Entrevista a Andrew Haigh

Entrevista a Andrew Haigh, director de la película «Leon on Pete», en el marco del D’A Film Festival. El encuentro tuvo lugar el lunes 7 de mayo de 2018 en el hall del Holtel Pulitzer en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Andrew Haigh, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Mathilde Grange, por su labor como traductora, y a Haizea Gimenez de Diamond Films España, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.

Lean on Pete, de Andrew Haigh

CRÓNICA DE UN NIÑO SOLO.

“Es cierto que somos débiles y enfermos y feos y pendencieros, pero si eso es todo lo que siempre fuimos, hace milenios que habríamos desaparecido de la faz de la Tierra”

John Steinbeck

El anhelo y la soledad son las dos emociones que más nos remiten después de ver el cine de Andrew Haigh (Harrogate, Reino Unido, 1973) tanto en Weekend (2011) donde hablaba del shock emocional que sentían un par chicos gais después de una noche de sexo, como en 45 años (2015) donde el pasado irrumpía de forma brusca en un matrimonio septuagenario. Mismos motivos los volvemos a encontrar en su cuarto trabajo, basado en la novela de Willy Vlautin, que deja su Inglaterra natal para adentrarse en los ambientes de Portland y el oeste estadounidense, donde conocemos a Charley Thompson, un chaval de 15 años, que vive junto a un padre que lo deja sólo muy a menudo, en esa América alejada de los neones fluorescentes y el éxito individual, para adentrarse en la más absoluta cotidianidad, que se alojan en casas prefabricadas y matan su vida en empleos precarios, sin más futuro que el pasa en el momento. Charley encuentra en los caballos una forma de cobijo y empatía con los animales que no encuentra con su padre y en su entorno más cercano. Una manera de sentirse útil y arropado, aunque sean con un trabajo casi nulo, un empleo sin más, en el que su jefe, un tipo sin escrúpulos que se gana la vida en las carreras de caballos, y la aparición de Bonnie, esa jinete que es como su hermana mayor.

Aunque, la vida de Charley no es fácil, todavía es demasiado joven para enfrentarse el sólo al mundo, a su vida, y circunstancias del destino, deberá emprender su propio camino huyendo del destino marcado que se cierne sobre él. Haigh nos habla desde la sinceridad y la honestidad, planteándonos una película sobre la búsqueda de uno mismo a una edad muy temprana, en ese tiempo de transición entre la infancia y la edad adulta, en el su joven protagonista aprenderá que nuestras emociones difieren mucho de la sociedad que nos ha tocado vivir. El cineasta británico plantea un relato dividido en dos partes, en la primera, Charley encontrará su refugio en las carreras de caballos y la relación, más o menos sana, que mantiene con Montgomery y ese mundo brillante, por su relación con los caballos, y oscuro, por las artimañas en las formas que se gasta Montgomery. En la segunda mitad, todo cambia para Charley, y emprende una huida sin rumbo ni destino, con la compañía de uno de los caballos, “Lean on Pete”, un pura sangre que quieren vender porque su tiempo ha finalizado.

El abrasador desierto, la soledad como una sombra impenetrable, y ese caminar sin más ayuda que la de uno mismo, serán las jornadas cotidianas a las que Charley tiene que enfrentarse. Si la película en un primer momento nos adentraba en lo social, ahora, siguiendo con esa idea, se fundía en un anti western, con la huella de Peckinpah o Hellman, pero sin épica ni héroes, sino todo lo contrario, sólo el devenir de un alma triste que camina sin cesar en busca de algo o alguien que lo acoja, o simplemente le dé un abrazo. Haigh huye de toda sensiblería o condescendencia al uso, y con un tono de sobriedad y limpieza visual, mira a su protagonista desde la distancia justa, construyendo una admirable retrato sobre la soledad, dejando de lado esas películas de niño con animal y las buenas obras, aquí, también hay un niño y un caballo, pero se acerca más a una amistad entre aquellos que han abandonado, aquellos desfavorecidos, aquellos que la sociedad ya no necesita, en la línea de Crin blanca, de Lamorisse o Kes, de Ken Loach, dos estupendas películas en las que tanto el niño como el animal se ayudan ante las intransigencias y ataques de una sociedad que todo lo alinea y oculta.

La contenida y brillante luz de Magnus Nordenhof Joenck (autor de la cinematografía de A War (Una guerra) entre otras, ayuda a capturar esos claros oscuros de la primera parte, para fundirse en esos desiertos rojos y polvorientos de la segunda mitad, donde el inmenso trabajo de Charlie Plummer (que hemos visto hace poco haciendo de Jean Paul Guetty Junior en Todo el dinero del mundo, de Ridley Scott) brilla a gran altura, dando vida al desdichado chaval, le acompañan dos intérpretes de gran calado en este tipo de relatos como Steve Buscemi o Cloë Sevigny, dando vida al jefe complejo del chaval, y a la jinete que le echa un capote al niño, respectivamente. Haigh ha hecho una película valiente y compleja, una cinta que nos atrapa desde la honestidad del relato bien contado, en una película que nos habla del desamparo, de sentirse solo, de no saber hacia adonde ir, de caminar sin descanso, de saber que los demás pueden prescindir de ti, que nadie te quiere de verdad, en una película de corte social, pero desde todos los prismas posibles, y también, en una road movie a pie junto a un caballo, donde nos habla de esos desfavorecidos, de los que tienen donde caer muerto, de aquellos para los que cada día, la vida es un milagro, donde comer algo ya es todo un logro, todos esos que vagan por el mundo.