45 años, de Andrew Haigh

CartelLA FRAGILIDAD DE LO QUE SENTIMOS.

“La tierra esconde secretos, cosas que se hacen invisibles, pero que no desaparecen”.

Kate y Geoff Mercer forman un matrimonio longevo y avenido, viven su retiro en el campo cerca de un pequeño pueblo inglés. Una mañana, Geoff recibe una carta que le explica que han encontrado el cadáver de Katya, su primer amor, fallecida trágicamente durante una excursión a los Alpes en 1962. A partir de ese instante, y a una semana de celebrar sus 45 años de casados, la apacible vida marital se verá sometida a los celos, las angustias y los fantasmas del pasado.

El cineasta Andrew Haigh (1973, Harrogate, Reino Unido) realiza en su tercer largometraje, un retrato del amor maduro realista y sincero, alejado del paternalismo recurrente en otras producciones. Nos muestra un matrimonio integrado por una pareja que ha pasado los setenta años, y el pasado, un pasado ocultado pro Geoff, hace peligrar y llenar de dudas e incertidumbres a Kate. Haigh cede la mirada y el punto de vista de su película a su personaje femenino, a esta madura serena y atractiva, maestra jubilada, que comienza a mirar con recelo a su compañero de toda la vida, a no entenderlo y sobre todo a cuestionarlo, y más aún a cuestionarse ella misma su matrimonio y sus propios sentimientos, olvidados por la cotidianidad de la vida en pareja. Haig ha armado una película llena de sutilezas y detalles, apoyadas en los gestos y las miradas, sabe captar de forma delicada la negritud que se va apoderando lentamente en estos siete días que acotan el desarrollo de la trama. La estructura del filme se hilvana a través de lo que no se dice, de las cosas que se guardaron al otro, de esas vivencias del pasado que llenan de nubarrones el presente que cada vez se muestra más gris y confuso. Curiosamente, esta película y la anterior de Haigh, Weekend (2011), donde se mostraba los primeros pasos de una relación amorosa de dos homosexuales, forman un interesante díptico sobre las relaciones sentimentales, la exposición emocional frente al otro, la vulnerabilidad de nuestros sentimientos, que partes ocultamos y que mostramos al que amamos.

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En la película de Haigh todo sucede de forma cadenciosa, como a susurros, no hay discusiones ni nada altisonante, el conflicto se cuece a fuego lento, casi sin darnos cuenta, todo parece suceder según lo planeado frente a los amigos, pero las cosas no son así, bajo esa apariencia ante los demás, algo ha cambiado, Geoff ha vuelto a fumar, a refunfuñar por asistir a una comida de donde trabajaba (su puesto substituido por la tecnología, amigos liberales que se han vuelto extremadamente conservadores.. ) a rebuscar en el desván recuerdos de aquel amor, que desapareció en una grieta, la que ahora atraviesa su relación, aunque él parece no darse cuenta, la que si vive esa ruptura es Kate, ella se muestra pensativa, distante y analizando cada gesto y movimiento del marido, y poniendo en seria duda su matrimonio, sus sentimientos y toda su vida. Dos actores magníficos y soberbios, Charlotte Rampling y Tom Courtenay (premiados en la Berlinale) componen estos personajes humanos y llenos de dudas, sacudidos por ese pasado espectral que está derribando su relación aparentemente tranquila y sincera. Una estupenda película que nos habla de amor, de sentimientos, de los sesenta, del pasado vivido y las cosas que se perdieron y en lo que nos hemos convertido, donde las canciones de antes ya no suenan como entonces, donde cada uno ha caminado su propio camino, incluso a veces, olvidando quién era y a quién amaba. El realizador británico nos envuelve en esa maraña tan dificultosa de las emociones, de lo complicado del amor y sentir de verdad, mostrándose sinceramente y sin medias palabras al otro, tal y como somos.