la Segunda Guerra Mundial, sus miedos e inseguridades dentro del neoliberalismo. Un cine serio y honesto, nada complaciente, que estudia de forma íntima y brutal todas las miserias que flotan en la superficie de una sociedad ensimismada en el individualismo y la competitividad, y alejada del humanismo y la empatía social, ensalzados en una carrera vertiginosa y terrible para ver quién llega primero sin saber porqué motivo, donde brillan de forma ejemplar la elección de sus intérpretes, que desprenden naturalidad y compromiso, y la magnífica dirección de Leigh sabiendo sacar sus miradas, detalles y gestos más profundos.

Son ejemplos de esta idea de retratar a los más desfavorecidos y sus relaciones conflictivas con las clases medias en obras magníficas como Indefenso (1993) donde indagaba en los invisibles de la sociedad, en aquellos que sobrevivían en condiciones miserables, en Secretos y mentiras (1996) se centraba en el reencuentro de  una madre con su hija biológica que dio al nacer, en Todo o nada (2002) se sumergía en uno de esos barrios feos y pobres de cualquier ciudad inglesa para retratar a una familia alejada de sí misma y a la deriva, en El secreto de Vera Drake (2004) se trasladaba a la posguerra británica para hablarnos de una madre que practicaba abortos de forma clandestina y la relación difícil con su familia, en Happy-Go-Lucky (2008) narraba a una mujer optimista que contagiaba hasta los más reticentes, en Another Year (2010) se centraba en un matrimonio sesentón de clase media y su egoísmo en pos de una amiga necesitada, en Mr. Turner (2014) ambientada en el primer tercio del siglo XIX, como La tragedia de Peterloo, seguía al famoso pintor de la luz, en su inconformismo, su soledad y su relación con un mundo lleno de prejuicios y canónico.

El cineasta británico compone un mosaico complejo y brillante, basado en un hecho histórico y mezclando personajes reales con otros inventados, sobre aquellas semanas previas a lo sucedido en aquella mañana del 16 de agosto de 1819 en Peterloo, asistimos a los preparativos de aquel fatídico día, un día que significaba una celebración para los más necesitados, un pueblo demasiado hambriento y apaleado que querían protestar ante tanta inflexibilidad y tiranía de las autoridades, más interesadas en mantener sus privilegios a toda costa, en pos de una población empobrecida y esclavizada. Leigh se ha convertido en un cineasta fiel que ha construido un gran equipo de colaboradores que le acompañan en sus trabajos, como la maestría de Suzie Davis, tercera película juntos, en su concepción del espacio, en el detalle del decorado y el objeto para afianzar aún más la proximidad y la perfección de la película, con ese vestuario obra de Jacqueline Durran (7 trabajos juntos) envejecido y natural, o la caracterización de los personajes obra de Christine Blundell (12 películas junto a Leigh) con esas caras sucias y duras por el trabajo y tantas desilusiones, la excelente partitura de Gary Yershon, otro de sus grandes colaboradores con 8 títulos juntos, que indaga en la idea de mostrar e ilustrar sin perder la dignidad de aquello que se cuenta.

La excelsa edición de Jon Gregory (tres décadas junto al director) en una película de 154 minutos, que nunca apaga su ritmo y mezcla con naturalidad lo duro con lo ilusorio de la reivindicación. Y por último, la luz de Dick Pope (10 películas juntos, un cine de Leigh imposible de admirar sin el trabajo de Pope) sombría y oscura de buena parte de la película, con ese barroquismo de los pudientes, con el color rojo de la casaca del joven soldado retornado, que presagia los malos vientos que arreciarán en el tramo final. La extraordinaria secuencia del final, filmada al detalle, de la intimidad a la épica del momento, sin banderas ni trompetas, sólo personas de todas las edades intentando demostrar a la tiranía su oposición, un caos de violencia que Leigh filma de forma brutal y contundente, en la que asistimos a la mayor barbarie que podemos contemplar, cuando el estado arremete contra los suyos, contra sí mismo, para seguir utilizando las leyes y la justicia contra el más débil, un terrorismo de estado en que la película no duda en mostrar su posición, eso sí, sin realizar un muestrario panfletario de los más débiles contra el poder, sino indagando en las causas, circunstancias y demás intereses tantos de unos y otros, eso sí, en las batallas entre David contra Goliat a lo largo de la historia, raramente existe una piedra milagrosa. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA