FLORA ERA MI MEJOR AMIGA.
“Nunca permitas que el sentido de la moral te impida hacer lo que está bien”.
Isaac Asimov
Un día de playa en familia, todo parece ir de forma natural y agradable. De repente, todo va a cambiar, y va a cambiar para siempre. Una pareja de gendarmes se acerca a la hija adolescente y después de intercambiar algunas palabras con los padres, se la llevan esposada. La cámara está alejada, registrándolo todo en plano secuencia general, no escuchamos lo que dicen los personajes, no hace falta, todo lo que ocurre se entiende. Es el primer instante de la película, un momento en que deja claro el devenir de las imágenes, donde se impone la austeridad, la cercanía sin adoptar ningún posicionamiento moral, ni nada que se le parezca, y sobre todo, la ruptura familiar entre los padres y su hija adolescente acusada de asesinato. El tercer trabajo como director de Stéphane Demoustier (Lille, Francia, 1977), nos habla de Lise, una joven de 17 años acusado de asesinar a Flora, su mejor amiga, inspirado libremente en el caso mediático de Amanda Knox que, con 20 años, fue acusada de matar a su compañera de habitación en Italia.
El relato arranca dos años después de la detención de Lise, cuando se celebra el juicio, que abarca la mayoría del metraje de la película, adoptando el punto de vista de los padres, que defienden a ultranza la inocencia de su hija. Demoustier nos posiciona en el centro del juicio, pero en el lado del público, convirtiéndonos en el otro jurado popular, con lo cual también acabaremos con otro veredicto, aunque la película va muchísimo más allá, el conflicto no reside en el típico drama judicial estadounidense que deriva en conocer la inocencia o culpabilidad del acusado, no, ni mucho menos, la cuestión radica en dos elementos sumamente importantes. Por un lado, la compleja relación entre los padres y su hija, la distancia y la confusión que se va generando entre ellos, y la indefensión y terror de unos progenitores que nunca llegarán a conocer de verdad a su hija. Y por el otro, el cuestionamiento moral del juicio por la vida sexual liberal de la acusada, hecho en que la implacable fiscal basa sus acusaciones.
En el juicio no solo se cuestiona la vida sexual de una adolescente, sino el hecho de ser mujer y tener esa posición ante el sexo, ya que si fuese hombre la cosa cambiaría completamente, porque la conducta sexual de un hombre se acepta en todos sus términos, sea cual sea. Demoustier logra una mezcla poderosísima entre sensibilidad y dureza, entre la frialdad y la intimidad, y sobre todo, un retrato lleno de muchas oscuridades y secretos entre padres e hija, cada vez más alejados y desconocidos. El conflicto avanza de forma magistral, con esa tensión que va rasgando la vida de los padres, que cada vez se sienten más perdidos y frágiles ante los hechos que se van sucediendo en la sala, mientras, Lise defiende su vida sexual, su libertad y su identidad, ante una fiscal que le recrimina una conducta moralmente no aceptada, donde el brazalete del título, que porta la acusada, deviene un objeto-yugo psíquico que todavía acarrea una sociedad que defiende una libertad aceptada por una moral conservadora que defienden como correcta.
Una película de estas características necesitaba un reparto sobrio, delicado y muy competente, como lo demuestran unos intérpretes en estado de gracia que, defienden con soltura y aplomo las complejidades de sus personajes, empezando por Anaïs Demoustier como fiscal moralista y encabezonada en una tesis acusatoria basada en la vida disoluta de la acusada, con los Roschdy Zem y Chiara Mastroianni como los padres de la protagonista, en posiciones muy alejadas frente a la acusación de su hija, detalle importantísimo para el devenir de la trama, y finalmente, Melissa Guers en el rol de Lise, debutante en el cine, que destaca por su mirada y gesto, en un personaje callado y sombrío que apenas explica lo que le sucede y mantiene un secretismo perturbador. Si recuerdan la película La herencia del viento (1960), de Stanley Kramer, un excelente drama judicial en que se confrontaba la teoría de las especies de Darwin contra el creacionismo, lo humano contra el dogma, lo liberal contra el conservadurismo, las mismas cuestiones que expone con detalle, intimidad y magnificencia La chica del brazalete, porque no se acusa a alguien de asesinato, sino que su vida sexual liberal, muy contraria a los cánones morales aceptados por la sociedad, la convierten en una asesina, quizás el progreso científico y tecnológico de la sociedad no debería ser solo económico, sino también, de reflexión y pensamiento, que hace más falta, ya que nos haría a todos más libres, y sobre todo, mejores personas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA