EL TIEMPO QUE FUIMOS.
“Nunca renuncies a pensar que te mereces algo mejor”.
Recuerdan al personaje de Rick que hacía Bogart en Casablanca, totalmente abatido por la casualidad, lamentándose porque Ilsa, su amor perdido en París, volvía a cruzarse en su vida entrando en su café americano. Una situación parecida les ocurre a la pareja protagonista de El color del cielo, la opera prima de Joan-Marc Zapata (Barcelona, 1989), porque ella, Olivia Brontë, una actriz de éxito internacional, vuelve a reencontrarse con alguien de su pasado, con él, Tristán del Val, un afamado filósofo existencialista, con el que tuvo un romance cuando eran jóvenes y soñaban con ser seres diferentes a lo que son ahora mismo. El lugar que los vuelve a cruzar es un lujoso hotel suizo, cercano a la ciudad de Lucerna. Zapata ha dirigido cortometrajes que han tenido recorrido internacional, como Bright side in D Minor (2018), que protagonizaban Núria Prims y Francesc Garrido, en el que nos hablaba de un matrimonio roto por la muerte de su hijo.
Para su debut en el largometraje, vuelve a contar con Garrido, y parte de su equipo como el productor Ivan Geisser, el editor Lluís Van Eeckhout, que vuelve a coescribir el guion junto al director, y el cinematógrafo Álex Pizzigallo, a los que se les une Marc Orts, una eminencia en el sonido, que tiene en su filmografía más de 150 títulos y nombres tan importantes de nuestro cine como Almodóvar, Isaki Lacuesta y Juanjo Giménez Peña, entre otros. Estamos ante una película que cuida con detalle la imagen con el formato de 4/3, que ayuda a profundizar en esas vidas rotas de los personajes, esas existencias perdidas y vacías, que se mueven entre dos mundos, aquello que se ve y aquello otro que ocultan. Como el especial y preciso trabajo de montaje que condensa con buen ritmo y pausa los ochenta y nueve minutos de metraje. El exquisito trabajo de sonido, en el que podemos escucharlo todo, hasta los detalles más superfluos, en ese espacio que asfixia a estos individuos que parecen estancados, sin alma. Un lugar tan gélido por el que se mueven los personajes, un espacio de lujo, pero totalmente desangelado, en ocasiones, fantasmal, donde todos los movimientos parecen obedecer al automatismo, a seres mecánicos, vacíos de vida, de ilusiones y simplemente, están sin más.
El color del cielo es elegante en su forma y su fondo, con momentos de auténtica emoción, como ese paseo matinal por Lucerna, y ese paseo en barco observando la ciudad, con otros más tristes como todos esos instantes en el coctel del seminario de filosofía, o esos otros en la playa, una playa que parece cualquier cosa menos un lugar agradable. Aunque hay que resaltar que la película sería otra muy diferente sin la inmensa y magnífica pareja protagonista, que dotan de fragilidad y naturalidad a unos personajes que parecen haber conseguido muchas cosas en la vida, pero en realidad, se sienten vacíos, extraños de sí mismos y envueltos en una existencia que no desean y además, sienten que quieren huir de ella y sobre todo, de ellos mismos. Hacía tiempo que no veíamos a Marta Etura tan estupenda en una película, porque sabe transmitir toda esa coraza de éxito que solo sirve para esconder tanta desesperación y amargura, y frente a ella, un gran Francesc Garrido, que nunca está mal, volviendo a apostar por gente que empieza como hizo en Asamblea (2018), de Álex Montoya y en Occidente (2020), de Jorge Acebo Canedo, en otro personaje para enmarcar, ahora un hombre de pensamiento, pero también atrapado en una vida que no desea, que le arrastra a algo que le desespera, en fin, una vida que quería y ahora odia, con ese momentazo del cigarrillo y la explicación que acompaña, tantas cosas se pueden decir con esa interpretación de temple y sabia que es oro puro.
La presencia de Agustina Leoni, que debuta en el cine con un personaje que actúa como testigo de este reencuentro, con ese rol de youtuber desatada obsesionado con likes, que tiene esos increíbles momentos de miradas con los dos protagonistas, que dicen tanto de lo que hay en su interior sin emitir ningún diálogo. El color del cielo bajo su apariencia de elegancia y ambiente lujoso, oculta unas existencias amargas, vidas que deseaban tanto lo que tienen y se les olvidó de ser, de psicoanalizarse para no perder lo que fueron, como queda claro en toda esa secuencia donde se habla tanto de todo lo que había y ahora solo son meras sombras o cenizas. Una cinta que nos habla, que nos interpela al espectador, a todos nosotros, que algunos ansían una vida material, una vida de tener y no de ser, que al fin y al cabo es lo que hace que seamos y sobre todo, sintamos, porque Olivia, Tristán y Alabama no dejan de ser fachadas sin alma, meras existencias que se quedaron en el camino, que ya no les llena nada, que siguen buscando y olvidaron buscarse, que esa felicidad que se suponía que iban a conseguir se quedó perdida en algún lugar que ahora no recuerdan, y andan cansados de ser quiénes no son, y llamando a gritos sordos a la persona que un día fueron y si querían, quizás todavía estén a tiempo de recuperarla, o quizás, ya están demasiado ensimismados en todo lo que tienen y ya no hace falta. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA