Voy a pasármelo bien, de David Serrano

LA CHICA DEL CURSO DEL 89.

“Los primeros amores siempre están ahí”

Antonio Gala

No soy fan de los Hombres G ni tampoco de los musicales, pero Voy a pasármelo bien, me ha encantado. La primera razón fundamental es que la película se desarrolla en aquel curso de 1989, cuando el que escribe tenía quince años, como uno de los «repetidores”. Un tiempo de adolescencia, de chicas, de quioscos, de los primeros cigarrillos y primeros cubatas, de fiestas con los colegas, de comprarte el disco o casete de tu grupo favorito, de fords fiesta, de la cagaste Burt Lancaster y querer ser más mayor para salir de noche e ir al instituto como tus hermanos mayores. La cinta es una interesante mezcla de comedia romántica y musical, donde un amor del pasado vuelve, y unos personajes, tantos niños como adultos, frescos, cercanísimos, divertidos y llenos de vitalidad y amargura, según el momento. Pero, la razón de más peso sería su director David Serrano (Madrid, 1975), autor, entre otras, de las recordadas Días de fútbol (2003) y Días de cine (2007), alguna que otra comedia divertida sobre amores que van y vienen, sus libretos para el teatro musical, como Billy Elliot, Grease y West Side Stoy, entre otras,  sus guiones para comedias musicales como El otro lado de la cama (2002) y su secuela, cinco años después.

La quinta película de Serrano, Voy a pasármelo bien, estaría más cerca de las comedias citadas de Emilio Martínez-Lázaro que del musical sofisticado estadounidense, donde todo brilla, todo es espectáculo, y todo suele acabar bien, con los enamorados yéndose hasta el infinito. La historia de Serrano que firma junto a la actriz argentina Luz Cipriota, sigue el aroma de ese musical cotidiano, naturalista y vivo, lleno de relatos de aquí y ahora, de personas de barrio, de chavales que se enamoran de la chica, de la torpeza para conquistarla, de las tristezas y frustraciones de unos casi cincuentones a los que la vida no les ha ido también como esperaban, o quizás sus expectativas estaba muy alejadas de la realidad. La acción se sitúa en el citado 1989 (que coincide en el contexto de finales de los ochenta, donde también se desarrollaban Sufre mamón de 1987 y ¡Suéltate el pelo! de 1988, las dos películas que hicieron los Hombres G, dirigidas por el gran Manuel Summers), en una ciudad como Valladolid, otro acierto, porque se aleja de esa gran urbe donde pasa todo, durante el curso escolar, con la llegada de Layla, una rubia que deslumbra a David, y con la ayuda de sus “colegas” intentarán que la chica se fije en su amigo. Pero, la película también nos cuenta el presente, con David adulto, y la llegada de Layla, convertida en una famosa directora de cine a punto de recibir un merecido homenaje en la Seminci.

En un audaz y estupendo montaje de Alberto Gutiérrez (habitual del cine de Dani de la Orden, y también de películas como No matarás y series como Veneno), la película viaja indistintamente a los dos tiempos, contándonos la primera vez para David y Layla, y la segunda oportunidad para los mismos personajes, treinta años después. La música siempre maravillosa de una grande como Zeltia Montes (que la hemos escuchado en películas de corte dan diverso como Adiós, Uno para todos y El buen patrón), ayuda a crear ese ambiente de alegría y melancolía que tiene la película, y la inmensa cinematografía de un crack como Kiko de la Rica (con un currículum que asusta con gente como De la Iglesia, Medem y demás), con esa luz cálida y fresca de 1989, que recuerda a aquella otra que hizo para Kiki, el amor se hace (2016), de Paco León, y la luz del presente, más oscura y triste. Escuchamos muchas canciones de los Hombres G, pero muchas, pero esto no es un obstáculo para aquellos que no son fans del grupo madrileño ni de los musicales como ya había comentado, porque la película encaja con gracia y buen tono las canciones en el contexto de la película que es una comedia divertidísima, con amores, tropezones, y demás, que toca un sinfín de conflictos de ayer y de hoy.

