Wilding, el regreso de la naturaleza, de David Allen

DERRIBAR LAS CERCAS. 

“En la naturaleza está la preservación del mundo”

Henry David Thoreau

Hemos visto muchos documentales sobre granjas que se alejan de la producción agrícola industrial y ponen el foco en otro tipo de producción, más acorde con el entorno natural y sobre todo, más humana con los animales. Películas como Mi gran pequeña granja (2018), de Jon Chester y Gunda (2020), de Viktor Kossakovsky son dos claros ejemplos de esta nueva ola de documentales que se alejan de lo convencional para abrir nuevos futuros a la granja más tradicional. En Wilding, de Tim Allen es el contraplano de ese tipo de películas, aunque siguiendo la misma línea naturista y humana, porque aquí no nos explican la experiencia de hacer un granja diferente, sino que la cosa va por el lado opuesto, porque aquí la granja situada en Knepp, en West Sussex, en el sureste de Inglaterra, la pareja Charlie Burrell e Isabella Tree heredaron la granja familiar dedicada a la agricultura intensiva y productos lácteos durante 400 años, y siguieron con la idea pero después de 17 años, en 1999, acumularon deudas y el negocio se convirtió en inviable. Entusiasmados por las ideas del ecólogo holandés Frans Vera deshicieron derribar las cercas y convertir su granja en un espacio natural para animales omnívoros, recuperando un espacio de 1400 hectáreas en el paraje conservado más importante de Europa.

Allen es un consumado cineasta de la historia natural ya que ha dedicado varios de de sus trabajos tanto director y productor como My life as a Turkey, Earth: A New Wild, H20: The Molecule that Made us, The Serengeti Rules y My Garden of a Thousand Bees, entre otros, y encontró en el libro homónimo de Isabella Tree la materia para llevar a la gran pantalla Wilding, el regreso de la naturaleza, en una película lineal y nada presuntuosa, sino explicando con detalles la travesía física y emocional de la mencionada pareja. Un documento que desde la mayor sencillez y honestidad nos llevan por el inmenso espacio y nos convierten en un testigo privilegiado del proceso recuperando a las diferentes especies de animales, algunas extintas en esos lugares, la importancia y el motivo de cada presencias, de las vacas, de los cerdos, de los castores y demás animales que van creando la simbiosis perfecta y natural que había desaparecido en en entorno industrial. Tiene una función didáctica que se agradece y además, no resulta difícil ni enrevesada, sino todo lo contrario, porque la labor de Allen es tratar el tema con dignidad, respeto y sin romanticismos, sino contando la realidad y todo lo demás. 

Las espectaculares y bellas imágenes que recorren la película son obra de Tim Gragg y Simon De Glanville, dos reputados cinematógrafos que ya habían trabajado en las producciones del citado Allen, consiguen capturar toda la cotidianidad y la intimidad del entorno y de los animales, creando un espacio casi fantástico, místico y espiritual, algo así como un Arcadia feliz perdida en los confines del universo y del tiempo, donde abunda lo cercano con lo natural sin estridencias ni nada que se le parezca. La excelente música del dúo Jon Hopkins, que tiene en su haber películas como Mi vida ahora y Nuestro momento perfecto, y Biggi Hilmars en producciones de Islandia, Suecia e Inglaterra. El montaje de Mark Fletcher con experiencia en el campo del documental de naturaleza construye en sus breves pero intensos 75 minutos de metraje introducirnos en un relato que repasa la historia de Knepp, añadiendo algunos e interesantes momentos ficcionadas en los que vemos los inicios de la aventura con unos pipiolos Charlie e Isabella, y luego, en su mayor parte, la andadura y el diario de todo el intenso y emocionante viaje de transformar una granja más en un espacio donde la naturaleza sea lo principal y el ecosistema crezca y se reproduzca desde la fauna salvaje. 

No se acerquen a una película como Wilding, el regreso de la naturaleza como una especie de quimera imposible, porque la película no pretende retratar un imposible sino una realidad, quizás, todavía estamos muy lejos que la idea y el proyecto de Knepp sea una realidad que se extienda y abarque otras conciencias y países, y quizás, no se expande mucho, aunque si que es verdad que la película relata una realidad posible y eso es lo que tenemos que observar y sobre todo, reflexionar. David Allen ha hecho una película humanista que baja la altura de su cámara a la naturaleza y a los seres que la habitan desde el más grande al más diminuto, dotándolos de importancia en el universo de la naturaleza, porque esto lo olvidamos con mucha facilidad, la cantidad de vidas minúsculas que resultan imprescindibles para el equilibrio de la naturaleza y de la vida, en la que se incluya la de los sapiens, que estamos siempre tan lejos de los proceso naturales del planeta que habitamos en los que todos: ya sean flora y fauna y humanos todos tan imprescindibles para que podamos vivir en armonía y sin destruirlo todo. Cuánto camino hemos hecho mal y quizás, todavía no es tarde o quizás ya sea tarde y algunos sí podemos salvarnos viviendo con actitudes y formas totalmente diferentes. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Mi gran pequeña granja, de John Chester

CONSTRUIR UN SUEÑO.

“Mira profundamente a la naturaleza y entonces comprenderás todo mejor”

Albert Einstein

En El hombre del sur, una de las tres películas que filmó Renoir en Estados Unidos, nos contaba los innumerables esfuerzos de un algodonero para mantener en pie su plantación enfrentado a la hostilidad del entorno tanto humano como natural. En Mi gran pequeña granja, el matrimonio formado por Molly y John Chester (Baltimore, Maryland, EE.UU., 1971) también, experimentan lo suyo para conseguir transformar su utopía en una realidad, cuando les azotan los enemigos de su granja: los insectos, pájaros, fenómenos meteorológicos e incendios. Molly y John vivían en un minúsculo apartamento de Los Ángeles cuando debido al comportamiento negativo de su perro Todd, fueron desahuciados y emigraron para realizar su sueño en el condado de Ventura, en el sureste del estado de California, comprando una zona de 200 hectáreas,  para poner en marcha un sueño anhelado que consistía en crear una granja con animales, cultivo y árboles frutales, que estuviese en plena armonía con la naturaleza.

Molly tenía un canal de cocina y John era profesional del audiovisual donde llevaba trabajando un cuarto de siglo con éxito gracias al documental Rock Prophecies (2009) sobre Robert Knight, el fotógrafo de leyendas del rock y la serie Random 1 sobre naturaleza. Con este bagaje y algunas pequeñas nociones sobre granjas, arrancaron de cero, y la inestimable ayuda de mentores expertos, convirtiendo un suelo seco en un espacio fértil y lleno de posibilidades. El matrimonio con la ayuda de otros cómplices plantaron 10000 árboles frutales, 200 tipos de cultivo diferentes y llenaron la granja de animales, vacas, gallinas, patos, un cerdo y un gallo. La película firmada por el propio John Chester y narrada por el propio matrimonio, abarca ocho años desde que llegaron al vasto lugar seco y olvidado hasta que lo convirtieron en su hogar, pasando por todo tipo de experiendias,  desde el aprendizaje a ser granjeros, a estudiar los cultivos, a tener paciencia con los ritmos de la tierra, a saber batallar contra sus invasores, ya sean animales o naturales, y sobre todo, en estar abiertos a un continuo aprendizaje en el que conocer profundamente los ritmos de la naturaleza y a comprenderla en toda su magnitud, al aprovechamiento de cualquier conflicto y a seguir firmes a pesar de todos los problemas que cada día deben resolver.

El relato de Molly y Chester nos habla de vida, de naturaleza, de animales, y también, de un sistema de cultivo diferente al resto, donde todo se aprovecha para seguir avanzando, donde los problemas devienen en una suerte de oportunidades para emprender nuevas ideas y caminos, donde la agricultura regenerativa es la principal causa y efecto, donde la observación y la anticipación se tornan indispensables para prever y enfrentarse a los problemas venideros. Chester filma su película a modo de diario, mostrándolo todo, siguiendo inevitablemente el ritmo que marca la tierra y la naturaleza, aprendiendo a observarla, a comprenderla y a abrir un campo de colaboración indispensable para el buen funcionamiento de la granja y todo aquello que cultiva. Capturando momentos de grandísima belleza, y también, de terror, donde lo bello y lo oscuro se dan la mano y conviven, donde la armonía del proceso de la granja pende de un hilo muy fino, donde cualquier invasor en forma de animal se convierte en una amenaza inicialmente, para más tarde devenir en otro ser colaborador para la granja, donde unos animales como los búhos sirven para detener a otros, donde cada cosa tiene su utilidad y donde la naturaleza va imponiendo sus reglas si se sabe mirarla y sobre todo, cuidarla, sin ir a contracorriente, dejándose llevar por la corriente como si fuese un río tranquilo que de tanto en tanto hay que agitar para no salirse del cauce.

Molly y Chester viven la experiencia más intensa y profunda de sus vidas, y nos lo explican a través de la fuerza expresiva de sus imágenes y todo lo que acontece en el interior de ellas, explicándonos un relato en que cada día es una aventura inabarcable, conociéndose y conociendo lo más profundo de su alma, encontrándose con el sentido de la vida, donde la vida y la muerte se convierten en elementos de su cotidianidad, en la que dan la bienvenida a unos animales y cultivos y desgraciadamente, y en otros casos, los despiden, donde todo su entorno constantemente se está regenerando, donde todo tiene vida, un funcionamiento y está en continuo movimiento, sin detenerse, y ellos son las personas que deben guardar todo ese espacio, observarlo y aprender de él, con firmeza y decisión, amándolo siempre, sobre todo en los momentos en que la cosecha se resiente y el trabajo duro de meses se pierde por las continuas amenazas en forma de animales, las fuertes rachas de viento o los temibles incendios, de hecho la película nos da la bienvenida con un incendio devastador en la zona.

John Chester que se desdobló en sus tareas como granjero y cineasta, con la ayuda en el montaje de Amy Overbeck, no solo ha hecho una película magnífica y didáctica, llena de infinidad de detalles, retratando la infinita complejidad y simbiosis de la naturaleza, donde todo crece y se muere a cada momento, sin tiempo a reaccionar, trabajando la tierra en ese entorno salvaje y despiadado, pero también bellísimo y natural. Una película que va más allá del documento de cómo construir un sueño de dos californianos, convirtiéndose en una maravillosa lección de vida y armonía con la naturaleza donde a cada instante observamos la vida y la muerte. Nos enseñan su vida y su hogar, un lugar alejado del mundanal ruido, donde la vida, la naturaleza y el paisaje se comportan como un organismo vivo en continuo movimiento, cambio y transformación, y los seres humanos están ahí viéndolo todo, experimentando con cada descubrimiento, cada puesta de sol o atardecer, cada brizna de aire, cada nuevo fruto o cultivo, cada nacimiento de animal, maravillándose con el mayor espectáculo de la tierra que no es otro que la naturaleza y todo aquello que lo habita. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA