Gracias por la lluvia, de Julia Dahr

EL GRANJERO CONCIENCIADO.

“Durante el resto de vuestra vida,  tenéis  que comprometeros  a que, antes de morir, dejareis un legado en forma de árboles”

Julia Dahr, una joven cineasta noruega viajó a África para hacer su primera película con el objetivo de filmar las consecuencias del cambio climático a través de los agricultores que lo sufren. Allí, y más concretamente en Kenia, se encontró con Kisilu, un granjero que trabaja la tierra, convirtiéndola en su medio de subsistencia para sus 7 hijos, su esposa y para él. Aunque, lo que hace realmente maravilloso a este hombre es que su conciencia le ha llevado a combatir el cambio climático desde la base, creando una comunidad de granjeros que trabajan entre sí, a través del cooperativismo, en acciones de conciencia que consisten en plantar árboles para favorecer la aparición de lluvias, y de esa manera parar los problemas que acarrean por estos cambios meteorológicos. Dahr enfoca su película a modo de diario apoyándose en la cotidianidad de Kisilu y su lucha diaria en la tierra, con su familia, capturando la cercanía de todo lo que ocurre, y además, sus continuos viajes para trabajar con los otros granjeros. Además, Kisilu tiene una cámara con la que registra su cotidianidad, donde escuchamos sus más íntimas reflexiones y análisis de todo este cambio.

La película filma desde la intimidad familiar y personal, todo lo que el cambio climático provoca en las entrañas de África, de los más afectados, desde las terribles sequías, o las incesantes lluvias, que provocan grandes inundaciones, desbordamientos y abnegación de las tierras echando a perder las cosechas, o más aún, el destrozo de techos, objetos  y enseres de los granjeros. Pero, Kisilu no es hombre de amilanarse, y seguirá en pie de guerra contra estos cambios devastadores, continuando con su objetivo, y hablando con los demás granjeros a que sigan en la lucha, y no abandonen su tierra y emigren a la ciudad a un mejor porvenir como han hecho tantos otros. La cineasta noruega pone el dedo en la llaga en las terribles consecuencias medioambientales que tienen las empresas poderosas sobre los más débiles, aquellos que viven de la tierra. Kisilu no solo trabaja para concienciar su entorno con nuevas formulas y estrategias para luchar contra el cambio climático, sino que, y gracias a Julia Dahr, acude como invitado a la convención internacional sobre el cambio climático que se celebra en París, para explicar su posición y su forma de lucha, aunque allí, se enfrenta a la oposición de las grandes empresas que no ceden y quieren continuar con su producción contaminante para seguir ganando indecentes cantidades de dinero.

Kisilu no lo tiene nada fácil, ya que se enfrenta al conflicto eterno, a la lucha histórica entre norte y sur, desde que el hombre es hombre, la guerra entre David y Goliat, entre aquellos capitalistas que utilizan los recursos naturales para enriquecerse, en contra de los granjeros como Kisilu que viven en consonancia con la naturaleza y los medios que va encontrando, sin dañar al medio ambiente. Dos formas, no solo de entender el trabajo, sino la vida y la posición vital de unos y otros, aunque Kisilu a pesar de los problemas, tanto del tiempo como de la avaricia del norte, y como no es hombre de ceder, consigue combatir la terrible oposición de las grandes empresas que contaminan y provocan con su producción las devastadores consecuencias del cambio climático, optando por continuar desde la base, convocando reuniones informativas, trabajando juntamente con sus colegas, y continuando con alegría, fe y compromiso, en la necesidad de plantar árboles, y trabajar juntos, no solo para su futuro trabajo que ayude a su familia a salir adelante, sino también para los otros granjeros, y su entorno.

Dahr construye una película humanista y política, un relato que filma lo más íntimo y cotidiano, que acaba adquiriendo connotaciones universales, hablándonos de la dignidad y la fuerza de los trabajadores de la tierra, de aquellos que las cifras y estadísticas nunca mencionan, pero están ahí, abriendo zanjas, plantando árboles y mirando de cara al cambio climático, y sobre todo, encontrado herramientas a su alcance para combatirlo, a pesar de la oposición del norte. Una cinta sobre la cara invisible de aquellos que sufren la avaricia y la codicia de los de siempre, de aquellos que ven en el trabajo un medio para enriquecerse aunque cueste la vida y el trabajo de otros, porque la cinta de Dahr no solo nos abre un diálogo sobre el cambio climático y cómo afecta a los granjeros de la otra parte del mundo, sino de la pérdida de conciencia social, de la fraternidad entre las personas, y la falsedad de una sociedad que permite que unos estén por encima económicamente de otros, como mencionaba Rousseau a finales del XVIII, cuando los más poderosos anteponían sus privilegios a costa de la vida miserable de los trabajadores, que solo demandaban unas condiciones dignas de trabajo y en consecuencia, de vida.

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