CUENTO DE PRIMAVERA.
“Hago fotos porque para cambiar las cosas hay que volver a verlas lentamente”
Si leemos la definición de variación musical, nos explica que: “Se trata de una composición por contener un tema musicalizador que se imita en otros subtemas o variaciones, los cuales guardan el mismo patrón armónico del tema original, y cada parte se asocia una con la otra. Difieren entre ellas los patrones melódicos y el tempo de cada variación” Dicho esto, si mirásemos el cine de Hong Sangsoo (Seúl, Corea del Sur, 1960) como una partitura musical, encontraríamos en la variación su espíritu, esa naturaleza irreductible que emanan las imágenes de un cineasta peculiar, intenso y natural, en la que todas sus películas se mueven en un marco parecido, tragicomedias sobre la vida y el amor, a saber, personajes relacionados con el mundo del cine, conversaciones infinitas sobre el cine, la vida y el amor, y todas sus “variaciones” sentimentales, desde la fragilidad de las emociones, los combates internos entre aquello que deseamos o sentimos, la vulnerabilidad de los affaire amorosos, y la incapacidad de enfrentarse a aquello que sentimos y la torpeza en las relaciones sentimentales, y todo estos elementos nos lo cuenta mientras sus criaturas comen y beben, y a través de una planificación extremadamente sencilla, emulando a sus referentes franceses de la Nouvelle Vague, donde la cámara quieta se muestra desde la distancia, a modo de observadora, de testigo impertérrito que captura todo aquello que acontece frente a su objetivo, a los que acompañan leves movimientos como esos característicos zooms, muy populares en el cine de antaño, así como otros movimientos que van, tanto a izquierda como a derecha, como en una forma de corregir el plano o mostrarnos algo que ha quedado fuera de campo.
La incansable y prolífica carrera de Sangsoo parece no tener descanso, porque acumula más de 20 títulos desde su primer largometraje allá por 1996 (casi a película por año) sólo el año pasado presentó En la playa sola de noche, en la Berlinale, y otros dos títulos en Cannes, The day after y La cámara de Claire (alusión explicita a la película La rodilla de Clara, de Rohmer). En su nuevo trabajo, recupera a Isabelle Huppert (con la que ya trabajó en En otro país, de 2012, donde la imbuía en un fascinante juego de dobles, en el que la maravillosa actriz francesa juega a ser quién no era y viceversa). El juego del doble, en el que los personajes asumen un doble rol, el que tienen en la vida real, y luego el que SangSoo les da en la ficción, en el que vida y cine, o lo que es lo mismo, realidad y ficción se fusionan, donde todo lo que vemos parece tener origen en la vida propia de SangSoo, para luego, transmutarse en una película donde se reflexiona profundamente sobre lo acontecido en la vida real, a modo de terapia personal para el director y aquellos que lo rodean.
Las consencuencias derivadas del sonado romance vivido por el propio Sangsoo y su actriz fetiche Kim Min-Hee, roto por el matrimonio del director, ha sido reflejado en varias de sus últimas películas. Aquí, vuelve a ese mismo esquema, pero mirado desde otro ángulo, dando otra visión, y sobre todo, en otro país, en la ciudad de Cannes, en que el festival cinematográfico actúa como marco invisible, porque apenas se aprecia, en el que Jeon Manhee (interpretada por Kim Min-Hee) que está trabajando en la comunicación de un director coreano que presenta una película, es despedida por su jefa, después que está se ha enterado que ha tenido un romance con el director, que a su vez tiene una relación con la productora, jefa de Jeon. A partir de ese instante, y de modo fugaz, la joven coreana se encuentra con Claire (el personaje de Isabelle Huppert) y entre las dos nace una amistad, a los que hay que añadir que Claire también se encuentra casualmente con el director. Todos estos encuentros fugaces durante el festival, nos conducen por una ciudad donde todos sus personajes están de paso, vemos la vitalidad y la naturalidad de Claire, frente a la melancolía y la desazón de Jeon Manhee, y los diferentes encuentros con otros personajes, se mostrarán íntimas y emocionales, abriéndose entre ellas y reconociéndose entre esos dos mundos que las separan en un instante, y después, las acerca.
Sangsoo sólo necesita de 69 minutos para hablarnos de lo más profundo de nuestras emociones, pero enmarcado desde la más pura sencillez, desde esa naturalidad de unos personajes que hablan de cine, de literatura (ese mágico momento en la biblioteca ojeando un libro de Duras) de fotografía (la alusión a esa fugacidad que queda impregnada en las polaroids que dispara con amor y sencillez la Claire) y sobre todo, de sentimientos, emociones y amor, y todas esas variaciones y devaneos intensos y ambiguos que sentimos. Los personajes de Sang-Soo hablan de todo aquello que sienten de manera abierta, sin lanzar discursos pesados, y sin encontrar respuestas a tantas preguntas y males sentimentales, sólo se mueven enfrentándose a aquello que sienten, de forma torpe, natural y humilde, provocándonos esa afinidad que consigue el cine de Sangsoo sin en ningún instante caer en la artificialidad, la impostura o la falsa intelectualidad, su cine respira vida, cercanía, amor y sobre todo, esa sensación que todo fluye y todo puede cambiarse si sabemos mirar la vida desde un tiempo quieto, lento y sin prisas, donde todo a nuestro alrededor es maravilloso y especial, dejándonos llevar por aquello más leve e íntimo.