El niño de fuego, de Ignacio Acconcia

VIVIR DESPUÉS DEL FUEGO.

“La identidad de una persona no es el nombre que tiene, el lugar donde nació, ni la fecha en que vino al mundo. La identidad de una persona consiste, simplemente, en ser, y el ser no puede ser negado”.

José Saramago

Cuando solo tenía 8 años, Aleixo Paz se quemó el 90% de su cuerpo en un fatídico accidente. Ahora, en plena adolescencia, sus días pasan en casa componiendo música rap, consumido por la rabia y los dolores físicos, debidos a las secuelas del fatal accidente que le han llevado a someterse a más de 40 operaciones. En la pequeña localidad de Salt (Girona), Aleixo vive con su madre, busca trabajo, visita continuamente el hospital, ve a sus hermanos y amigos, e intenta que la rabia y el dolor que siente, le dejen vivir un poco. El director Ignacio Acconcia, después de graduarse en la ESCAC, y pasar por el Máster de Documental de Creación de la UPF, donde tuvo como docente al gran cineasta, Viktor Kossakovski, con el que participó en la película conjunto Demostración (2013), hace su debut en el largometraje documental con El niño de fuego, el A.K.A. de Alexio Paz cuando se sube a rapear.

Acconcia nos sumerge en el relato de un adolescente que cumplirá 18 años durante la filmación de la película, que abarcó cinco años, en el que conoceremos el trágico pasado de Alexio, y su realidad más cotidiana. La película es de una sinceridad e intimidad abrumadoras, olvidándose del físico cicatrizado de Alexio, y centrándose en su alma, un interior roto, lleno de magulladuras y cicatrices, de las que hacen más daño, de alguien que vive arrastrando un dolor y rabia inmensos. Aunque la película muy sabiamente se aleja del producto convencional de superación y sentimentalismo, para centrarse en un viaje muy profundo y sensible, donde el joven va depurando toda esa rabia en la música rap, de la mano de su mentor musical Isaac Real “Chaka”, y también, la ayuda emocional por parte de Jan Millastre, Presidente de “Kreamics”, la Asociación de Quemados creada en Cataluña, una especie de hermano mayor que conoce muy bien lo que es vivir después del fuego.

El director afincado en Barcelona, demuestra un pulso narrativo envidiable y lleno de sabiduría, porque maneja muy bien el ritmo y la delicadeza de su relato, anteponiendo la humanidad de todo lo que cuenta, con esos planos de seguimiento filmando los desplazamientos y encuentros de Alexio. El niño de fuego se destapa como una magnífica lección de humanismo, centrada en esa difícil transición entre la infancia a la edad adulta, entre dejar la adolescencia y aceptar que las cosas funcionan de forma diferente, que ya es un estado complicado para cualquier persona, y más, cuando hemos sufrido un accidente que nos ha desfigurado el rostro y el cuerpo, y debemos trabajar en ese proceso de aceptación, encontrando y encontrándonos esa “ilusión” o “estimulo” para seguir cada día, de la que habla Jan, en la impresionante conversación que mantiene con Alexio. Acconcia se destapa como un director soberbio y humanista, sin guiar su relato y mucho menos su narración, que emana sencillez y cercanía, dejando al espectador espacio libre para que mire su película sin acritud y desprejuiciado, mostrando a un joven que debe seguir peleando por la vida, aunque emocionalmente siga lleno de rabia y dolor.

Un relato donde también hay humor y sentimientos, de los que tocan fuerte, de los que animan a seguir peleando por la vida, generando esa ilusión que a veces nos da esquinazo, llenando los días de objetivos que nos ayuden a levantarnos y pelearnos con nuestros sueños o pesadillas. Alexio con su extrema sencillez, humildad, y su parquedad en palabras, demuestra que hasta las cosas más difíciles y aquellas que cuestan tanto, siempre se pueden reconducir a la música, en este caso el rap, para expulsar toda la rabia y el dolor acumulados, demostrando una vez más que el arte es la mejor terapia para ahuyentar los fantasmas y hacer frente a los miedos e inseguridades. La experiencia de ver una película como El niño de fuego es extraordinaria y vitalista, nos acompañará durante mucho tiempo, y sobre todo, nos hará mirarnos a nuestro interior y a no dramatizar con nuestros problemas, ya que quizás no son tan importantes como creíamos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA 

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