Los números musicales con sus canciones y coreografías están muy ligados al cine de Jacques Demy, a algunos títulos de Donen, y otros títulos patrios de comedias pop como Diferente (1961), de Luis María Delgado, ¡Dame un poco de amooor…! (1968), de José M. Forqué, protagonizado por el grupo “Los Bravos”, Un, dos, tres… al escondite inglés (1969), de Iván Zulueta, entre otros. Mención especial tienen las responsables de casting Ana Sainz.Trápaga y Patricia Álvarez de Miranda, tándem que debutó con Serrano en Una hora más en canarias (2010), responsables de grandes reparto como los de Hermosa juventud, y series como Arde Madrid, Vergüenza y Maricón perdido, entre otras, porque lo que han hecho reclutando a los actores y actrices jóvenes es maravilloso, porque todos están excelentes – con lo que difícil que es manejar niños y niñas -, brillan en cada canción con sus voces naturales e íntimas, y en sus coreografías, cercanas y muy llamativas, usando mobiliario urbano, alejándose del estudio y haciéndolo todo más cotidiano y sencillo.

En la producción un máster como Enrique López Lavigne, que produce de todo con calidad y cercanía, a gente como Vermut, thrillers densos y muy negros, series como Veneno y Vergüenza, documentales y comedias ácidas como Los europeos, o grandes cuentos de terror de Plaza, un todoterreno que recuerda a los Pepón Coromina y Luis Megino, porque, al igual que ellos, entienden el cine como una forma de vida. La excelente pareja protagonista Renata Hermida Richards e Izan Fernández, dando vida a Layla y David, y los otros y otras, como Rodrigo Gibaja, Javier García y Gabriela Soto Belicha, entre otros que, además, interpretan a las mil maravillas, recreando unas vidas y una época de forma alucinante, con el mérito que es un tiempo que ni conocen de lejos. Los adultos están muy bien y comedidos y llenos de dudas e incertezas,  a la cabeza con un siempre interesante Raúl Arévalo como David de adulto, con la actriz mexicana Karla Souza como Layla, y otros acompañantes como Dani Rovira, Teresa Hurtado de Ory, Jorge Husón y raúl Jiménez, con ese momentazo de karaoke que se marcan.

Voy a pasármelo bien se estrena en verano, pero es una película no solo de verano, porque es tan chula, tan honesta y enamora con su sensibilidad, su belleza y esos chavales, que los que tenemos casi el medio siglo, nos sentiremos uno más, porque habla de nosotros, de lo que éramos, de las chicas que nos gustaban y las gilipolleces que hacíamos para enamorarlas, y cada cosa que hicimos y no hicimos, y el tiempo va pasando, y treinta años después, nos volvemos a reencontrar con nosotros, como esos maravillosos momentos impagables y acertadísimos en que David adulto pasea por el mundo del David niño, porque en definitiva, la película habla de amor, de lo que quedó en nosotros, y todo lo que amamos y todavía nos queda por amar, porque como dice el poeta: “Hay amores que se resisten a morir, no sabemos por qué, solo que todavía están en nosotros”, si no que se lo pregunten al David y a la Layla adultos, en fin… No se la pierdan. La disfrutarán muchísimo, al igual que el que escribe estas palabras, aunque no sean fans de los Hombres G ni tampoco de los musicales. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

Fritzi. Un cuento revolucionario, de Matthias Bruhn y Ralf Kukula

DOS AMIGAS SEPARADAS.

“No existe la libertad, sino la búsqueda de la libertad, y esa búsqueda es la que nos hace libres”.

