La chica y la araña, de Ramón y Silvan Zürcher

LA MUDANZA DE LISA.  

“Era la vida lo que los separaba, la sangre que bombeaba aún con demasiada fuerza”

“Nadie está a salvo” (2011), de Margaret Mazzantini

En la edición número veinte de l’Alternativa. Festival de Cinema Independent de Barcelona, me llamó muchísimo la atención una película alemana de título Das merkwürdige Kätzchen, que se llamó El extraño gatito, de Ramón Zürcher (Aarberg, Suiza, 1982), una extraña comedia absurda, surrealista y cotidiana sobre una excéntrica familia en Berlín. Nueve años después vuelvo a encontrarme con una película de Zürcher, que ahora escribe y dirige junto a su hermano gemelo Silvan, y nos vuelve a deleitar con otra película con una estructura muy parecida a la anterior. La acción es sencilla y muy minimalista, nos encontramos en un par de días y su noche, en la que Lisa, una joven deja su piso compartido con Mara y Markus, para irse a vivir sola. La acción es muy activa y tremendamente física, porque asistimos a los quehaceres cotidianos de una mudanza en la nueva vivienda, donde unos van y vienen, el ruido de los golpes, los muebles y demás enseres arrastrándose y el trasiego de los habitantes que allí se encuentran, con la inclusión de los vecinos alertados que entran a ver qué ocurre.

Una coreografía serigrafiada en el que abundan los géneros mezclados, porque encontramos tragicomedia, amistades que se rompen, amores que parecen empezar, tensiones y encuentros sexuales, y ese marco de cuento de hadas urbano e íntimo, donde se mezcla el movimiento físico, las penetrantes miradas que se dedican unos a otros, y una cámara generalmente muy estática que recoge todo ese mundo y submundo que está sucediendo en directo para nosotros. Durante la noche, se celebra una fiesta en el piso que deja Lisa, en el que muchas cosas abiertas durante la mañana se resolverán y otras se abrirán entre los diferentes personajes, y la incorporación a la trama de unas vecinas. Vemos la película desde la posición emocional de Mara, extraña y esquiva, que está pero no ayuda ni mucho menos participa en el trabajo observa detenidamente, habla poco, mira muchísimo más. La película no necesita del diálogo para exponer los conflictos que están, lo desenvuelve casi todo mediante las miradas y el sonido, añadiendo música de piano de Philipp Moll, el vals bielorruso “Gramophone”, de Eugene Doga, que actúa como visagra de los diferentes actos de la acción, y el tema ochentero “Voyage, Voyage”, de Desireless, que rastrea con suma delicadeza el estado emocional de Mara.

El arrollador y extremo dispositivo ayuda a generar ese espacio doméstico convertido en un enredado laberinto emocional, generando las múltiples tensiones y conflictos emocionales, así como las pulsiones sentimentales y sexuales entre los personajes, entre la herida de la separación entre Lisa y Mara, el deseo sexual entre Astrid, la madre de Lisa y Jurek, el jefe de mudanzas, la atracción entre Jan, el ayudante de mudanzas y Mara, la tensión sexual entre Markus y Kerstin, la vecina de abajo, y las neuras gatunas, otra vez un gato en el relato, de Ms. Arnold, la anciana rarísima del piso de arriba. Todo funciona con brillantez y armonía desde la grandísima cinematografía de Alexander Haiskerl, que repite con los Zürcher, el tremendo trabajo de montaje que estructura ritmo y agilidad a una película de noventa y ocho minutos de metraje que firman Katharina Bhend y Ramón Zürcher, el trabajadísimo sonido que apabulla y genera un nerviosismo atroz en el espacio que firman Balthasar Jucker y Luces Oliver Geissler. Una película casi en su totalidad de interiores, de espacios reducidos y tensos, en el que hay algún que otro momento exterior en el que los personajes miran hacia la vida en la calle, o ese otro fantástico con las miradas entre los del piso y la camarera a través del gran ventanal de la cafetería. Un grandísimo reparto que compone con naturalidad, sutileza y calidez unos personajes complejos y muy callados, en el que encontramos a Henriette Confurius como Mara, Liliane Amuat es Lisa, Ursina Lardi como Astrid, Flurin Giger es Jan, Dagna Litzenberger Vinet es Kerstin, Lea Draeger es Nora, entre otros.

Estamos ante una narración directa, que está ocurriendo en ese momento y muy acotada en el tiempo, a penas veinticuatro horas en la vida de estas personas, eso sí, pocas horas que marcará el final de una etapa importante en Lisa y Mara y el comienzo de otra, otra en la que ya no estarán juntas, otra que empezará con la añoranza del pasado y la vulnerabilidad ante un tiempo incierto y misterioso, como marcan las ensoñaciones con la antigua morada de la habitación de Lisa, que se supone que es una camarera de barco, o los flashbacks que remiten a un tiempo extinguido, un tiempo pasado que no volverá. Los directores se acogen a la influencia de películas como Estaba en casa, pero… (2019), de Angela Schanelec, a la que podríamos añadir Del inconveniente de haber nacido (2020), de Sandra Wollner, y las relaciones que construía con sutileza y tensión el genio de Rohmer, donde todo parecía ligero pero encerraba una fuertísima tensión entre los personajes, y los silencios incomodísimos de Bresson y Antonioni, en los que los individuos decían mucho más que con las palabras. Aplaudimos y celebramos que la distribuidora Vitrine Films apueste por películas como La chica y la araña, porque no solo aportan una visión del cine muy personal, sino que captura la vida, sus conflictos, sus heridas, su fugacidad y su feroz vulnerabilidad e incertidumbre de forma sencilla, muy plástica y excelente. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

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