Querer, de Alauda Ruiz de Azúa

MIREN Y SU FAMILIA.  

“Las mujeres, primero que nada, queremos vivir sin miedo”. 

Isabel Allende

Después de cinco cortometrajes, la primera película de Alauda Ruiz de Azúa (Barakaldo, 1978), Cinco lobitos (2022), el relato sobre una madre primeriza y sus dificultades para afrontar la maternidad y su relación con sus padres, en especial, con su madre, significó una de las películas del año, llevándose el reconocimiento del público y de la crítica. Después vino Eres tú (2023), vehículo convencional de enredo romántico financiado por Netflix. Ahora, nos llega su próximo trabajo, Querer, una miniserie de 4 episodios, encabezado por las productoras Kowalski Films y Feelgood Media, que tiene en su haber películas de Fernando Franco, Handia, Akelarre, Maixabel y la reciente soy Nevenka, ambas de Icíar Bollaín, y Movistar+, con Susana Herreras y Fran Araújo a la cabeza, que han apostado por unas series de calidad que, principalmente, despachan unos cuantos episodios que empiezan y finalizan como si se tratase de un largometraje como por ejemplo, La zonaMatar al padre, Libertad, La fortuna, Arde Madrid, El día de mañana, Apagón, entre otras. Así que vamos a tratar a Querer como lo que es, una película de 200 minutos. 

La directora vizcaína se ha acompañado de Eduard Sola, brillante guionista ahora en boga por las recientes Casa en flames y La virgen roja, y de Júlia de Paz, que ya nos deslumbró por su impactante debut en solitario en el largo con Ama (2021), para construir una historia donde una mujer Miren Torres, después de 30 años de matrimonio, deja a su marido, Iñigo Gorosmendi, pide el divorcio y denuncia a su esposo por violación continuada, dejando en shock a todos, incluidos sus dos hijos, Aitor y Jon. La trama siempre en presente continuo, en el aquí y ahora, sitúa primero a la madre y después a los demás actores del suceso, bailando entre los cuatro puntos de vista, tan diferentes como extraños, en los que están la madre, por un lado, y el padre, por el otro, y los dos hijos: Aitor, el mayor, que opta por creer la versión paterna, y Jon, el menor, que mantiene sus dudas, se acerca más a la madre. Como ocurría en la citada Cinco lobitos, Ruiz de Azúa, vuelve a diseccionar la familia, a partir de un hecho concreto, si en aquella era la maternidad de la hija, aquí es la decisión de separarse de la madre. En ambos casos, la decisión provoca un distanciamiento o lo contrario, entre sus miembros. Al no haber flashbacks ni nada explicativo de las causas, la película nos da a los espectadores la maza de juez y a modo de investigación, siempre en el presente, debemos ir dilucidando a qué personajes creemos más o menos, o nada. 

El cielo gris y plomizo de Bilbao ayuda a dotar de una gran atmósfera, casi fantasmagórica, donde prevalecen los planos cerrados y recogidos de los personajes, es una maravilla formal todo su arranque, parece que estemos asistiendo a una película de terror, con la agitación y la tensión de la huida de Miren, en un magnífico trabajo del cinematógrafo Sergi Gallardo, que ya había trabajo con la directora en el corto Nena (2014) y en la mencionada Eres tú. La excelente música de Fernando Velazquez, con más de 100 títulos en su carrera, que vuelve a trabajar con la directora bilbaína después de los cortos Dicen (2011) y Nena (2014), componiendo una música que encaja perfectamente a las imágenes, generando todos esos matices y detalles de los altibajos emocionales de unos personajes nórdicos que todo se lo guardan, que nada expresan, y eso se alarga a la contención de todos los aspectos del relato, como el estupendo trabajo de montaje de Andrés Gil, tres cortos con Alauda, amén de la citada Cinco lobitos, que mantiene ese ritmo cadencioso, sin sobresaltos ni desajustes, donde van sucediendo los 200 minutos de metraje, encajando todo el tiempo que va transcurriendo y, a golpe seco, sin enfatizar ni sentimentalismos, a lo crudo que, en algunos momentos, nos recuerda al cine de Lumet y Chabrol en su forma y ritmo,  construyendo esas ricas idas y venidas entre los personajes. 

Tal y cómo ocurría con el cuarteto protagonista de Cinco lobitos, la cineasta vasca ya dio muestras de su buen hacer en la elección del reparto, y en Querer vuelve a hacer gala de su buen trabajo en juntar a los cuatro, otra vez cuatro, integrantes de la familia Gorosmendi Torres. Tenemos a una extraordinario Nagore Aranburu como Miren, que bien interpreta sin decir nada, con esa mirada y esos gestos, su forma de caminar, de esperar, de mirar entre los barrotes, que no es baladí, de ser y sentir un personaje complejo y nada fácil, que pasa por todos los estados emocionales habidos y por haber. Una actriz en uno de sus mejores papeles desde que, un servidor la descubriera en aquella maravilla que fue Loreak, hace una década, de Jon Garaño y José María Goenaga. Su Miren es una de esas composiciones que deberían estudiarse en cualquier escuela de interpretación, porque está presente en toda la película, incluso cuando no sale. Le acompañan un brutal Pedro Casablanc, ejerciendo ese rol de marido y padre protector, enormemente narcisista y victimista, un tipo odioso sin usar la violencia física, pero sí usando otro tipo de violencia, la psicológica y la que deja más huella, la que no se te va. Y los dos hijos, que son como Rómulo y Remo, tan diferentes como distantes. Tenemos a Aitor que hace con convicción y naturalidad Miguel Bernardeua, que ha heredado mucha de las conductas agresivas del progenitor, y por el otro, Jon que hace el joven actor Iván Pellicer, más cercano a la madre, a sus silencios, angustias y huida. Mención especial tienen los respectivos abogados que interpretan con veracidad y aplomo  Loreto Mauleón y Miguel Garcés. 

Si tienen ocasión, no se pierdan Querer y sus cuatro episodios: Querer, Mentir, Juzgar y Perder. Porque nos habla de los límites del consentimiento dentro del matrimonio, de todos sus aspectos y matices, a partir de una mujer que se ha sentido durante treinta años abusada, intimidada y golpeada sin haber recibido una hostia física, porque emocionales las ha recibido de todos los colores. Es también una película que habla sobre el miedo, de todos sus elementos y texturas, del fingimiento como herramienta no ya para vivir, sino para sobrevivir, de esas angustia y asfixia de sufrir diariamente la ira y la vejación de alguien que te somete, te anula y te menosprecia continuamente, de alguien que no cree hacer daño, y eso es lo peor, de alguien que en su entorno no es visto como un maltratador. A todo eso y más se enfrenta Miren Torres, una mujer de unos cincuenta años que, después de años anulada e invisibilizada por su marido y en su propia casa, habla y dice basta y abre su ventana, y denuncia a Iñigo Gorosmendi, el hombre que aparentemente la quería y padre de sus dos hijos. Querer es de las pocas películas que pone el foco en el consentimiento en el matrimonio, el que se sufre en silencio, con miedo y sola. Celebramos el nuevo trabajo de Alauda Ruiz de Azúa, y estaremos especial atentos a sus nuevos trabajos y seguiremos viendo y recomendando este, por todo lo que cuenta y sobre todo, cómo lo cuenta, como si fuese uno de esos thrillers psicológicos tan buenos que hacían los mencionados Lumet, Chabrol y algunos otros. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Cinco lobitos, de Alauda Ruiz de Azúa

MADRE E HIJA.

¿Por qué dignificamos tan poco lo doméstico ni nos paramos a pensar en el esfuerzo o tiempo que hay detrás de las personas que nos cuidan? ¿Cómo vamos a dignificar algo que no valoramos?

Alauda Ruiz de Azúa

De un tiempo no muy lejano aquí, muchas madres han hablado de la maternidad desde una posición íntima y real, muy alejada de esa abnegación silenciosa que falsamente se relacionaba con la maternidad. Hemos leído libros, escuchado canciones y visto películas, y demás, y las que quedan por venir, donde el hecho de ser madre ha cambiado mucho, se mira desde su realidad, profundizando en todas las situaciones bellas y no tan bellas, explorando las alegrías y las tristezas que conlleva un cambio emocional y físico tan importante en la vida de una mujer. Películas como Tenemos que hablar de Kevin (2011), de Lynne Ramsay, Tully (2018), de Jason Reitman, y escrita por Diablo Cody, Madres paralelas (2021), de Pedro Almodóvar, entre otras, retratan aspectos de la maternidad desde lo humano, desde el otro lado, más autentico y sobre todo, muy real, en que la recién llegada es a ratos bueno y en otros, muy oscuro.