Carlos Fuentes

Los hechos históricos que han conmocionado a la población han tenido su reflejo en el cine. Películas que, de una forma u otra, se han acercado a mostrar unos hechos con diferentes miradas, objetivos y resultados. El cine de animación lleva unos años acercándose a la historia desde prismas muy diferentes, aportando visiones más cercanas y realistas de las que venía proponiendo. Nos vienen a la memoria películas como La tumba de las luciérnagas  (1988), de IsaoTakahata, Persépolis (2007), de Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud, Vals con Bashir (2008), de Ari Folman o El viento se levanta (2013), de Hayao Miyazaki, entre otras. Fritzi, un cuento revolucionario, de Matthias Bruhn (Bielefeld, Alemania, 1962), y Ralf Kukula (Dresden, Alemania, 1962), podría pertenecer a ese grupo de películas de animación que se acercan a la historia, en este caso al verano-otoño de 1989, en la ciudad de Leipzig, en la República Democrática de Alemania, siguiendo los acontecimientos que llevarían a la caída del muro de Berlín el 9 de noviembre del mismo año.

El tándem de directores, que crecieron en la extinta RDA, con sobrada experiencia en el mundo de la animación, se basan en el libro homónimo infantil de Hannah Scott, que firma el guion junto a Beate Völcker y Péter Palátsik, para contarnos la historia de una amistad, la de Fritzi y Sophie, dos niñas de doce años, que llegado el verano deben despedirse porque Sophie irá con su madre a la vecina Hungría, hecho que hará que su inseparable perro Sputnik (nombre del primer satélite artificial soviético lanzado al espacio en 1957), se quede al cargo de Fritzi que lo cuidará en ausencia de la amiga. Pero, llega el otoño, el comienzo de las clases y Sophie no regresa, y Fritzi hará lo imposible para devolver el perro a su amiga, con la ayuda de Bela, un nuevo alumno con el que se vuelven inseparables. El gran trabajo detallista y colorista  de la ilustración, nos muestra una ciudad de Leipzig cotidiana y cercana, pero también llena de desigualdades y miedo.

La película capta con sutileza y sobriedad el instante histórico que se vivía, con un estado todavía controlador y restrictivo, con la Stasi, la policía estatal, todavía vigilante y castradora, como refleja el primer día de clase con la fiesta del cuarenta aniversario de la RDA, en un instituto que tiene el nombre de Yuri Gagarin (el primer ser humano, cosmonauta soviético, que viajó al espacio exterior en 1961), con ese personaje de la maestra Liesegang, ordeno y mando, representando la idea del país, y el agente de la citada Stasi, que vigila y sigue a Fritz, en la estupenda secuencia de persecución a pie por las calles de Leipzig. Frente a esa represión y falta de libertad, una ciudadanía que se organiza y protesta en multitudinarias manifestaciones demandando cambios y la apertura de la frontera. La mezcla de intimidad con la peripecia de Fritzi, y de hechos históricos funciona a las mil maravillas, fusionando la ficción de la historia, que tiene la devolución del can como Macguffin, que hará mover a los personajes, más cercano a la película de aventuras, como el intento de Fritz de saltar el muro, o la amistad cercana con Bela, con los hechos históricos que recoge la película con el levantamiento popular seguido de continuas protestas.

Una película sincera y emotiva, sensible y audaz, que no solo entusiasmará a los niños con las desventuras de Fritzi en sus incansables intentos en devolver el perro a su amiga, sino que también emocionará a los adultos, ya que recoge un hecho histórico capital en los sucesos del siglo XX en Europa, porque el día que cayó el muro de Berlín, se cerraba la etapa más negra de la historia del continente, y también, se abría una ventana de esperanza para construir una nueva forma de vida, más libre y digna. Quizás tales propósitos fueron demasiado ingenuos y poco realistas, y ahora, las cosas no han cambiado mucho, porque pasamos de un férreo control estatal a otro control, este económico, pero la ilusión por un mundo mejor, más libre y digno, siguen siendo las mismas, como las que tuvieron personas como Fritzi, Sophie y Bela, en aquel no tan lejano Leipzig del otoño de 1989, porque creyeron en una idea de mejorar sus vidas y derribar un muro indigno, un muro que separaba familias, que separó ideales, que nunca tuvo que ser construido, como todos los muros que todavía existen en el mundo, barreras inútiles y sucias, solamente económicas, que evidencian la falta de humanidad de los seres humanos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA


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