Paradise is Burning, de Mika Gustafson

NIÑAS SOLAS. 

“Ser excluido del mundo del trabajo, de la producción, del consumo, de la comunidad humana, genera un sentimiento de humillación, de inutilidad, de no existir. De eso trataba Rosetta y todavía es cierto hoy, esa soledad, es una cuestión de dignidad humana”

Jean-Pierre y Luc Dardenne en el Festival Lumière en 2020 

Muchos recordaréis la película Nadie sabe (2004), de Hirokazu Koreeda, en la que una madre abandona a sus cuatro hijos menores en un pequeño piso de las afueras de Tokio. En Paradise is burning (Paradiset brinner, en el original), el arranque es muy parecido, aunque las edades cambian sustancialmente, porque en ésta, las hermanas que se quedan solas son Laura de 16, Mira de 12 y Steffi de 7. Tres edades en tres estados emocionales bien diferentes. La primera está entrando en el mundo de los adultos, descubriéndose a sí misma, el deseo y las responsabilidades. La segunda está entrando en la adolescencia, en los cambios en el cuerpo y descubriendo que significa ser mujer. La pequeña vive una infancia difícil, llena de libertad y descubrimiento. 

Desde su película de fin de carrera Mephobia (2017), un cortometraje de 24 minutos sobre dos niñas de la periferia que deambulan por su barrio, sin más compañia que ellas mismas, la directora Mika Gustafson (Linköping, Suecia, 1988), ha deseado sus dos anteriores trabajos a trazar retratas profundos y sinceros sobre mujeres decididas, fuertes y valientes de cualquier edad, como también hizo en Silvana (2017), un contundente y transparente documental sobre la rapera feminista lituana, que se vio aquí de la mano de El documental del mes de DocsBarcelona. Por eso, para su primer largometraje, coescrito junto al actor Alexander Öhrstrand, que también tiene un breve papel, sigue profundizando sobre sus mujeres solas, sin adultos, que siguen peleando diariamente para salir del fango o no hundirse en él. Como ya anuncia su gran arranque, donde los personajes están agitados y se mueven velozmente, y la cámara las sigue encima de ellas, sin descanso, abriendo puertas y cruzando la calle, en un espacio laberíntico, lleno de obstáculos y salvaje, donde cada día es una aventura, una inquietud y sobre todo, un desamparo constante. 

La voz cantante la lleva Laura, inquieta y astuta, que está muy cerca de la mencionada Rosetta de los Dardenne. Una buscavidas a pesar del desarraigo en el que vive, con esa madre alcohólica, en ésta, ausente, de la que no sabemos nada, pero lo podemos intuir todo, porque la película muestra crudeza, no se regodea de ella, ni mucho menos, porque transita entre lo duro y lo más amable, entre el drama y el humor, entre la desesperación y la ilusión, aunque sea una tarde en una piscina de una casa que acaban de tomar con las amigas, porque hasta rodeados de miseria y sin futuro, siempre hay un lado para la esperanza, como nos decía Kaurismäki. La estupenda y cercana cinematografía de Sine Vadstrup Brooker, del que conocemos sus trabajos para televisión en series como Cara a cara (Forhoret) y El caso Hartung, entre otras,  que define con veracidad a los personajes y los lugares, que describe con sutileza, sin caer en el tremendismo ni nada que se le parezca, con una cámara que es un personaje más, incluso una hermana más. Un ser que mira, reflexiona y nunca juzga. La música del italiano Giorgio Giampà, con más de treinta títulos en su filmografía, es una composición muy presente, pero nada invasiva, que comparte espacio con las canciones del momento que escuchan, sobre todo, la hermana más pequeña, que ayuda a mirar la historia de verdad, sin interferencias ni subrayados. 

Un gran trabajo de montaje de Anders Skov, del que hemos visto excelentes películas como Sameblod, Heartstone, Border, de Ali Abbasi y Charter, entre otras, en una tarea de difícil ejecución, porque estamos ante una película contada como un diario, muy cotidiano y transparente, donde la realidad tiene muchas caras y matices, y la película se va a los 108 minutos de metraje, pero la edición del danés es ejemplar, con secuencias de puro corte y nada complaciente. La gran idea de fusionar un reparto de intérpretes naturales con otros más experimentados hace que la película emane verdad y honestidad, que nos sintamos partícipes y sobre todo, logre con esa mezcla la necesaria reflexión. Tenemos al trío de hermanas encabezado por Blanca Delbravo como Laura, Dilvin Assad es Mira y Safira Mossberg es Steffi, reclutadas de forma casual, que llenan la pantalla en sus respectivos conflictos y formas de crecer y enfrentarse a sus diferentes cambios y necesidades. Y luego, tenemos a los adultos como Ida Engvoll, que la hemos visto en Un hombre llamado Ove y en The Kingdom, de Lars von Trier, hace de Hannah, un personaje que se relaciona con Laura, y hasta aquí puedo leer, Mitja Siren es Sasha, alguien que tiene que ver con Mira y el karaoke, y Marta Oldenburg es Zara, la vecina que tiene de todo. 

Estamos ante una película bien llevada, mejor filmada y extraordinariamente interpretada, que se detiene en esos barrios alejados de todo, carne de servicios sociales, llenos de inestabilidad, familias desestructuradas, padres ausentes o desconocidos, y niñas y niños que crecen desamparados, ajenos de los adultos, creciendo como pueden, descubriendo la vida y sus alegrías y oscuridades de forma natural y quizás, demasiado pronto, en una suerte de vidas rotas y extrañas, que sobreviven con lo poco que saben y pueden, cogiendo de aquí y de más allá, vidas afeitadas, vidas salvajes, vidas golpeadas y sobre todo, no vidas como aquella que sufría Antoine Doinel en la memorable Los 400 golpes, de hace más de 60 años que, vista la actualidad más reciente, las cosas siguen ahí, siguen despedazando vidas, aunque Laura, Mira y Steffi parece que como le ocurría al joven que deseaba salir de su agujero y aislamiento adulto, ellas no se amedrentan y a pesar de sus tristes circunstancias siguen con sus vidas, compartiendo lo poco que tiene que, a veces, es todo, con sus cambios, sus pequeñas e incompletas alegrías, con las demás y con ellas mismas, y esperando que la vida les cambie o al menos, no les haga tanto daño, porque la vida puede ser muchas cosas, pero que tenga menos oscuridad y no tanta soledad, que es lo que más duele cuando se és tan pequeño todavía. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

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