Cinco lobitos, la sorprendente y honesta opera prima de Alauda Ruiz de Azúa (Baracaldo, 1978), que debuta en el largometraje después de dirigir varias películas cortas, trabajar como asistente de dirección y script, con una historia que habla desde dentro y sin cortapisas, que se mueve entre las oscuras grietas de ser madre y también, de ser hija, de mirar a nuestros padres, aquellos que nos cuidaron, desde otra posición, una posición que nos acerca y nos cambia nuestra forma de mirarlos y sobre todo, de relacionarnos con ellos. La historia que plantea es bien sencilla. A saber, Amaia, treintañera y con un empleo reconocido y que le gusta, acaba de ser madre, una situación que la supera y le impide la conciliación laboral, aprovechando una ausencia de su pareja por motivos laborales, viaja a casa de sus padres, en un pueblo costero del País Vasco, y allí, recibirá la ayuda física y emocional que tanto necesita. Aunque también allí, se dará cuenta de la importancia del cuidado y sus diferentes roles, tanto el de madre como el que había olvidado más, el de hija.

Una película de interiores, muy intimista, donde lo doméstico adquiere una importancia considerable, en el que Amaia convive junto a sus padres, Begoña, de fuerte carácter y dominanta, y Koldo, más apagado y sumiso, y donde todo lo que parecía de una forma, adquirirá otra dimensión, otro aspecto, otra textura, en el que Amaia entenderá muchas cosas de las que les están ocurriendo, y se relacionará con sus padres desde una cercanía y una mirada que hasta entonces ni imaginaba. La sutileza y la cercanía de la cámara ayuda a crear esta atmósfera que traspasa a los personajes, creando ese espacio orgánico y vivo, en un impresionante trabajo del cinematógrafo Jon D. Domínguez, al que conocíamos de sus trabajos con Nacho Vigalondo, Borga Cobeaga y de esa fantástica maravilla que es El hoyo, de Galder Gaztelu-Urrutia, y qué decir del gran trabajo de edición de Andrés Gil, cómplice de la directora en sus películas cortas, consiguiendo un ritmo estupendo, en que condensa a las mil maravillas los ciento cuatro minutos del metraje, en el que nos cuentan mucho tiempo de vida.

Una película como esta, basada en los personajes y sus relaciones, donde las miradas y los gestos cotidianos adquieren un valor extraordinario, necesitaba un plantel de intérpretes a la altura de lo que se cuenta como una impresionante Laia Costa, que nunca la habíamos visto tan humana, tan frágil y tan vulnerable, que recuerdo algo a aquel personaje que hacía en Victoria (2015), de Sebastian Schipper, que rodó en Alemania, eso sí en un registro completamente diferente. Su Amaia es uno de los personajes del año, una auténtica delicia de matices, complejidades y tan humana. A su lado, otra grande como Susi Sánchez, que engancha otro personaje a la altura de su inmenso talento, como el que hizo en La enfermedad del domingo (2018), de Ramón Salazar, dando vida a Begoña, la madre, la que lleva la voz cantante, a la que la vida le aguarda una relación más estrecha con su hija, donde el rol de cuidadora cambiará. Ramón Barea es uno de esos actores tan buenos y tan sencillos que tanto ayudan a dar profundidad a una película, y que siempre miran tan bien sin decir nada, como los grandes. Su Koldo mira muy bien, y también, calla y desaparece cuando las cosas aprietan y es mejor ausentarse, o al menos, así lo cree él. Y Finalmente, Mikel Bustamante es Javi, la pareja y padre de Ione, la hija de Amaia, un tipo que se ausenta por trabajo y quiere a sus dos “mujeres”, aunque está poco, peor Mikel hace con veracidad y atención.

Alauda Ruiz de Azúa ha construido una película magnífica y cercanísima, de esas tramas que no se olvidan fácilmente y permanecen en nosotros, relatos que nos invitan a penetrar en lo doméstico, en ese espacio reservado e íntimo, en ese lugar donde solo el cine es capaz de mostrar e investigar, y lo hace desde la verdad, por su forma de mirarlo y filmarlo, y también, por su forma de acercarse, desde lo humano y alejándose de lo condescendiente y sentimentaloide, capturando personas y tramas que nos ocurren a nosotros o conocemos, hablándonos desde la verdad y la autenticidad de la familia, de sus cosas buenas y no tan buenas, de todas las relaciones que se generan y las que no, y sus grandes cambios, reflexiona sobre la maternidad, desde su verdad y experiencia de haber sido madre e hija, en una película que nos mira de frente y qué mira de frente a todo su entorno y sobre todo, a sus personajes, unos individuos humanos, mostrando sus secretos, sus tristezas, sus silencios, sus reconciliaciones, y su desnudez y vulnerabilidad ante los demás. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA